Bienvenidos a Santa Cruz!!

Salimos de la isla de Tierra del Fuego nada más y nada menos que montados en una camioneta Ram enorme, la de mis padres. Finalmente ellos tuvieron la generosidad (dígase casi obligación familiar) de pasarnos a buscar por Rio Grande y llevarnos hasta Rio Gallegos, así que cruzamos el paso fronterizo chileno sin ningún problema, nos subimos a la balsa, navegamos el Estrecho de Magallanes, volvimos a Argentina y ¡Bienvenidos a la provincia de Santa Cruz!



 

Una vez en Rio Gallegos yo tenia el contacto de Carla, anfitriona de Couchsurfing, quien nos recibió en su casa muy amablemente, en realidad ella no nos recibió porque no estaba, pero había una pareja de cordobeses que viajaban en moto que se encargaron de abrirnos las puertas y ayudarnos con el equipaje y las bicis. Me despedí una vez más de mis papas, aunque sabía que volvería a verlos porque ellos iban a seguir paseando un poco más por la zona aprovechando que ya habían salido de la isla. Después llego la dueña de la casa y fue todo muy ameno, cenamos, echamos unas risas y se termino el día. Tanto Carla como la pareja nos recomendaron que no sigamos la Ruta Nacional 40, que era mejor ir por la Ruta 5, porque allí habría más refugio y más personas por si necesitábamos algo, parece que aquel tramo de la Ruta 40 que habíamos pensado tomar esta en desuso hace muchos años y la Ruta 5 vino a reemplazarlo. La verdad es que cuando alguien que sabe te recomienda algo hay que saber escuchar y aceptar. Por su puesto les hicimos caso.

Dejamos Rio Gallegos temprano por la mañana, estaba soleado y parecía que seria un hermoso día, nos costo salir de la ciudad porque la salida era por una autovía llena de carteles que decían “prohibido bicicletas” hasta que una señora nos vio y nos dijo que todos los ciclistas van por ahí igual, que vayamos con Dios por la autovía, otra vez hicimos caso. Cuando la señora mencionó a Dios la cara de Marc fue graciosa, yo ya le voy avisando que es muy probable que mucha gente nos encomiende a Dios en este viaje como una manera de desearnos suerte, que se vaya haciendo una idea de que para muchos argentinos la suerte viene con Dios mediante.

Bastó salir a la autovía para que el viento nos pegue en el pecho y nos haga recalcular el día programado. Ahí estábamos, peleando contra el viento, sin avanzar, sin un reparo dónde descansar un momento, sin poder ni hablarnos entre nosotros porque cada uno tenia su propia batalla personal con la bici y el viento.


A las horas yo perdí la cabeza, a veces uno cree que andar en bici requiere de fuerza física, pero yo que no la tengo siempre apelo a que lo importante es la fuerza mental, que tampoco la llevaba muy bien ese día. Me agarro un bajón, falta de aire, calor, sofoco, ganas de vomitar… todo junto. Tuve que parar, Marc me ayudó a apoyar mi bicicleta, yo temblaba y él estaba de acá para allá tratando de revivirme. Me hizo comer uno de esos geles de energía que usan los ciclistas profesionales en carreras, lo tenia porque el bicicletero de Tolhuin le regaló un par, y era la oportunidad perfecta para probarlos. Pobre Marqui, yo sabia que no me pasaba nada, que todo era histeria mental pero tampoco podía explicárselo. Me conozco, esta es la tercera vez que salgo en un viaje en bicicleta y se que a veces tengo esos días en que la ansiedad me mata, en los que veo que lo que planeamos no va a funcionar, que no puedo pedalear más, que no tengo fuerza, que no lo voy a conseguir y tantas cosas más… todas negativas, obvio.

Sali del pozo, con el jarabe ese de azúcar, agua y caricias de Marc, pude salir del pozo. Después nos reímos, como siempre que pasa la crisis, pero bueno, pobre Marqui.

Ese primer día fue horrible, no logramos avanzar casi nada, el viento iba como a 50 kilómetros por hora y nosotros a 5, o menos. Tuvimos que dejar de pedalear después de haberlo hecho 7 horas y haber recorrido 40 kilómetros. Una locura. Divisamos unas piedras en el medio de la estepa, no sé qué hacían ahí, pero eran las únicas que habíamos visto desde Rio Gallegos, lo charlamos y decidimos buscar refugio en ellas. Armamos campamento, un poco en silencio, Marc estaba serio, yo trataba de ponerle onda, pero ambos sabíamos que habíamos tenido un día de mier#!$. El viento no cesaba y hasta parecía cada vez más fuerte, las piedras no eran suficiente para proteger la carpa que se zarandeaba de un lado al otro poniendo al extremo las varillas que aguantaban titánicas sin romperse. Con mucho cuidado cocinamos unos fideitos adentro de la carpa, porque afuera era imposible, comimos y a dormir. Mañana seria otro día.


El día dos no difirió mucho del primero. Nos levantamos a las 5am para corroborar el mito de que temprano hay menos viento, podemos decir que es completamente falso. A esa hora el viento soplaba igual que si fueran las tres de la tarde, con una violencia y una constancia que no podías ni pensar. Le pusimos mucha fuerza y voluntad, no estábamos bien anímicamente, sabíamos que el clima nos estaba poniendo a prueba, pero también sabíamos que estábamos en la Patagonia, y justamente no es famosa por su amable clima. Así que a apechugar y seguir. No voy a mentir, en una de las tantas subidas pensamos en hacer dedo, irnos directo al Calafate y aflojar. Era como que nos moríamos de ganas de hacerlo, pero por algo no lo hacíamos, sabíamos que había que insistir, además si en algo nos parecemos con Marc es en que, si nos proponemos algo, lo cumplimos.

Pasaron las horas y seguimos pedaleando contra el viento, el cielo se nubló por completo, el viento se hizo más fuerte y empezó a llover. ¡Bingo! En ese momento pasábamos por una estancia y yo pensaba que quizás lo mejor era dejar el día ahí, entrar a preguntar si podíamos poner la carpa en algún lado y descansar. Por otro lado, sabía que si llegábamos a donde nos lo habíamos propuesto quizás conseguiríamos un refugio y provisiones, considerando que al otro día era el cumpleaños de Marc, ese detalle era importante para levantarle el ánimo. Entre tantas divagaciones seguí pedaleando como pude, pasamos la estancia y aguantando la lluvia, hasta que al frente veo venir una camioneta que conocía, era la Ram de mis viejos y adentro efectivamente iban mis papas. Me frené, levanté el brazo como loca, igual ellos ya nos habían visto. Mi papa dio la vuelta al toque y se estacionaron donde estábamos nosotros, nos convidaron matecocido calentito, y les saqueamos todas las provisiones; galletitas, alfajores y mandarinas. Ellos ya estaban volviendo del Chaltén y se iban rumbo a casa. Charlamos un rato, les contamos nuestros periplos mientras la lluvia apretaba, nos quedaban 10 kilómetros hasta el refugio donde queríamos llegar y mi papa insistía en que nos llevaban hasta ahí. Mi cerebro calculaba que con ese viento íbamos a tardar más de dos horas en recorrer esos 10km, imagino que el cerebro de Marc calculaba más o menos lo mismo así que aceptamos, y nos acercaron esos kilómetros hasta Las Horquetas. Nos despedimos nuevamente, esta vez por última vez.


En el predio había un camping, un restaurante y una caseta hecha por vialidad nacional que funcionaba como refugio de ciclistas. Fantástico. Preguntamos a los chicos del restaurante, nos dieron la llave de la casita y nos fuimos a instalar, la casa tiene baño, pero no ducha ni pia para lavarte la cara y las manos, así que nos fuimos al rio a orillas del camping a higienizarnos un poco. Lo demás fue descanso y relajo al reparo del viento infernal de afuera. Marc iba cambiando la cara, se lo veía más contento de a poco.

Esa noche previa al cumple de Marqui le dije que cenáramos ahí, entonces ya asegurábamos su cena de cumpleaños, porque al otro día no sabíamos cómo iba a ir todo, y a juzgar por los últimos dos días tampoco se podía esperar mucho más que viento en contra.

Cuando llegó el “bife a lo pobre” que se pidió Marc su cara se iluminó, yo me reía porque de verdad que se puso feliz en un instante. Cenamos, brindamos y la pasamos lindo mientras respondíamos una batería de preguntas llenas de prejuicio del camarero, que era joven y me felicitaba por “haber enganchado a un español” ¡Las cosas que hay que escuchar!

El tercer día fue el primero de una seguidilla de hermosos días, el viento se calmó y nos dejó pedalear tan en paz, disfrutando de lo inhóspito de los paisajes, de los guanacos, liebres y choiques (ñandú patagónico), al fin estábamos a gusto, podíamos conversar en la ruta, mirar a los costados de la carretera y sonreír. La mejor parte fue que era el cumpleaños de Marc y al fin Santa Cruz se dejaba disfrutar, de haber sido otro día infernal de viento no se si habríamos aguantado sin hacer dedo.


Fue fácil cumplir con los kilómetros que nos habíamos propuesto porque los estábamos disfrutando, llegamos a un puesto de vialidad un poco antes de un asentamiento que se llama La Esperanza, donde empezaba la Ruta Nacional 40. El hombre que regentaba el puesto fijo de vialidad le hizo señas a Marc para que nos detengamos y paremos allí. Duramos unos minutos soportando a semejante ser, grosero y malhablado, que no paraba de faltarle el respeto a una ciclista que viajaba sola y que había pasado por allí el día anterior. A mi me toco las cosquillas escuchar como denigraba y hablaba despreciablemente de la chica, que para mí era una genia por el simple hecho de andar pedaleando por ahí, sola contra ese viento infernal. Nos fuimos, le dije a Marc que prefería dormir al lado de la ruta que, en esa pocilga sucia con restos de comida en el suelo, aire viciado y soportando a ese hombre que hablaba mal de las mujeres. Marqui deseaba salir de ahí tanto como yo porque además era su cumple.


Seguimos unos kilómetros más, liberados de la energía horrible de ese lugar y llegamos a La Esperanza. Pedimos permiso en la policía del pueblo y nos permitieron poner la carpa en un bonito lugar rodeado de álamos al reparo del viento que ya empezaba a aparecer, además nos dieron agua caliente para el mate y un pan casero enorme que nos vino muy bien porque ya no teníamos provisiones para el desayuno. En La Esperanza también hay una hostería, allí fuimos a cenar y festejar oficialmente el cumpleaños de Marc. Todo era felicidad y calma.


Es espectacular el paisaje que vimos, además los días que nos tocaron, sin contar el viento, fueron preciosos, todo sol y calorcito. Nos encanta ir viendo a los animales corriendo por acá y por allá, vimos mucha cantidad de guanacos y los choiques con sus crias. Todo soñado. La pedaleada transcurrió bien al cuarto día, sin sobresaltos, con poquito viento, nada grave por lo tanto conseguimos llegar a El Cerrito, dónde también había un puesto de vialidad nacional donde pensábamos acampar.


En el puesto de vialidad nos recibió quien lo regentaba, un señor un poco más ubicado que el del puesto anterior, pero cero amable. Nos dijo donde podíamos poner la carpa, que había barrido el lugar y que no ensuciemos. El lugar era como un hotel y se notaba, el edificio parecía nuevo, era extenso, se veía que adentro tenían dos zonas de estar, se identificaba que al menos tendría tres baños adentro. Digo identificaba porque el hombre no nos dejo ni pasar al baño. Nos mando a hacer nuestras necesidades al campo. La verdad es que me indigne un poco, porque esos puestos están para ayudar a la gente y de verdad que el edificio es inmenso y cuenta con todas las comodidades para que la gente pueda alojarse allí y todo. Pero ese hombre no lo compartía, ni siquiera el baño. Me decepcioné un poco, es mi país, es mi gente y me daba un poco de vergüenza su comportamiento porque inevitablemente lo comparaba con el comportamiento de las personas en otros países en los que pedaleé, como Tailandia o Brasil y me parecía flojo que no te dejen usar el baño, cuando claramente adentro del edifico había más de uno. Tampoco le di muchas vueltas, armamos la carpa en la zona autorizada y relajamos un poco… hasta que apareció quién me iba a demostrar que no todo está perdido y que hay gente amable dando vueltas.

Walter, un señor que trabaja en una empresa petrolera que tiene su campamento ahí en el predio al lado del de vialidad nacional. El hombre se nos acercó a invitarnos a sus containers, nos dijo que vayamos con él, que nos podíamos dar una ducha, tomar un café y charlar. Aceptamos rápido, llevábamos días sin bañarnos y yo estaba congelada de frio porque tenia el cuerpo cansado y estaba destemplada. Necesitaba esa ducha. A partir de ahí todo fue positivo, nos mostró un contenedor equipado con baño, habitación y calefacción donde podíamos dormir si queríamos. Lamentablemente ya habíamos armado campamento donde el “señor amargado” nos indicó y nos daba pereza desmontar todo y mudarnos a su container. Sin embargo, nos pasamos la tarde con él. Una vez bañados ya estábamos mucho mejor, tomamos café, después unos aperitivos y hasta nos preparó una rica cena. Walter lleva en el campamento tres meses, su compañía está esperando una autorización de Chile para poder llevar todos los equipos a Punta Arenas, asi que está ahí trabajando sin trabajar, tratando de entretenerse con lo que puede y asistiendo a todo aquel que pasa por El cerrito. Antes que nosotros cuidó a la ciclista que ya habíamos sentido nombrar, de hecho, su compañero la llevo en camioneta hasta El Calafate, también acogió, una semana de fuertes vientos, a otro ciclista que andaba solo por ahí y a varias personas con el auto averiado. Él también nos confirmó que el edificio de vialidad está todo equipado para recibir gente, que tiene duchas, vestuarios y habitaciones, todo nuevo. Y nuevo seguirá porque el encargado no deja entrar a nadie.

Al otro día seguimos viaje, el viento volvió con todo y bien en contra, como le gusta aparecer. Le dimos pelea varios kilómetros, hasta que conseguimos llegar a la famosa Cuesta de Miguez, para nosotros seria en bajada, 10km de pura bajada con curvas y unas vistas increíbles del Lago Argentino y el rio Santa Cruz. Sin palabras, la vista panorámica desde lo alto de la meseta hacia el valle y la cordillera nos dejó sin palabras. Además, el día estaba soleado y despejado, se lograba ver hasta el Fitz Roy en El Chaltén, una maravilla.

Después de la bajada decidimos acampar en el rio Bote, porque aún faltaban más de 40 km a El Calafate, había mucho viento (en contra siempre) y sabíamos que el acceso a la ciudad es un sube y baja letal. Preferimos descansar. Otra vez nos cruzamos con gente rara, esta vez fue una señora que ni bien nos vio venir con las bicicletas nos dijo, sin siquiera saludar: “esto es propiedad privada, no pueden estar acá”. Dimos media vuelta y nos fuimos al otro lado del rio, se ve que ella es dueña de un lado del mismo, vaya uno a saber cómo consiguió hacerse la propiedad de la ribera del rio Bote.


La acampada fue muy linda porque el rio es precioso, el día estaba soleado, hacía calor así que nos pudimos bañar y disfrutar de la naturaleza. Armamos nuestra carpita, cocinamos polenta, solita porque ya casi no teníamos provisiones, no habíamos podido conseguir nada desde Rio Gallegos, es decir cinco días atrás.

Finalmente llegó el día, nuestra primera meta, llegar a El Calafate. Fue durísimo, porque la ruta sube y baja y además, para variar, había mucho viento en contra. Pero mucho de verdad, me tiraba la bici fuera de la ruta sin piedad. Nos costó mucho, pero le pusimos mucha voluntad y teníamos demasiadas ganas de llegar. Lo logramos y por suerte acá en El Calafate está Andre, anfitriona de Couchsurfing que muy amablemente nos recibe en su casa, además de sacarnos a pasear en auto y contarnos un poco cómo es vivir en El Calafate.


Ahora es tiempo de descansar un poquito y planificar la visita al Glaciar Perito Moreno, ambos lo conocemos, yo en particular lo vi muchas veces en mi vida tantas como para saber lo hermoso que es y lo mucho que vale la pena volver a visitarlo.

¡Gracias por leer!

 

 

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