El viento ya no se escuchaba y el pronóstico era alentador, mejoraría el clima notablemente y no habría fuertes ráfagas en los siguientes días. No perdimos ni un día más, preparamos nuestras bicicletas, hicimos las compras y nos fuimos hacia el salar más grande del mundo, el salar de Uyuni, Bolivia. Avanzamos muy rápido los kilómetros que hay entre la ciudad de Uyuni y la entrada al salar, en poco más de dos horas ya estábamos divisando el horizonte blanco lleno de sal. El acceso era bastante deplorable, yo que nunca había estado me decepcioné un poco, el camino estaba horrible con baches por todos lados, la bicicleta rebotaba y se golpeaba constantemente, todo lo que se veía estaba en muy mal estado, había basura por todos lados (bastante común en las carreteras de Bolivia), las casitas de los alrededores lucían abandonadas, parecía que hubo una invasión zombi en los últimos días. Y yo pensaba, “¿Cómo puede ser que la entrada al salar más grande del mundo sea ésta?” Pero, lo era