Un oasis en Mendoza

 


Estamos en una finca en La Consulta, San Carlos. Hace días que no estamos en ruta, hace días que no escribo nada, pero me estoy “obligando” a hacerlo porque es importante hacerlo en el momento adecuado. Sino los sentimientos se oxidan y uno se olvida rápido de las alegrías, pareciera que los dramas se recuerdan mejor que los buenos momentos, por eso quiero escribir ahora. Para que no se me olvide este sentimiento de gratitud y de alegría por estar compartiendo tiempo con una familia amorosa.

Hace meses estábamos en Gobernador Gregores, luchando contra el viento, sufriendo la provincia de Santa Cruz, y lidiando con la bicicleta de Marc que no paraba de romperse, ¿se acuerdan? Yo sí, bastante. La última noche en aquel pueblo, con la bicicleta finalmente reparada, fuimos a una rotisería a cenar, para tomarnos una birra y festejar que al otro día podríamos volver a la ruta, luego de haber estado tres días deambulando por el poblado. Nosotros y muchísimos viajeros más íbamos a pasar la noche en la estación de servicio, la rotisería estaba en frente y allí conocimos a una familia mendocina que viajaba en camper. No tardamos mucho en ponernos a conversar, como si nos conociéramos de toda la vida. Fue entonces cuando nos dijeron que cuando lleguemos a Mendoza los visitáramos. En ese momento nosotros estábamos pasando por tiempos duros, muchas complicaciones, muchos desafíos y no estábamos seguros de nada, estábamos dando lo mejor de cada uno, pero no estaba siendo precisamente sencillo el viaje, de todas maneras, les dijimos que sí, que los visitaríamos. Intercambiamos los teléfonos y nos despedimos, bastante animados. Creo que la familia no se dio cuenta de lo que lograron porque desde ese día nuestro objetivo fue llegar a Mendoza. Transformamos esa invitación en una motivación, realmente necesitábamos una motivación, porque estábamos allá peleando con vientos tremendos, en contra siempre, pensando en la maravillosa vida que teníamos en Tailandia y deseando tomarnos un avión de regreso lo antes posible. Nos consolábamos recordando las playas, la gente, el calor… en fin. Estábamos hundiéndonos y esa invitación nos ayudó mucho, porque si bien hay gente que te dice “cuando pases por tal lugar visitanos” en este caso fue algo real porque Romina nos escribió cada semana, nos preguntaba cómo estábamos, por dónde íbamos y nos alentaba a seguir viaje. Creo que ella no era consciente de la responsabilidad que le adjudicamos a su interés por nosotros y nuestro viaje.

De hecho, cuando llegamos a la provincia de Mendoza lo primero que pensamos fue que ya quedaba poco para llegar a su casa, mientras ella nos incentivaba diciendo que quedaba poco para que podamos descansar y pasarla bien con ellos. De repente nos encontrábamos a 85 kilómetros de su pueblo, era viernes, yo le avise dónde estábamos para preguntarle si estarían ese fin de semana en su casa, si preferían que llegáramos el sábado o el domingo o cuando ellos pudieran. A lo que Romina me contestó que llegáramos cuando quisiéramos, entonces le confirmé que al otro día llegaríamos a su casa. Resulta que ese día ellos planeaban viajar a Neuquén a hacer trámites, pero no les importó, me dio la ubicación de la casa y me dijo que su madre nos la abriría, que le avisemos más o menos cuando estemos cerca para que la señora se acerque y nos reciba. En ese momento eran las 9 de la noche, nosotros estábamos en nuestra carpa ya por dormir y no podíamos creer que nos abrirían su casa, sin conocernos realmente. Entonces Romina me escribió de nuevo y me dijo “los pasamos a buscar ahora, se comen un asadito con nosotros y ya mañana están en la casa y descansan todo el día” Marc casi se levanta y desarma la carpa en dos minutos para esperar a que Gustavo y Romina nos pasen a buscar, yo me reía y le dije que mejor llegábamos pedaleando mañana, que no se preocupen por nosotros y que podíamos comer asadito cuando ellos volvieran de Neuquén el domingo. Romina insistió bastante hasta que la convencí y quedamos en que al otro día igual nos cruzaríamos en la ruta porque ellos pasarían por ahí sí o sí en su camino. La verdad es que estábamos muy cansados, ese día habíamos pinchado ruedas, pedaleado contra el viento y estábamos durmiendo en un lugar medio feo al costado de la ruta, así que nos dormimos rápido, pero se percibía en la carpa la energía y las ganas de llegar a la casa de Romina, al fin alguien nos estaba esperando.

A primera hora los cruzamos en la ruta, nos abrazamos como amigos de siempre y nos dijeron que su mamá estaba al tanto para abrirnos la casa, que nos pongamos cómodos, que nos sintiéramos como en nuestra casa y que descansemos. Pedaleamos con unas ganas, una energía y una constancia que casi no paramos a descansar ni almorzar. Íbamos re entusiasmados, apurados por llegar, encima la ruta estaba difícil, mucho tránsito, era estrecha, subía y había un viento insoportable. ¡Qué pesado el viento!

Lo logramos, llegamos a la casa de los chicos, yo pinché de nuevo unas cuadras antes de llegar, así que llegué con lo justo, inflando la rueda y pedaleando como una inhumana para que no se desinfle, las rosetas nos vienen castigando mal. Sudando mares encontramos la casa, que no era una casa así como quien dice “una casa”, sino que, es una finca o una casa de campo, por así decirlo. Los perros se pusieron un poco locos al principio, pero luego apareció la mama de Romina, una mujer joven, super simpática con tres niñas, y se calmaron bastante.  Yo me acordaba que los chicos tenían hijas, pero no me había quedado con las edades, nos mostraron la finca, los animales (chanchos y un caballo) charlamos un poco y se fueron. Ahí estábamos nosotros, solos en una finca rodeada de viñedos. Al instante Romina se comunicó con nosotros insistiendo en que descansemos, que nos habían dejado asado en la heladera, que nos sintamos como en casa, que tomemos vino y que disfrutemos.

Nos costó relajar porque es difícil la sensación de estar en casa ajena, más sabiendo que no conocíamos mucho a los dueños y que ellos no estaban. Estábamos bastante anonadados, pero bueno, igual nos duchamos y comimos la carnecita buena que nos habían dejado en la heladera. No hubo coraje a abrir un vino, hay tantos vinos en la casa, pero no nos animamos a tocar ninguno, no nos parecía correcto, también había una pata de jamón, para cortar y disfrutar, pero tampoco tuvimos el descaro de atacarlo. Somos un poco así con Marqui, cero atrevidos. Ya demasiado nos estaban ofreciendo, dándonos la confianza de meternos en su casa sin ellos como para tomarles un vino, mejor esperar y compartirlos con ellos.

Al otro día era domingo y poder despertar solos, limpios, sin prisas y desayunar un cafecito con vistas a las montañas y los viñedos fue impagable. Es decir, nos sentíamos tan afortunados y agradecidos porque nos hayan ofrecido un lugar así de hermoso que casi no podíamos creer donde estábamos. Aprovechamos a descansar como nos habían dicho hasta que llegaron los dueños de la casa por la tarde. No sé cómo explicar lo cómoda que me sentí con ellos desde el minuto cero, es que se trata de esa gente simpática, abierta, amable y amorosa. Son ese tipo de gente con el que pasar tiempo es divertido, no te incomodan, no te condicionan, son gente simple. Sin más.

Esa tardecita nos llevaron a pasear al pueblo y terminamos tomándonos unas birras en un barcito a orillas del rio Tunuyán con unos amigos de ellos, después nos encontramos con las hijas y las conocimos al fin. Tres personajes inigualables, cada una con su carácter, pero las tres muy amorosas. La más pequeña, Maria de 6 años, no paraba de repetirnos “ésta es su casa”.

Una semana se cumplió ya desde que llegamos, hicimos de todo con ellos. Comimos asado reiteradas veces, probamos vinos riquísimos, visitamos la bodega San Carlos Sud en una visita muy exclusiva porque Gustavo trabaja con la empresa, así que fue algo espectacular. Pudimos ver la elaboración del vino en directo, porque la gente estaba trabajando en el momento de la visita, pudimos probar las uvas que llegaban en camiones, también probamos el jugo de uva antes de la fermentación y finalmente degustamos unos vinos de una calidad increíble, directamente de los tanques que abrieron exclusivamente para nosotros. Yo seguía sin poder creer la suerte que estábamos teniendo. 

Para seguir aprendiendo sobre vinos también nos llevaron a comer a la finca de unos amigos suyos, una finca rodeada de viñedos, donde los trabajadores estaban a pleno cosechando las uvas. Unas uvas que parecían arándanos y que dicen que sirven para elaborar una calidad de vinos que se venden a precios insólitos fuera del país. Así que nos paseamos por los viñedos, aprendiendo un poco más, viendo a los cosechadores trabajando a contra reloj bajo el sol, cargando canastos llenos de uvas, algunos cortan los racimos con tijera otros con los dedos, pero todos lo hacen con ímpetu porque cuando llenan un canasto les dan una fichita que al terminar la semana canjean por dinero. 


 

También paseamos mucho por el pueblo de La Consulta y alrededores, conocimos el Manzano Histórico, un lugar muy bonito paisajísticamente hablando pero también muy importante para la historia argentina porque por allí mismo cruzó el Gral. San Martín la Cordillera de los Andes en su campaña libertadora, de hecho, se dice que allí mismo fue donde descansó luego de entregar la campaña al Gral. Bolívar en Perú. La zona esta buena para hacer algunos senderos, dijo Romina, que nos señaló con ímpetu que existían miradores de fácil acceso, caminando un poco. Como caminar no es lo mío, seguimos paseando por el pueblo y después nos adentramos aun más en la cordillera, pero en camioneta. Ella todavía se ríe de mi negativa, pero hacia calor, en los cerros no hay sombra y estábamos en otro plan diferente al de caminar y transpirar. Estábamos de días de descanso, eso dijeron y yo, si hay que descansar, me lo tomo en serio. 

Además de pasear bastante también compartimos mucho tiempo con ellos en sus rutinas familiares, intrusamos la familia para participar de sus rituales diarios, como la pelea diaria para que se levanten para ir a la escuela, que hagan sus tareas o se bañen, las discusiones entre hermanas… fuimos testigos de todo e incluso a veces querían usarnos de testigos de verdad para que actuáramos en defensa de alguna o de otra. Por supuesto que siempre tratamos de ser parciales o hacernos los ciegos, sordos y mudos, en territorios así es mejor no tener enemigos. 


 

Hubo un día en el que según ellos nos explotaron, pero según nosotros fue un gran día porque aprendimos a hacer conservas. Me encantó la idea de aprovechar las frutas o verduras de estación y conservarlas para el invierno. Da trabajo, pero la verdad es que entre música, vinos, fernet y buenas charlas el tiempo se nos pasó volando. Después probamos algunas y quedaron riquísimas, hay unas picantes que cuando se las coman en el invierno, o el año que viene, espero se acuerden de nosotros. 

Por nuestra parte, siempre las vamos a recordar, a las niñas, a Romina y a Gustavo, porque nos abrieron las puertas de su casa, pero de verdad, nos dejaron entrar a su familia y eso es muy valioso y único para nosotros. Hace años que viajo de acá para allá y cuando conectas con gente así, sé que es para siempre. Ojalá algún día pueda devolver todo el amor y la hospitalidad que nos han regalado esta maravillosa semana, porque así lo sentí, como un regalo en el medio de este viaje que es mi vida.

Sólo me resta por decir GRACIAS, GRACIAS Y GRACIAS a Romina, Gustavo, Guada, Calú y Maria. Aprendimos mucho de ellos, no sólo a saber tomar un buen vino, sino a saber ser buenas personas, desinteresadas y generosas. Aprendimos más del amor. Gracias.

 

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