Un lugar llamado Filadelfia

Cansados, esa era nuestra situación. Estábamos cansados de estar tantos días seguidos en la ruta, pedaleando sin parar ni un solo día y además luchando con una ruta nada sencilla, muy ventosa y unas temperaturas superiores a los 35°C. 

Nuestro objetivo ese día era llegar a Filadelfia, allí había contactado con una pareja que ofrecía su casa y su tiempo en Couchsurfing. Tampoco sabía si ellos podrían recibirnos o no, porque pasamos muchos días sin internet y no tenía novedades, eso me preocupaba un poco porque yo soy la encargada de realizar este tipo de contactos y cuando fallan o no funcionan, la responsabilidad me pesa bastante. Pero bueno, lo importante era llegar, conseguir una conexión y ver qué pasaba.

Y pasó lo que suele suceder cuando uno está cansado; se rompió la bicicleta. La de Marqui dijo basta unos kilómetros antes de llegar a Filadelfia, la llanta de su rueda trasera venía sufriendo mucho, los rayos ya no aguantaban más, se habían roto varios y la rueda quedó completamente desencajada y descentrada. No existía manera de que girara en su lugar, se trababa con el cuadro de la bicicleta de tal manera que no avanzaba. Así que listo, allí estábamos, sin oportunidad de reparar algo, al costado de la ruta con un calor abrasador que te dejaba el cerebro frito. Habremos hecho dedo cinco minutos, Marqui estaba bastante afligido, pero con un tereré y unas galletitas se reconfortó un poco. 

Nos levantó un camión no muy grande pero lo suficientemente espacioso y vacío para subir nuestras bicis, nuestros cuerpos y compartir viaje con tres cachorritos, nos dejaron en el cruce entre la ruta principal y la carretera que va a Filadelfia. Nuevamente tuvimos que hacer dedo, pero cada vez quedaba menos. Pasaron tres vehículos, los dos primeros se detuvieron al vernos, tuvieron intensión de ayudarnos, pero no tenían espacio para subir las bicicletas así que no pudimos irnos con ellos. El tercer vehículo que pasó era una camioneta con un señor muy predispuesto a ayudar, sin dudarlo nos dijo que subiéramos las bicicletas a la caja de su camioneta y que nosotros iríamos con él adelante. Fantástico pensaba yo, no tuvimos tiempo de aburrirnos haciendo dedo porque todo fue muy rápido, de repente ya estábamos entrando al pueblo y como le habíamos comentado al señor que la rueda de Marc necesitaba un bicicletero nos llevó a ver a los dos que él conocía.

Estar en Filadelfia, después de estar en Bolivia y pedalear muchos días por la nada misma fue impactante. Nos maravillamos con las edificaciones, el orden y el supermercado. El supermercado nos deslumbró con tanta variedad de productos, entramos a chusmear pero era casi mediodía y estaba por cerrar así que no pudimos pasar mucho rato dentro. Nos reíamos porque éramos dos personas extrañas que no encajábamos ni un poco en el entorno y sorprendidos con todo, parecía que no habíamos visto una ciudad en toda nuestra vida. Sin dudarlo mucho nos metimos en el patio de comidas, iba por peso y había de todo para elegir. Llevábamos días comiendo galletitas y fideos, por ello nos dimos un rico festín. Yo me tiré de cabeza a la mandioca y al feijón, me teletransporté a Brasil y comí muy contenta. 


En el lugar había internet libre, otra cosa que nos sorprendió bastante, y me pude comunicar con la pareja de Couchsurfing, quienes nos contestaron muy rápidamente que vayamos a su casa cuando queramos, nos dieron la ubicación y listo. ¡Qué alivio! Habíamos preguntado el costo de una habitación en un alojamiento del pueblo pero se nos iba mucho del presupuesto, más sabiendo que la bici de Marc iba a necesita varios días para ser reparada porque ya era viernes, o sea, hasta el próximo lunes no tendríamos novedades. En fin, que pudieran acogernos en su casa era un regalo enorme para nosotros.

Dejamos la bicicleta de Marc en el predio del super y el patio de comidas, como dije, la rueda no giraba, era como arrastrar un elefante muerto. Además, en el poquito tiempo que llevábamos en el pueblo ya habíamos charlado con varias personas, una de ellas era quien trabajaba en la seguridad del supermercado y nos sentimos muy seguros de dejar todo allí. Nos fuimos caminando con mi bici hasta la casa de Juli y Rudolf, se sorprendieron al ver que veníamos con una sola bicicleta y ni bien les explicamos que la de Marc estaba fuera de servicio Rudolf se fue en su camioneta con Marqui para ir a buscarla. Por mi parte tarde muy pocos minutos para sentirme cómoda en su casa, me pude bañar y después pude charlar un poco con Juli de cara al aire acondicionado. ¡Qué placer!

Para quien no lo sepa, aclaro que Filadelfia es una comunidad Menonita. Es fácil decirlo, pero estando allí me di cuenta qué poco sabia al respecto. Es curioso porque yo entendía que estaba en Paraguay, pero era como no estarlo. La gente de allí, su fisionomía es otra, la mayoría son de ojos claros, preciosos casi transparentes, sus cabellos también son claros y cuando los escuchas hablar se te desorienta el cerebro porque ¡hablan alemán mientras toman tereré!

Compartiendo los días con Juli y Rudolf aprendimos mucho de la historia de sus abuelos y padres, del sufrimiento de los Menonitas tratando de encontrar un lugar en el mundo donde no se los persiga, donde puedan tener libertad de culto y vivir en armonía y respeto. Su historia es muy triste y dura pero, honestamente, ver lo que han logrado en un paraje tan inhóspito como el chaco paraguayo es admirable. Estamos hablando que es una zona donde no hay prácticamente agua, dependen del agua de las lluvias que cada vez son más irregulares y las sequías más largas. Sin embargo, ahí están, dedicándose a la ganadería y sacando a flote una comunidad que cada vez crece más y más, que contribuye con las comunidades indígenas de sus alrededores y que progresa año tras año. Personalmente aluciné con las instalaciones del pueblo, tienen hospital, escuelas, museos, un centro oftalmológico (en el que Marqui se miró su ojo), oficina de correos, supermercados, casa de cambio, iglesias, y ¡hasta un geriátrico! Era como estar en un pueblo europeo, la verdad, sorprendente.

Algo que también tienen y que por eso es un lugar que se quedará grabado en mi corazón para siempre es, buena gente. Para llegar a Filadelfia hay que desviarse algunos kilómetros de la ruta principal, pero desde que entramos a Paraguay sabía que quería ir. Resulta que en pleno cruce de frontera entre Bolivia y Paraguay tuvimos que esperar una hora porque al medio día cierra y llegamos justo al mediodía. En la espera se nos acercó una familia muy simpática, eran varios, todos ellos rubios y altos, yo me había quedado mirándolos para escucharlos hablar y así descifrar de dónde eran, pero cuando se les acercó la oficial de inmigración y ellos dieron sus cédulas paraguayas se me llenó la cabeza de preguntas. Entre ellos hablaban algo que a mi entender sonaba al alemán, estaba en mis cavilaciones y desconciertos cuando uno de ellos nos habló en español. Yo dejé de entender muchas cosas, pero también dejé de pensar y tratar de descifrar cómo es que no se parecían a los paraguayos que había conocido en Argentina o en Brasil y me dispuse a charlar con ellos. Nos contaron que eran de Filadelfia, nos sacamos fotos y nos preguntaron mucho sobre nuestro viaje. Eran muy simpáticos la verdad, nos regalaron dos pomelos enormes que no sabíamos bien cómo comer y antes de irse nos dejaron unos turrones de maní que fabrican ahí en Filadelfia y que están espectaculares. Fueron tan amables, tanto los adultos como los adolescentes que formaban parte de la familia, que la idea de visitar Filadelfia se afianzó aún más en mi cabeza. Estaba decidido, iríamos a conocer.

La frutilla del postre fue poder quedarnos en la casa de Juli y Rudolf porque con ellos pasamos días hermosos, pudimos conversar mucho, aprender y compartir varias historias. 

Un día nos llevaron a su estancia para que veamos sus animales, había vacas, chanchos, cabras, ovejas y un caballo que no quiso sacarnos a pasear y eso que lo intentamos, pero con Marqui somos muy blandos y el caballo hizo lo que quiso y claramente no quería salir a caminar.  

Juli cocinó un guiso al fuego (yo sólo posé para la foto) y después fuimos a conocer un sitio histórico de la zona, de triste historia porque es de la época de la guerra entre Bolivia y Paraguay, pero muy interesante. También vimos (y olimos) a los pecaríes y taguás, para quien no sabe qué son, les cuento que son mamíferos, algo así como jabalíes, a grandes rasgos.

No quiero divagar mucho más porque ya veo que estoy mezclando relatos, tiempos y lugares porque quiero contar todo lo que hice en Filadelfia, todas las personas con las que hablé y no se puede, porque los voy a marear y aburrir.

Nuestra estadía en Filadelfia estuvo cargada de encuentros, asados, charlas, paseos, mucha carne, helado y mucha buena onda.

Escuché muchas veces la frase “en el chaco no hay nada” y no me gusta, porque es una región que tiene algo muy valioso y que escasea bastante en el mundo de hoy, y es la buena gente. El chaco tiene buena gente y por eso valió la pena ir, pedalear la zona, aunque haya sido durísima, aunque pasamos frio y calor por igual, y aunque el paisaje plano fuera por momentos monótono. Valió la pena porque personas como Juli y Rudolf no se conocen todos los días.

 

Mi hogar es donde comienza la vida, donde vive el amor, donde hay risas, donde se baila y donde hay sueños. Donde se comparten lindos momentos y los amigos son siempre bienvenidos. En el hogar es siempre mejor.  

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