Quién me mando a hacer esto?


 Hay días en los que quiero patear la bicicleta, prenderla fuego, tirarla por un precipicio, que la pise un camión, entre otras cosas. Ese día estaba siendo uno de ellos, es que el desafío que se nos estaba presentando, al menos para mí, era demasiado. Físicamente hablando era duro porque en pocos kilómetros debíamos ascender más de mil metros, sumado a eso el camino era de ripio, dígase ripio y entiéndase piedras y arena. No sé cuál es peor.

Comencemos por el comienzo, estábamos en San Juan, y hacía tiempo habíamos decidido que no pedalearíamos por la famosa ruta 40 porque atravesaba la capital de la provincia y eso significaba mucho tránsito, mucho ruido, mucha gente y mucho de todo eso que no nos gusta. Por eso elegimos esa otra ruta alternativa, la ruta provincial 412. Y allí estábamos, en aquella ruta que en un momento decidió transformarse en piedras y sólo piedras.

Salimos bien temprano por la mañana, el objetivo era subir hasta el nivel de mayor altura y bajar en el mismo día, porque a Marc le preocupaba mucho el frio que podríamos sufrir si dormíamos tan alto en las montañas. Dicho en números, el objetivo era algo así como hacer 86 kilómetros con un ascenso de 1.096 metros de altura sobre el nivel del mar. O sea, los primeros 51 kilómetros era de total subida y después vendría la bajada. Para ser honesta, mi cabeza me susurraba constantemente que era un objetivo demasiado ambicioso, más que nada por la dificultad del relieve, cuando la ruta no está asfaltada uno no sabe con qué calidad de ripio se va a encontrar.

Traté de sacudir todas las preocupaciones de mi cabeza, pero ni bien empezó la abrupta subida entre piedras mi cerebro colapsó, en realidad colapsó cuando me di cuenta de que Marc me sacaba muchos metros de distancia y se me perdía en el horizonte. Él iba dándolo todo, porque puede, porque está más fuerte que el vinagre, y porque realmente le preocupaba dormir allá arriba con el frio que nos habían dicho que podría hacer, creo que él iba muy preocupado por eso y por eso mismo estaba pedaleando como un loco haciendo un esfuerzo titánico por marcar un ritmo que yo no conseguía ni alcanzar. 

Esa simple situación fue suficiente para que yo me hundiera en una red de pensamientos poco positivos sobre mi persona y mi estado físico, algunas veces es muy complicado no compararse, pero estando así en un estado bastante pesimista comencé a compararme con Marc, que encima es hombre, y es real que tiene superioridad física si lo comparamos conmigo y es normal, pero bueno en ese momento todo me pesaba, las piernas y mis pensamientos poco alentadores.

Entonces comencé a conmemorar esos momentos en los que pedaleaba sola, muchas veces la gente piensa que es más fácil viajar acompañada, pero déjenme decirles que eso es un mito. Viajar sola es mil veces más fácil que hacerlo acompañada. Lo que sucede es que hacerlo en compañía es más divertido y gratificante, más si tenés un Marc al lado que es la persona más amable y amorosa que conozco. Pero si nos referimos a la practicidad, andar sola es mucho más fácil, y la razón no tiene mucho misterio, es que estando sola una hace lo que se le da la gana absolutamente todo el día. En pareja no es tan así, y peor aún si estás haciendo alguna actividad física.

Ahí estaba yo, intentado esquivar las piedras gigantes del camino casi con el mismo esfuerzo con el que intentaba esquivar los pensamientos oscuros que me acechaban. Y Marqui allá, lejísimos. Cada metro que él se me alejaba significaba más presión sobre mí, porque yo sentía que tenía que alcanzarlo, tenía que mejorar el ritmo si queríamos lograr el objetivo del día y no congelarnos por la noche. La presión que me autogeneraba crecía con cada piedra que lograba esquivar.

Me puse música para intentar relajarme, pero eso sólo me alejó aún más de Marc porque me demoré mucho poniéndome los auriculares, además de hacer pis y ponerme protector solar… sentía que todo lo que hacía me convertía en una tortuga renga, era desesperante, pero estaba dando lo mejor de mí.

Después de algunos kilómetros que fueron pocos pero parecieron muchos, vi que Marc me estaba esperando en una construcción de adobe abandonada, como para que descansemos, creo que en ese momento la Maria frustrada le escupió algún comentario tipo “¿estás apurado?” lo cual tiñó la parada de mala onda y silencios incómodos, eso me hizo sentir peor, si es que eso era posible. De todas maneras, me devoré medio paquete de galletitas dulces para ver si el azúcar me daba un poco de energía para poder alcanzar el ritmo de Marqui. 


Volvimos a pedalear, las vistas estaban transformándose y eran preciosas, estábamos subiendo bastante y la verdad es que el paisaje estaba fantástico, lástima que como era tan mala la calidad del camino apenas podía levantar la vista de mi rueda delantera para apreciarlo. 


Las piedras le dieron paso a la arena, entonces en dónde parecía que hubo algún afluente de agua el camino se llenaba de arena a tal punto que se enterraban las ruedas de la bici, no olvidemos que la subida era constante, lo cual complicaba todo aún más. Automáticamente me saltaron las alarmas y comencé a preocuparme porque parecía que cada vez había más arena y menos piedras. No es que me gusten los caminos de piedras, pero la arena hacía que pedalear se volviera aún más pesado, a tal punto que por momento las ruedas se clavaban y debíamos bajarnos de la bici. Yo miraba a Marqui allá a lo lejos y él también estaba sufriendo el cambio de suelo, porque veía que en algunos tramos él también se bajaba de la bici.

Alrededor de la una de la tarde paramos a comer, se había levantado mucho viento, en contra por supuesto, y con mucha suerte en el medio de la nada misma se erigía una construcción de cuatro paredes, era lo suficiente y más para poder almorzar a la sombra y al reparo del maldito viento. Nos detuvimos, estábamos reventados, hablábamos poco porque no había mucho que decir, no estaba siendo nuestro mejor día de pedaleo. Nos preparamos la ensalada de cada día, picamos algunas galletitas de agua, luego las dulces que quedaban y en breve Marc se levantó como un resorte y empezó a ordenar y preparar todo para seguir pedaleando. Yo estaba muerta, desplomada en la silla con muy pocas ganas de hacer algo, ni siquiera tenía voluntad de levantarme de la silla. Pero, como decía antes, viajar de a dos no me permite hacer lo que se me da la gana en cualquier momento, por ello, me dejé llevar por el apuro de Marc. Me arrepentí mucho de no plantarme y decir “yo no puedo ni quiero seguir más”. Son cosas que hay que aprender, y una aprende con el tiempo y con las experiencias, desde ese día sé que no me va a volver a suceder una situación así, que lo mejor hubiera sido plantar bandera allí mismo y al otro día seguir encarando la subida. Eso era básicamente lo que realmente quería hacer.

Volvimos a la ruta, el viento estaba muy intenso complicándolo todo aún más, si es que eso era posible. Entonces la ruta se transformó en un arenal, todo era arena, esa arena polvo que se pega a todos lados, tan blanda que la rueda se clavaba abruptamente ni bien la pisaba. Una tortura. Marc ya estaba lejos, yo me sentía un ancla. La bicicleta se me enterraba, tenía que arrastrarla a través de la arena para poder avanzar de a poquito, no olvidemos que íbamos subiendo, además el viento insistía y el sol me picaba la piel. Colapsé. Me empezaron a caer lágrimas suaves por la cara, arrastraban polvo y protector solar, arrastraban mi tristeza e impotencia, arrastraban un sentimiento de estar haciendo todo tan mal, me sentía culpable de estar yendo tan lento que Marc iba a pasar frio esa noche en la altura porque yo no pude pedalear más rápido. ¡Cuánta presión! Se me empañaron los anteojos y me detuve, no había donde apoyar la bicicleta porque no había absolutamente nada a nuestro alrededor, aquella casita sin techo que habíamos dejado atrás había sido la última oportunidad de reparo y cobijo en aquella desoladora ruta, y como dije, la habíamos dejado atrás. Acomodé la bici como pude en un costado de la ruta y me senté a llorar, con mucho ímpetu. No sé cuánto tiempo pasó hasta que Marqui se dio cuenta de que yo ya no lo seguía, perdí la noción del tiempo entre tantas lágrimas y arrepentimientos, había lágrimas viejas y nuevas, unas con sentido y otras no tanto. Había muchas lágrimas, contenidas desde vaya uno a saber cuándo. Incluso recuerdo que me sentí tonta ahí llorando, me acordé de cuando salía a andar en bicicleta con mis hermanos y me enojaba porque ellos me dejaban atrás y yo les gritaba ¡chicos espérenme!

Apareció Marc a mi lado, me abrazó y yo le pedí disculpas por no ir más rápido. A lo que él me respondió con mucha dulzura que el error había sido de él. Me llevó mi tiempo volver a centrarme, charlamos un poco las posibilidades, podríamos volver al sitio donde habíamos comido, pero tenemos un lema que dice algo así como “Para atrás jamás”, por lo tanto, decidimos seguir para el frente, siempre para adelante. Si aparecía algún lugar donde refugiarnos del sol y del viento nos quedaríamos allí.

El soñado refugio nunca apareció y de a poco fuimos sumando kilómetros, lo bueno es que íbamos juntos, la ruta se puso intransitable, tanto que íbamos por los costados entre los arbustos achaparrados que crecían alrededor. De repente era todo arena y más arena, sólo podíamos empujar. Poco a poco fuimos avanzando bien, juntos, charlando, casi como de paseo. Eso me reconfortó bastante.

Las horas pasaron y comenzó a hacer frio, no aparecía ni un lugarcito como para poner la carpa, no había dónde detenerse, la verdad es que la única opción era llegar hasta el punto máximo de la subida donde sabíamos que existía un puesto de gendarmería, y una vez allí confiar en que los gendarmes nos dejen poner la carpa en algún lugar con reparo. Era todo muy arriesgado. Pero a esa altura era lo que debíamos que hacer, cueste lo que cueste.

Yo no paraba de pensar en el sitio del almuerzo, en que plácidamente habría armado la carpita allá abajo para evitarme las prisas que nos torturaban en ese momento. Porque ahora las prisas eran reales, el sol estaba bajando y estábamos rodeados de montaña, o sea el sol se iba a esconder antes de tiempo.

¡¡Cuánto estrés!!

Me volvieron los nervios, ahora estábamos apurados de verdad. La pendiente dejó de ser tan agresiva y la arena dio paso a un suelo un poco más firme, con algunos bancos de arena, pero en su mayoría todo pedaleable. Así que le metimos, con ganas y convicción, pero yo ya estaba cansada. Las piernas estaban agarrotadas y hacia mucho frio, pero igual tenía calor, transpiraba del esfuerzo físico que estaba haciendo y la ropa me molestaba y por eso andaba desabrigada. Eran alrededor de las seis de la tarde y todavía nos quedaban varios kilómetros más, se había nublado, todo estaba gris, oscuro y frio, en las montañas se veía como si lloviera, “lo que nos faltaba”, pensé. De repente Marqui me pregunta si me cayó una gota, le dije que no y me preocupé, pasaron unos segundos y me dice que a él le está lloviendo. No lo podía creer, nos detuvimos un momento y nos dimos cuenta de algo peor. 


La rueda de Marc, que ya venia con un huevo gigante en la cubierta, se reventó, se hizo un tajo enorme en el lugar del huevo y comenzó a escupir el liquido autosellante ese que le habían puesto dentro, era un desastre, una lluvia de plasticola blanca, sus piernas estaban todas salpicadas (eso era lo que le llovía) y la rueda no paraba de perder liquido y aire. Todo un drama en el peor momento posible porque íbamos a contrarreloj, definitivamente ese no era ni el lugar ni el momento ideal para que la rueda nos dé problemas, porque además por esa ruta no pasaba absolutamente nadie como para encontrar ayuda. Paramos la hemorragia como pudimos, terminamos llenos de pegamento con restos de arena y polvo, todo pegado, pero Marc pudo seguir pedaleando. Todo un alivio.

Yo me mantuve en mis cabales hasta que las piernas me empezaron a fallar, la ruta se puso en plan sube y baja y yo ya no daba más, seguía desabrigada pero con calor y creo que eso me hizo muy mal porque me agoté. Mis ultimas palabras fueron “estoy exhausta”.

No puedo explicar bien qué es lo que me pasó, me detuve, me temblaban las piernas, las manos, comencé a llorar y casi que no podía estar de pie. Acosté la bicicleta en el suelo (¿o se me cayó?) y me arrodillé en el piso, temblaba toda, estaba agotadísima, a un nivel que no podía ni erguirme. De repente sentía mucho frio, normal, hacía mucho frio, pero yo venía como si estuviera pedaleando en el Caribe. Marqui me abrigó al instante, me tapó toda e intentó darme calor, yo estaba en una postura que hasta me costaba respirar. Fue tremendo, me faltaba el aire, tenía un nudo en la garganta y un colapso mental que no logro explicar ni entender. No sé qué me paso. Me fui de este planeta, miraba el suelo perdidamente y respiraba como Darth Vader. Entonces Marc sacó su carta ganadora y me enchufó uno de esos geles que toman los ciclistas en sus competiciones, un potaje de azúcar sabor frutilla que me pegó un subidón increíble. Eso, más el calorcito, porque de repente estaba toda vestida y llena de camperas puestas, me devolvió el alma al cuerpo. Pude ponerme de pie y caminamos un poquito con las bicis al lado hasta que me reconforté.

“Pobre Marqui”, pensaba yo.

Lo hicimos, llegamos al puesto de gendarmería ubicado en Tocota. Habíamos completado los 51 kilómetros de subida luego de más de 10hs. Ya no había sol. Habíamos sufrido mucho pero allí estábamos. Ni bien nos asomamos al destacamento salió un señor a recibirnos. Charlamos un poco y nos indicó una casa donde podríamos poner la carpa dentro si queríamos. Nos invitó a pasar a la casita que tienen ellos allí, había otros gendarmes más, la chimenea estaba encendida y nos dijeron que nos calentáramos un poco. Mientras nos brindaron agua para tomar, porque ya no teníamos más, y agua caliente para que podamos tomar algo calentito inmediatamente. La verdad es que fueron muy amigables, el señor mayor, que parecía ser quien dirigía todo ahí, me preguntó si me sentía bien, claramente yo estaba destrozada y se me veía en la cara.

Nos habíamos exigido mucho ese día, nos habíamos impuesto unos objetivos demasiado elevados, sin necesidad, no sé la verdad que pensábamos, porque reflexionándolo ahora me parece absurdo haber creído que haríamos toda la subida en un día y que nos sobrarían horas de sol para hacer la bajada. Creo también, que la dificultad del camino complicó mucho las cosas. En lo personal fue un logro haber llegado hasta allá arriba en una sola jornada, de haber estado sola por supuesto que hubiera parado antes y lo habría hecho en dos días con mucho menos sufrimiento y quizás hasta lo hubiese disfrutado. De todo se aprende.

Fuimos a la casita que nos habían indicado los gendarmes, preparé un té de manzanilla, bien caliente, tenía los huesos helados. El refugio tenía un hogar para hacer fuego, así que juntamos leña e hicimos un hermoso fueguito, armamos nuestras sillas y nos quedamos así, sentados frente al hogar encendido un buen rato, en silencio. Estábamos cansadísimos. Luego de recuperar un poco la temperatura corporal y hacer cada uno sus reflexiones personales nos pusimos las pilas y activamos el campamento y la cena. Preparé un guiso muy potente con pasta, porotos, zanahoria y tomates secos, tenía hambre y quería llenarme bien la panza para sentirme mejor. 

Nos fuimos a dormir tranquilos y agradecidos de semejante refugio, entonces Marc me dijo “no pongamos ninguna alarma para mañana”.

Me desperté al día siguiente y Marqui no estaba en la carpa, normal, era re tarde, se ve que me fui a dormir tan exhausta que me costó despertar. Desde mi bolsa de dormir escuchaba a Marc poniendo leña al fuego y preparando café, fue un momento hermoso. Desayunamos tranquilos frente al fuego, con mucha calma, hacía mucho frio afuera y el sol tardó en asomarse porque las montañas que nos rodeaban eran altísimas.

Una vez que recogimos todo fuimos a saludar a los gendarmes y a decirles que nos íbamos, me sorprendí mucho cuando el señor me preguntó si comíamos pan, a lo que le dije que sí, y se apareció con un pan casero enorme, hecho por ellos mismos. Yo que siempre critico a la gendarmería esta vez me toca agradecerles el haber estado ahí, en el medio de la nada y haber sido tan amables con nosotros. 



Nos despedimos contentos y comenzamos a bajar, al fin llegó la bajada…

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