Hasta la próxima Venezuela!

 

Al amanecer dejamos Chichiriviche, descansamos bastante en la playa y ya teníamos ganas de retomar la bicicleta y pedalear un poco más. Habíamos investigado la ruta que pensábamos hacer y sabíamos que íbamos a pasar algunos días en zonas poco habitadas y sumamente calurosas. Estábamos preparados para el desafío, los últimos días de pedal siempre habíamos tenido algún contacto que nos esperaba, ya sea de couchsurfing, o algún conocido de otro conocido. Esta vez no era así y nos esperaban varios kilómetros de no tener ni idea de a dónde llegaríamos ni cómo serían las personas, aunque la verdad, después de pedalear tanto tiempo en Venezuela ya estábamos sin miedo y muy confiados con que encontraríamos gente buena y amable, como lo había sido hasta ahora.

Aquel día transcurrió tranquilo, el sol era un soplete y el calor estaba fuertísimo, como habíamos comenzado a pedalear prácticamente al alba para el medio día ya teníamos casi 90 kilómetros en las piernas, así que buscamos un lugar dónde pasar la noche. Si bien al comienzo del viaje por el país buscábamos mucho las alcabalas (puestos policiales) para dormir porque nos daban seguridad, a esa altura ya todo nos daba igual, confiábamos en la gente y no teníamos miedo de poner la carpa en dónde nos pareciera. Ese día no fue la excepción, vimos un taller mecánico cerrado, con un amplio techo, una buena brisa y fue allí donde decidimos quedarnos todo el resto del día que quedaba y la noche también.

Ni bien apoyamos las bicis contra la pared se acercó una vecina con una botella de agua congelada y otra de agua fría, le agradecimos porque hacía mucho calor y la poca agua que nos quedaba ya estaba casi hirviendo. La señora nos conmovió muchísimo porque hablamos un poco y se puso a llorar, ella tenía una hija que se había ido a vivir a otro lado y no sé, pero vernos se lo hizo recordar y se puso muy triste, no supimos muy bien qué decirle. En todas las familias venezolanas que conocimos pasaba lo mismo, todos tenían algún familiar por acá o por allá, todas las familias sufrieron separaciones y desarraigos y todo gracias a la situación política del país. En fin, la señora lloró y se despidió poniéndose a la orden por si necesitábamos otra cosa.

Según lo escrito en mi diario ese día hicimos llorar a dos personas. La señora fue la segunda. El primero fue un hombre bonachón que conocimos mientras nosotros descansábamos y comíamos algo a la sombra de una parada de colectivo. Estábamos en el medio de la nada, sólo algunas casitas se veían a nuestro alrededor y esa bendita parada de bus que daba una preciada sombra. Armamos las sillas ahí y automáticamente se acercaron dos personas, una con agua fría y la otra a charlar. Al instante también apareció un camión que vendía fruta, sandias y ananás de la zona. Se estacionó al lado nuestro, ya éramos varios en el mismo recinto, a los vendedores también les trajeron agua fresca y uno de ellos se dispuso a cortar una sandia, nos convidó y nos pusimos a charlar entre todos, éramos varios y nosotros el centro de atención. Apareció una nena a comprar una sandia, la madre la mando a preguntar cuánto valía, un dólar costaba, la nena se fue y volvió con un kilo de arroz, el vendedor le dio la sandía a cambio. Yo miraba todo atentamente y nos explicaron que el trueque funcionaba porque dinero vivo muy pocos tenían, así que entre ellos se iban intercambiando productos y así se ayudaban entre todos. Uno de los vendedores estaba alucinando con nuestra hazaña, nos veía como si fuéramos dos valientes y a su vez estaba preocupado por nosotros, porque no nos pasara nada y porque estemos bien y a salvo. Se emocionó hasta las lágrimas cuando se despedía, nos habló del valor de los sueños y del sacrificio que estábamos haciendo para lograrlos, nos regaló el kilo de arroz que acababa de recibir, y una ananá, intentamos rechazarlo pero ya saben cómo son los venezolanos, no les desprecies nada que sino vas a tener problemas. Nos despedimos de ellos, con Marqui nos quedamos algo conmocionados por tanta intensidad porque nosotros sólo planeábamos descansar un momento del sol y comer alguito. Empezamos a desarmar las sillas para seguir viaje, nos despedimos de todos los que estaban con nosotros en la parada de colectivo, arrancamos a pedalear y cuando nos alejamos un poco me di la vuelta y ya todos se había esfumado, no quedaba ni un alma ahí, donde hacia un segundo éramos como diez personas. Se había acabado el show, pensé.

En fin, ese día encontramos ese lugarcito para dormir y fue muy loco el desfile de vecinos que se fueron dando cuenta de nuestra presencia allí. La señora que nos trajo agua fría ni bien llegamos, mando a un pariente a que nos muestre de dónde sacar agua para que nos refresquemos, Marqui fue con el señor a una lagunita que estaba justo al lado de dónde estábamos y volvieron con un balde lleno, pudimos higienizarnos un poco y fue un alivio. Después el mismo señor volvió con un plato con pollo asado y arepas, riquísimo. Al rato se acercó una familia, dos chicos jóvenes y una niña, nos trajeron un melón que estaba delicioso y nos dijeron dónde vivían por si queríamos ir más tarde y usar su cocina o el baño.

 

Mas tarde nos aparecimos por su casa y conocimos a más personas de la familia, cocinamos nuestros fideitos de cada noche y uno de ellos fue a comprar una gaseosa para convidarnos, charlamos un poco, cenamos y nos fuimos a dormir tranquilos de que teníamos a todo el pueblo cuidándonos.

La generosidad de la gente era algo constante que a mi hasta el día de hoy me estremece.

Dormimos genial y al otro día casi de noche salimos a la ruta, saludamos a algunos vecinos que ya estaban despiertos, pedimos más agua en la alcabala que estaba por ahí, rechazamos el café que nos ofrecieron y encaramos la ruta con todo.

Ese día fue un poco más complicado que el anterior porque el relieve se puso más pesado, aparecieron varias subidas y bajadas, el calor seguía insistiendo y el sol no daba tregua. Nos detuvimos varias veces a descansar a la sombra de algún arbolito, fueron repetidas las veces en las que se nos acercaba alguien a traernos agua fría, ¡sin siquiera pedirla! Pedalear así es muy fácil.

Al final del día dimos con un lugarcito que vendía comida rápida los fines de semana, no sé cómo explicarlo, pero cuando llega la hora de empezar a buscar algún lugar donde dormir se nos activan los radares y pareciera que los lugares se nos iluminan e incluso nos llaman. Veníamos de bajada después de una subida que había sido durísima y de repente lo vi, un techito hermoso, un predio limpio y una familia atrás. Frenamos, preguntamos si podíamos descansar allí y como quien no quiere la cosa nos quedamos. La chica que vivía allí se nos acercó muy amablemente, nos convidó agua fría y sin muchas vueltas le preguntamos si podríamos armar la carpa allí mismo, por suerte dijo que si y nos mostró donde estaba el baño para que lo usemos cuando necesitáramos y también nos trajo un balde con agua fresca para que nos bañemos. Habíamos triunfado una vez más. Una vez limpitos y descansando conversamos un poco con ella, que nos trajo café y galletas. Juro que no estoy exagerando la hospitalidad y generosidad de las personas.

Cuando cayó la tarde a pareció la hija de la chica con la que habíamos estado conversando, una jovencita muy curiosa y conversadora, nos preguntó miles de cosas, incluso nos dijo que deberíamos hacernos una cuenta de tiktok y que con eso seríamos famosos. Después conocimos a su padre, también muy simpático que le dijo a su hija que nos dejara descansar. Cuando estábamos por preparar nuestra cena el hombre apareció con dos panchos gigantes y gaseosa, era nuestra cena nos dijo. Imagínense nosotros ya no sabíamos cómo agradecer tanta atención porque la verdad es que les caímos a su casa como en paracaídas y ahí estaban ellos, ofreciéndonos de todo y más para que estemos bien y cómodos.

Al otro día nos despertamos bien temprano, como siempre, pero fue un desayuno diferente porque la niña con la que habíamos hablado la tarde anterior, que ya estaba despierta para ir al colegio, nos dijo que quería hacernos una entrevista para compartirla con sus compañeros de la escuela, que si no nos grababa no le iban a creer que veníamos desde Argentina en bicicleta. Y así fue, a las 5:30 am nos estaba grabando y haciendo preguntas, dijo que luego lo editaría, nos sacamos varias fotos y se apuró a irse porque pasaba a recogerla el autobús escolar. Me encanta cuando conocemos a jóvenes que son curiosos, que preguntan, que conversan y se interesan por cómo son los demás países, esa chica era una genia, nunca nos hicimos la cuenta de Tiktok como se lo prometimos, pero al tiempo ella se encargó de mandarnos por WhatsApp nuestra entrevista editada y publicada en su cuenta.

 

Aquel día que comenzó con un reportaje se pasó muy rápido, porque pedaleamos sólo 40 kilómetros, todavía era temprano por la mañana cuando entramos a un pueblo que se llama La Vela de Coro, nos habían dicho que era muy bonito, que tenia playa y que debíamos conocerlo, así que para allá fuimos. Nos detuvimos en un supermercado para comprar algunas provisiones que pensábamos comer en la playa mientras descansábamos un poco, el calor ya estaba apretando fuerte. El centro era bonito, las fachadas de las casas bien cuidadas y de colores ya me estaban gustando, intenté espiar en varias hacia adentro porque la mayoría esconden unos patios internos muy preciosos.

Poco más tuve que espiar porque a la salida del mercadito nos hablaron dos mujeres muy simpáticas que nos invitaron a su casa a tomar algo fresco para soportar mejor el calor. Ni lo dudamos y nos fuimos con ellas para su casa, lo bien que hicimos porque allí nos quedamos. Entre una cosa y la otra, charlando y charlando el tiempo pasó, nos recomendaron ir a conocer la playa sin las bicicletas, que aprovechemos la mañana y que al volver de la playa nos podíamos bañar y almorzar juntos. Honestamente cuando conocemos personas así, que te brindan todo, que te organizan el día y te proponen todas cosas buenas cargadas de generosidad y buena intención, se me alborota el alma. Mayra y Maria, dos mujeres hermosas que si las tuviera a mi lado en este momento las abrazaría, porque eran muy abrazables y queribles.

 

Hicimos caso en todo y tuvimos una tarde hermosa junto a ellas y sus sobrinas, conversando y riéndonos mucho porque esas niñas son unos personajes encantadores, que contándonos historias de su abuelita me hicieron llorar de la risa. 

 

Al atardecer nos fuimos a la playa, el sol cayó sobre el mar, esa bola de fuego que nos hacía sudar el día entero al fin se retiraba, hasta el día siguiente. A lo lejos, en el horizonte se veía la península de Paraguaná y Aruba, fue un hermoso momento con Marqui a mi lado.

 

Cenamos todas juntas, seguimos riéndonos muchísimo y a la hora de irnos a dormir Mayra nos ofreció ir a la casa de un pariente, la casa estaba vacía, ella la cuidaba por si la familia regresaba algún día o hasta que decidieras qué hacer con ella. Fue una grata sorpresa descubrir que la habitación que nos estaba ofreciendo tenía aire acondicionado, dormimos fresquitos como dos lechugas, habíamos tenido un día que fue un regalo. Un regalo del camino conocer una familia así y poder compartir un día con ellas, reírnos, disfrutar, charlar, escuchar sus cuentos. La verdad es que a esa altura de nuestro viaje en Venezuela ya no sabíamos de qué otras maneras decir GRACIAS, porque la palabra quedaba vacía, corta, pequeña ante semejante pueblo.

Y todavía no nos había pasado algo que quedó grabado a fuego en nuestros corazones y en nuestra memoria, todavía no sabíamos lo que significaba Dabajuro.

Aquel día lo arranqué con un humor terrible, estaba nublado, había llovido por la noche, pero la lluvia, en lugar de refrescar el ambiente, lo dejo cargado, pesado, gris, pegajoso. Llevábamos varios días seguidos en ruta, el calor a veces me pone intratable y ese día eran las ocho de la mañana y ya no se podía respirar. Extrañaba a mi mamá, nuestras charlas, sus tostados de jamón y queso, su voz diciéndome Marulita o ¡qué chiquita loca!, extrañaba el frio, caminar descalza en mi casa y que mi papá se indignara al verme en patas en el piso frio, extrañaba el frio, sin dudas, no olvidemos que nací y me crie en unas latitudes bastante heladas, estaba pasando demasiado calor. Como ese día estaba nublado quizás podríamos pedalear más kilómetros de lo habitual porque no tendríamos el sol en la nuca calcinándonos el cerebro. Yo solo quería pedalear y pedalear para sacarme la mala vibra que se me había pegado al cuerpo.

Como al medio día en una de nuestras paradas conocimos a un señor, muy amable él, se nos acercó y nos convidó café, agua y una casita de barro para que descansáramos hasta el otro día. Sin embargo, decidimos seguir pedaleando, seguía nublado y queríamos aprovechar, avanzar más kilómetros hasta la próxima ciudad. Le agradecimos muchísimo su hospitalidad y nos despedimos de él.

La mala onda se me había pasado un poquito, llevábamos casi 80 kilómetros de puro pedal y estábamos próximos a nuestro objetivo del día, mis energías ya estaban flojitas, Marqui se me empezaba a perder en el horizonte y yo venía como podía, firme, pero deseando parar. De repente veo un auto que venia en sentido contrario, hace una maniobra extraña, se frena, dobla en U, y se incorpora en mi carril, se aparta de la ruta y se frena en la banquina, esperándome. Me freno a su lado, era una familia, Jesús, así se llamaba el hombre se presentó y me dijo que estábamos cerca de Dabajuro que nos esperaba en la entrada a la ciudad que él nos iba a asistir y ayudar cuando lleguemos. Me puse re contenta, se me vino la alegría al cuerpo otra vez, porque acababa de presentarse alguien que nos podría ofrecer un lugarcito para armar la carpa, quizás una ducha, ¡cómo deseaba y necesitaba una ducha fría! Marqui estaba bastante lejos, además como yo me había detenido se me alejó aún más, con energías renovadas empecé a pedalear con una intensidad que no había tenido en todo el día, lo alcancé, le grité para que frene, que cuando Marqui pone quinta parece un robotito y no hay quien lo detenga. Por suerte se detuvo y le conté la secuencia que acababa de pasar, se alegró, me dijo que el auto lo había pasado tocándole bocina y saludando.

¡Bienvenidos a Dabajuro!

Bajo el arco de ingreso de la ciudad había muchas personas, no sólo estaba la familia de Jesús, sino también muchos compañeros de ellos amantes de las bicicletas, del ciclismo y de su grupo ciclista Xtreme Bike Dabajuro. Nos estaban esperando, nos dieron una cálida bienvenida y en caravana nos fuimos juntos a un restaurante de parrilla.

En el camino, mientras seguíamos a los autos pasamos por el centro de la ciudad y de una panadería salió una mujer que comenzó a gritar y hacer señas para que frenemos, gritaba que nos quería convidar café, jugo, que paremos a compartir algo con ella, como pude le contesté que estaba siguiendo un auto que no podía frenar porque no sabía a dónde estábamos yendo, además yo, siempre lenta, venia atrasando al grupo. Me disculpé y seguí pedaleando, me supo fatal y ni bien frenamos le dije a Marc que había visto a esa señora y que no pude detenerme para conversar.

En la parrilla nos invitaron el almuerzo, una bandeja de carne con papas fritas, yuca, ensalada, una delicia. Mientras que devorábamos todo iban llegando más miembros del grupo ciclista, uno más simpático que el otro. Resultaba que una chica nos había visto en la ruta ese mismo día y alertó a todo el grupo de que estábamos pasando por la ciudad, así nos fueron a buscar a la ruta y nos invitaron a conocerlos.

Serían las tres de la tarde creo, terminamos de comer y nos escoltaron hasta el hotel, ¡un hotel! Allí nos dejaron para que nos duchemos y descansemos, por la tarde nos iban a pasar a buscar para cenar y así poder conocer a más miembros del grupo y compartir tiempo con ellos.

Nuestros días en Dabajuro fueron una vorágine de atenciones, regalos, comida, cerveza y más atenciones y regalitos.

La primera noche conocimos a casi todo el grupo, fue una velada muy divertida, entre cervezas, tequeños y empanadas fuimos conociendo a los miembros del grupo, eran todos unos personajes muy divertidos, nos reímos muchísimo, conversamos un montón, respondimos miles de preguntas y ellos nos respondieron otras tantas a nosotros. Nos devolvieron al hotel medio atontados por la cerveza, cansados por el largo día que habíamos tenido, con el corazón contento y las manos llenas de regalitos, que ropa, golosinas (muchas) dulces artesanales, crema solar, desodorantes, y muchas cosas más.

 

También nos fuimos a dormir sabiendo que al otro día teníamos una cita para desayunar cachapas con Daniel, Yankelis y su hijita. 

 

Si pudiera comerme una cachapa con queso en este momento, me comería dos. ¡Qué delicia! No las habíamos probado aún y en el lugar al que nos llevaron las hacían de maravillas.

Después del desayuno volvimos al hotel a descansar un poco, era un gozo tener una cama, una ducha y aire acondicionado, yo quería disfrutar de ese lujo lo máximo posible.

Al medio día apareció Jesús con dos bandejitas de comida para que almorcemos, yo no lo podía creer, o sea, estaban todos re atentos a nosotros y nuestra alimentación. Quien nos conoce sabe que comemos como lima nueva así que aprovechamos y agradecimos todas sus muestras de generosidad. 


Por la tarde habían organizado una pedaleada por la ciudad, participamos y fue muy linda, había muchos ciclistas, siempre es lindo ver gente que ama la bici y que encuentra en ellas algo más que un medio de transporte. Ellos eran una familia y la bici era la excusa que los unía. 

 

Después de la pedaleada nos volvimos a juntar en casa de Jesús y Desireth, degustamos unas hamburguesas buenísimas y nos reencontramos con varios del grupo que también habían estado la noche anterior, ya teníamos más confianza y la reunión era un jolgorio. Nuestra intención esa noche era despedirnos, nos habían mimado bastante ya y tampoco queríamos abusar, nos estaban facilitando un hotel y comida, creíamos que ya era momento de partir, pero nuestra intención no fue aceptada, la verdad, no nos dieron ni bola cuando dijimos que nos íbamos al otro día. Se mataron de risa, hicieron chistes, era viernes y nos dijeron que después de el fin de semana hablábamos sobre eso, pero que por lo pronto allí nos quedábamos. Cerveza va, cerveza viene y fue otra noche de muchas risas, cuentos y más risas, cada noche era una fiesta con este grupo, me caían muy bien la verdad. 


El sábado teníamos una invitación muy especial que yo me moría de la emoción, la zona es famosa por sus chivos y nosotros no habíamos probado ninguno todavía, y ese día fuimos invitados a la casa de la mamá de Hendrika, quien había cocinado un chivo estofado que fue una delicia extrema. Les muestro una foto para que se retuerzan de envidia. 

 

El chivo lo acompañamos con arepa pelada, otra especialidad de la zona. Todo, todo, todo una delicia y la compañía un placer, porque Eudy y Hendrika eran una pareja muy dulce, de buena charla, divertidos y super amorosos. Todavía con la panza llena de semejante almuerzo, nos caímos tan bien que esa noche nos citamos para probar la arepa picada, otro arte culinario venezolano, que nos encantó.

Como dije, era sábado y había ánimos de fiesta, si bien ya veníamos de dos noches bastante ajetreadas ese sábado a la noche prometía ser animado. Después de comer la arepa picada nos fuimos los cuatro juntos a la casa de Vanesa y Ángel, Vanesa fue quién nos vio en la ruta y les avisó a todos que andábamos por ahí, todavía le doy las gracias por su gesto.

Con la panza llena era difícil activar, habíamos comido demasiado en todo el día, pero poco a poco la fiesta se fue animando, y así como quien no quiere la cosa las horas pasaron entre risas, chistes, cerveza, algún que otro baile y más chistes. Lo que no esperábamos era quedarnos hasta las siete de la mañana de jarana, aunque debo admitir que fue contra nuestra voluntad, la nuestra y la de todos porque lo que pasó en realidad es que a la madrugada se fue la luz y el portón de entrada al predio de la casa es eléctrico. O sea, no había manera de abrirlo, todos, absolutamente todos, con autos incluidos estábamos encerrados en el terreno. Yo me reía, la situación era muy cómica, salimos al jardín a seguir tomando y charlando afuera, algunos se fueron a dormir a sus autos, otros se turnaban para dormir en una hamaca que había por ahí, Marqui y yo seguíamos firmes, charlando y haciendo buena cuenta de la cantidad de cervezas que había. El cielo comenzó a clarear, los pajaritos cantaban y fue un momento hermoso el estar ahí con aquellas personas tan sensibles, amables, divertidas, que nos habían sabido adoptar y hacer parte de grupo de un día para el otro, sin conocernos de nada, sin pedir nada a cambio. Era una maravilla estar allí, con ellos, disfruté cada segundo de ese amanecer, fue un momento muy especial que siempre voy a guardar en mi corazón. El instante se disolvió con el rugido de encendido de un generador, el vecino había despertado y como no había luz lo encendió, con su despertar nos ayudó a salir de la casa, poco a poco nos fuimos despidiendo, se había acabado la fiesta.

Una vez en el hotel nos desmayamos en la cama, a las horas nos llamó Marco, él y su familia estaban abajo en el hotel, querían invitarnos a almorzar, nos cambiamos y nos fuimos con ellos a la parrilla que ya conocíamos. Marco y Maria Angélica resultaron ser dos personajes muy divertidos, charletas a muerte, la verdad es que era muy fácil compartir el tiempo con ellos, pareciera que nos conocíamos desde siempre. Ellos tienen dos hijitas, la más pequeña, es pura dinamita y tan amorosa que me regaló una pulserita de Venezuela, hecha por ella que hasta el día de hoy la tengo puesta, se me rompió dos veces ya, y dos veces la reparé para poder seguir llevándola conmigo a donde sea que vaya. Después del almuerzo Marco tenia que irse a trabajar, y nosotros nos fuimos con las chicas a la casa de una tía de Maria, también estaba su abuelita, que cuando vio a Marc se le brillaron los ojitos, compartimos un grato momento a la sombra de un árbol de mango gigante, además nos convidaron un postre bastante típico de allí que se llama Jalea de Mango, una delicia, dulce a más no poder. A mi personalmente todo lo que implique mango me encanta. 



Era domingo, por la noche nos reuniríamos nuevamente en la casa de Jesús y Desireth, esa noche si era nuestra despedida, ya lo habíamos informado, el fin de semana había terminado y era hora de seguir pedaleando y dejar de abusar de tanta hospitalidad.

¿Se acuerdan de la mujer de la panadería que me invitaba, a los gritos, a un café o jugo el día que llegamos a Dabajuro?

 

Se llama Raquel y se apareció en la casa de Jesús a reclamar nuestra compañía, decía que el grupo no nos había compartido con el otro grupo de ciclistas de la ciudad, o sea ¡había dos! Nosotros nos reíamos frente a semejante planteo y no opinábamos mucho porque no sabíamos que decir, yo sólo sabia que ya había visto a Raquel el primer día y me daba vergüenza no haber pasado por la panadería siquiera a saludarla algún día, pero soy vergonzosa y ¿qué iba a decirle? “Hola soy Maria, pasé en bici hace algunos días, me invitabas un café” No, no me animé a hacerlo.

Entre una cosa y la otra, conocimos a su familia que también cenarían allí y cuando le dijimos que nos íbamos al día siguiente dijo que de ninguna manera porque ella no había podido conocernos y aun faltaban cosas por hacer. Ella se haría cargo del hotel y de nuestra alimentación de todo el día, dijo. Era una mujer divina, alegre, enérgica… yo no me animé a decirle que no, Marc menos. Quedamos en desayunar con ella al día siguiente y así degustar las cosas ricas que hacen en su panadería.

Aquel lunes fue gracioso la verdad, probamos los tequeyoyos y me encantaron, charlamos bastante, también almorzamos juntos el típico pabellón criollo, el plato nacional que me encanta. Pero lo mejor comenzó por la tarde, porque Raquel estaba empecinada en que demos una vuelta en el trencito de la ciudad. Yo no se si de dónde sos, querido lector, existe algún trencito que pasee a la gente con música y luces. Allá en Argentina nosotros los veíamos en las vacaciones, en Mar del Plata, se llamaba trencito de la alegría, era como un camioncito, abierto, con música a todo trapo y algún que otro personaje disfrazado, algunos disfraces daban mucha pena, pero había otros que zafaban. En fin, esa tarde habían pedido que el trencito nos busque por la panadería y para allá fuimos. ¡Qué gracioso! Éramos varios, Raquel, por supuesto, Marco, Maria Angélica y sus hijas, también se sumó Desireth con sus hijos, nos pasearon por la ciudad al son de canciones que la verdad no conocía, salvo alguna buena de Shakira. Terminamos el paseo y nos fuimos a cenar pizza todos juntos, ahora sí, era la última noche.

 

Llego el día de irse, nos despedimos de la gente del hotel que eran muy amables, pasaron a saludarnos Jesús y Desireth, también nos acompañó pedaleando un poco Raquel, después a los pocos kilómetros, en la banquina, estaba Marco en su camioneta, con una tristeza que casi no le entraba en la cara.  Nos despedimos de él también, un tipazo, fue el último adiós a Dabajuro, una ciudad que jamás, pero jamás voy a olvidar porque todo el amor que recibimos allí fue desmesurado, ya Venezuela, qué pocas ganas tengo de irme, pero los tres meses de turista pasaron volando y hay que apurarse a salir de una vez.

 

 

Próximo destino: Maracaibo, la ciudad más caliente de Venezuela.

Lo único que me desanimó en esos días fue no poder cruzar el mega puente que atraviesa el Lago Maracaibo, tenia unas ganas de pedalearlo tremendas, pero en el acceso hay un control migratorio y policial, nos dijeron que no podíamos pasar por allí en bici, y automáticamente frenaron a un camioncito que pasaba por allí para que subamos las bicis y crucemos con él. Las vistas fueron increíbles, pero me quedaron esas ganitas, tendré que volver a ver si algún día se puede pedalear por allí.

 

En Maracaibo teníamos el contacto de un Couchsurfing, pero lo curioso era que Keywing, el chico con el que me había comunicado, no vive en la casa, él está de viaje por Sudamérica, pero manda los viajeros a la casa de sus papas. Un genio, vamos. Sus papas eran dos seres más buenos y simpáticos que fue muy fácil sentirnos cómodos con ellos. Las habitaciones tenían aire acondicionado y no había quién lo apagara, era un alivio la verdad. Nos duchamos, descansamos un poco y esa misma tarde teníamos un compromiso con un grupo ciclista de la ciudad. Había una pedaleada multitudinaria, fuimos invitados y participamos de ella. Gabriel, un tipo muy amable y tranquilo, nos pasó a buscar en bici por la casa de Ingrid y Saulo, nuestros anfitriones. La pedaleada no fue corta, yo estaba algo cansada, había sido un día largo así que ni bien se terminó nos regresamos a la casa, a bañarnos y descansar.

Un día de los que pasamos en Maracaibo fuimos invitados por Antonia a su casa, Antonia es una muy linda mujer, amante de la bici y muy divertida. Dijo que nos cocinaría patacones, algo típico de Maracaibo y así fue, estaban delicioso. Gabriel también vino con nosotros al almuerzo y pasamos una linda tarde conversando y compartiendo el momento. El postre fue fantástico también, porque había preparado la torta tres leches, yo no la conocía y me encantó. Después de comer salimos a pedalear, fuimos a conocer Santa Rosa del Agua, a orillas del Lago Maracaibo, vimos los palafitos y sacamos varias fotos. Fue un muy lindo día la verdad, lo disfrutamos muchísimo.

 

 

Para el domingo nos habían organizado otra pedaleada, nos llevarían a conocer el centro de la ciudad. Salimos bien temprano porque no olvidemos que Maracaibo es la ciudad más caliente de Venezuela, se sumaron muchas personas y todas nos explicaban cosas de la ciudad, de la historia, de la arquitectura, de las iglesias, de los teatros… en fin, recibimos muchísima información y el casco antiguo estaba, realmente, precioso. Sacamos miles y miles de fotos, fue un paseo muy entretenido y todos estaban muy contentos de mostrarnos su ciudad y tanta amabilidad se sentía muy bien, estuvo muy bueno el biketour, creo que dije la palabra gracias más de mil millones de veces y me quedé corta.

 

 

Para el medio día ya estábamos de vuelta, nos volvimos a la casa, almorzamos, arreglamos algunas cámaras pinchadas y a la tardecita cuando se cortó la luz (algo que pasaba cada día) nos fuimos solitos con el Marqui a la licorería a tomar unas polarcitas bien frías y así batallar el calor.

 

Fue bastante triste la despedida con Ingrid y Saulo, dos señoritos que nos cuidaron muy bien, que fueron muy dulces con nosotros y que se volvían a quedar solos.

 

En el camino nos alcanzó Antonia con su bici y otro señor más que no me acuerdo el nombre, juntos pedaleamos hasta donde nosotros dormiríamos esa noche. Teníamos un contacto de alguien que nos recibiría en su ferretería, lo bueno que el aire acondicionado allí estaba a tope. El señor se llama Arsenio, le encanta recibir viajeros en su casa y ponerse a la orden en lo que sea que necesiten, su esposa cantaba hermoso. Al otro día nos fuimos bien temprano, o eso intentamos porque lo primero que hice al despertar fue cambiar la cámara porque mi rueda estaba pinchada. 

 

Pedalear con tantísimo calor y el sol ardiendo desde las 5 am era difícil, íbamos poco a poco, madrugando mucho y dejando de pedalear pasado el mediodía, los días y los kilómetros pasaban y fuimos alejándonos de todas las personas que conocimos en Venezuela, dejábamos atrás un país maravilloso, un país al que entramos con miedo y sin saber si estábamos haciendo lo correcto, o estábamos abusando de nuestra suerte. Estábamos dejando un país que me enamoró, un país al que volvería una y mil veces, un país al que le deseo lo mejor, porque la dictadura que sufren es cruel, ridícula, injusta y muy dura, un país que lo mejor que tiene es su gente, porque personas así yo no había conocido nunca y ahora cuando alguien dice alguna cosa errada de Venezuela o los venezolanos yo los defiendo, yo cuento las maravillas que vivimos en aquellas tierras, porque tristemente las personas hablan mucho y saben poco.

No pasa un día en el que no piense en Venezuela y su gente, y cada tanto le digo a Marqui “yo re volvería a Venezuela”.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                    

 

Entradas populares de este blog

Volvimos!!! Litoral Carioca VIDEO Etapa 22

Un oasis en Mendoza

Mendoza VIDEO Etapa 12

Ruta de los 7 lagos VIDEO Etapa 08

Bienvenidos a Santa Cruz!!

Isla Margarita VIDEO Etapa 29

La Gran Sabana VIDEO Etapa 27