Hay días en los que quiero patear la bicicleta, prenderla fuego, tirarla por un precipicio, que la pise un camión, entre otras cosas. Ese día estaba siendo uno de ellos, es que el desafío que se nos estaba presentando, al menos para mí, era demasiado. Físicamente hablando era duro porque en pocos kilómetros debíamos ascender más de mil metros, sumado a eso el camino era de ripio, dígase ripio y entiéndase piedras y arena. No sé cuál es peor. Comencemos por el comienzo, estábamos en San Juan, y hacía tiempo habíamos decidido que no pedalearíamos por la famosa ruta 40 porque atravesaba la capital de la provincia y eso significaba mucho tránsito, mucho ruido, mucha gente y mucho de todo eso que no nos gusta. Por eso elegimos esa otra ruta alternativa, la ruta provincial 412. Y allí estábamos, en aquella ruta que en un momento decidió transformarse en piedras y sólo piedras. Salimos bien temprano por la mañana, el objetivo era subir hasta el nivel de mayor altura y bajar en el mismo