Bienvenidos (y no tanto) a San Juan


 Nos dimos cuenta de que habíamos dejado Mendoza atrás cuando empezó el asfalto… veníamos por la ruta nacional 149 y resulta que los últimos 30 kilómetros en Mendoza son de piedra y polvo, hermoso. Por supuesto se sumó el viento en contra, pero de a poquito fuimos avanzando y llegamos a San Juan, empezó el asfalto otra vez, pero en el horizonte se veía la nada misma, no pasaban autos por esa ruta, el viento estaba fuertísimo y era todo piedra y piedra, algún que otro arbustito castigado por las inclemencias del clima y poco más. Se suponía que comenzaba la bajada, porque veníamos subiendo hacia dos días, pero con tanto viento en contra había que pedalear igual, avanzamos a duras penas 3 kilómetros, la tarde se nos escapaba de los dedos y el sol se escondía en las montañas muy rápidamente, estábamos cansadísimos por el esfuerzo en el ripio y la ruta no parecía ofrecernos ningún refugio o reparo del viento infernal. Hasta que lo vimos, a la izquierda del camino, en lo alto, un container con una galería de troncos. Nos pareció el mismísimo paraíso porque en ese momento íbamos a quedarnos re tirados en la ruta sin reparo, sin protección del viento y poniendo la carpa en un suelo de piedras durísimas.

Encontramos la entrada del refugio, era un refugio de los guardaparques, porque se suponía que estábamos dentro del Parque Nacional El Leoncito, según un cartel en el camino. Subimos con las bicis por el camino con la esperanza de que haya alguien a quien pedirle ayuda, pero no había ni un alma en el lugar, estaba todo cerrado con llave y candado. Estábamos completamente solos en una inmensidad tremenda, porque ese día habremos visto dos o tres vehículos en esa ruta, no más. Era bastante tarde así que empezamos a armar campamento, nos higienizamos un poco para sacarnos el polvo de las piernas, la cara y los brazos, estábamos hechos una mugre. En el refugio había un fogón y leña, por lo tanto, me puse a calentar agua para unos mates a fuego lento. Mientras tomábamos unos matecitos calentitos y comentábamos la suerte que habíamos tenido de encontrar ese lugar escuchamos un estruendo muy fuerte proveniente de la ruta, miramos y había un vehículo que se detuvo de repente, claramente había roto algo y no podía avanzar más. Los observamos un poco y nos compadecimos de los que iban dentro porque era muy poco probable que a esa hora pasara alguien a ayudarlos, además en la zona no hay señal de teléfono o alguna manera de comunicarse, es una locura, pero así son las rutas argentinas, si te pasa algo te quedas ahí, en el medio de la nada sin posibilidades de nada, solo tenés que rogar que alguien se aparezca para echarte un cable. Interrumpimos los mates y bajamos caminando hasta la ruta para acercarnos a los de la camioneta averiada, no teníamos cómo ayudarlos, pero quizás si necesitaban más manos para empujar podríamos ayudar, o si tenían que pasar muchas horas ahí esperando podían subir al refugio, podríamos ofrecerles agua y comida, eso seguro. Por suerte no viajaban solos, eran trabajadores y su jefe iba en una camioneta más adelante, seguro se daría cuenta que le faltaba gente después de un tiempo, por eso estaban bastante tranquilos que tarde o temprano los buscarían. En el transcurso de la charla, paso un auto, fue mucha suerte la verdad, entonces les pidieron a los conductores que cuando llegaran al próximo pueblo y tengan señal telefónica le manden un mensaje a su jefe para que los auxilie. Supongo que lo hicieron, porque nosotros una vez que vimos que ya tenían todo resuelto nos despedimos de ellos y volvimos al refugio, cayó la noche y no pudimos ver si seguían en la ruta o no, no se veía nada.


Preparamos una sopita de fideos y nos fuimos a dormir, al otro día planeábamos subir al Parque Nacional El Leoncito, el de verdad, el oficial. Yo pensaba, ¿todavía se puede seguir subiendo?

Las mañanas están cada vez más frías y el sol se asoma cada vez más tarde, es difícil arrancar temprano, con mucho esfuerzo estamos en la ruta a las 9am, esfuerzo y frio. Ese día fue así, nos despedimos del refugio, agradecidísimos por el reparo que nos ofreció porque el viento estaba endemoniado, todavía. Y esa mañana no era la excepción, era re temprano y ya había viento, y como ya dije, era en contra. Un poco antes del desvío al parque nacional había un puesto de gendarmería, no sé si le pasa a todo el mundo o soy yo, pero esos controles me ponen los pelos de punta. No es que esconda algo, porque no es así, pero a veces te encontrás con cada uno que te trata como quiere, o te hablan como quiere y muchas veces es frustrante tener que respetarlos porque en realidad no sabés con qué historia pueden salirte. Me pasaba mucho en Ushuaia, cada vez que salía a la ruta me revisaban todo el auto, pero todo, me hacían mil preguntas, me hacían perder el tiempo y pocas veces eran amables, incluso recuerdo uno que me decía “me abre el baúl mi reina” y yo hervía por dentro pensando en si me decía “mi reina” una vez más lo iba a mandar al carajo. En fin, no quiero irme por las ramas, el control fue tedioso, primero porque pasó una camioneta que prácticamente no detuvieron, mucho menos revisaron, y segundo porque la manera en la que nos habló el joven gendarme fue incómoda. Pero bueno, le mostramos nuestros documentos, le respondimos escuetamente sus preguntas, yo tampoco me pongo muy colaborativa cuando empiezan a preguntar muchas cosas, nos preguntó si teníamos estupefacientes o algo de eso, obvio que no, sería muy difícil andar drogados pedaleando todo el día, pero bueno se ve que no nos creyó porque nos revisó los estuches frontales de las bicicletas. El de Marc es impecable, todo está ordenado y él sabe lo que lleva, pero el mío… yo me reía por dentro porque en cuanto empecé a sacar cosas apareció desde un palito de helado hasta papeles de caramelos, pañuelitos con mocos y demás… para que no digan que no cuido el planeta, yo no tiro basura en la ruta, jamás.

Seguimos, con esa sensación de descontento que me generan estas situaciones, pero bueno se nos venía una subida tremendamente dura y mejor era sacarse esas sensaciones del cuerpo porque había que poner toda la energía en subir y subir.

Llegamos al ingreso del parque, nos registramos con la guardaparque que fue demasiado amable con nosotros, muy amorosa, incluso llamó al observatorio para conseguirnos un lugar en la visita nocturna de ese día, era domingo y sólo las realizan los fines de semana, así que era ese día o nunca más. Por suerte nos confirmó el turno par las 22:30hs de esa misma noche, Marc estaba rebosante porque le hacía mucha ilusión poder ir al observatorio y ver las estrellas, aprender un poco más del tema. La verdad es que los cielos que hemos visto en el viaje fueron siempre maravillosos y estaba buena la propuesta de que nos enseñaran un poco más, como para identificar alguna constelación o alguna estrella especial. El Parque Nacional El Leoncito es famoso por sus observatorios, queda a más de 2.000 metros de altura (por eso decía que subimos y subimos) y por lo que dicen es un lugar clave para observar el cielo, porque desde allí se puede ver el centro de la vía láctea y además porque de los 365 días del año, al menos 300 el cielo se deja ver pleno y despejado.

Nos ubicamos en la zona de camping, había bastante gente, algunos extranjeros, en sus combis y campers. Lamentablemente no estaban habilitadas las duchas, eso fue una desilusión porque habíamos leído que tenían duchas, pero bueno, las cerraron. Pasaríamos otro día más sin bañarnos, la verdad, es que llevábamos varios, pero por suerte había una canilla que sí tenía agua y bueno ahí hicimos lo que pudimos para higienizarnos al mejor estilo Laosiano, una ollita y agua por acá y por allá. Sentó de maravilla, sin dudas.


En cuanto nos empezó a dar sueño nos tomamos un café porque no estamos acostumbrados a estar despiertos hasta tan tarde y la visita era bastante tarde en función de nuestros horarios habituales, alrededor de las 9 de la noche nos encaminamos al observatorio, era una noche con luna así que había bastante luz como para caminar hasta allí, nos separaban sólo dos kilómetros de una subida en zigzag muy preciosa a la luz de la luna. Hacia frio, cada vez más, pero nosotros habíamos ido preparados con toda la ropa de abrigo que teníamos, como para no pasarla mal. Gracias a mis ansias llegamos una hora antes de la visita, tan temprano que nos ofrecieron sumarnos al grupo anterior a nuestro horario, pero rechazamos la propuesta porque en ese grupo alcanzaban más de 30 personas y en nuestro turno seriamos 5, sin duda era mejor esperar un poquito a la fresca de la noche sanjuanina.

La visita fue muy bonita, la verdad es que disfrute mucho mirando por el telescopio, además era un telescopio muy moderno. Pudimos ver la luna y sus cráteres, también enfocamos estrellas y aprendimos que nunca hay una sola, que son siempre más de una, son muchas todas juntitas, se veían como bolitas de fuego, muy loco. Me encantó, fue una noche muy hermosa, nos congelamos un poco, pero valió la pena. Ese fue nuestro festejo de aniversario, lo recordaremos siempre. 

 


Al otro día nos quedamos en el camping a descansar, mientras almorzábamos se aparecieron dos guardaparques en camioneta, frenaron cerca nuestro y nos llamaron a que nos acercáramos al vehículo. Yo me acerqué. La charla comenzó bien, me preguntaron si veníamos en bicicleta desde Uspallata, le confirmé que sí, me preguntaron si habíamos llegado ayer al parque, les confirmé que sí… empecé a percibir que estaba en un interrogatorio y que la conversación tenía un objetivo que se me escapaba. Hasta que uno de los guardaparques lo dijo claramente, me preguntó si habíamos dormido en el refugio ubicado en el límite provincial con Mendoza, nuevamente, le confirme que sí. Me dijo que vieron nuestros rastros, ahí me preocupé, porque no dejamos ninguno y se lo dije, le expliqué que si había basura nosotros no fuimos porque somos muy cuidadosos con eso, a lo que me dijo “basura no, vimos las huellas de sus bicicletas”. Mi interior se reía y pensaba “¿en qué película se creen que están?” Ahí vino el llamado de atención, como a los niños. Me explicó que lo que hicimos es ilegal, que ese refugio es de ellos y que la próxima vez podría venir un guardaparque y llevarse nuestra carpa y nuestras bicicletas (ayudarnos jamás). Así de corta, así de simple. Simpático el guardaparque ¿no? Argentina, un país con buena gente, pensé. En fin, no le di mucha bola, le comenté que nos agarró un viento fuerte en el medio de la ruta y que nos refugiamos fuera de SU refugio,que mil disculpas que no volvería a pasar. En un sentido fui honesta, porque no creo que vuelva a pasar por ese mismo lugar, pero, a decir verdad, volvería a hacerlo. Y vos, ¿Qué harías?

No hace falta decir que al otro día seguimos viaje, mis sensaciones eran raras con respecto a los primeros días en San Juan, pero bueno, una se va acostumbrando.

¡Ah! A todo esto… ¿ya comenté que las ruedas de Marc estaban a punto de reventar? Literalmente. 

 


Justamente eso nos llevó a pasar casi todo un día de acá para allá en un pueblo llamado Barreal, conseguimos comprar una cubierta nueva porque en algún momento tendría que reemplazarla. Una pena porque la cubierta daba para más kilómetros, pero como nos pusieron ese sistema tubeless, es decir, sin cámara, la arruinamos porque algo falló y le salió un huevo inmenso que chocaba con el cuadro de la bicicleta constantemente. Cosas que pasan…

Esa noche en el pueblo dormimos frente a un rio, había una zona de picnic con fogones y agua, un lugar re tranquilo. Vimos varios motorhome pasando la noche allí así que en cierta manera nos sentimos confiados de dormir nosotros también. Pusimos la carpa en el deck de un puesto de comidas, cayó el sol, cocinamos unos ravioles y cenamos muy tranquilos de cara a la Cordillera de los Andes. Precioso. En cuanto nos fuimos a dormir y yo ya abandonaba este mundo escuchamos un ruido, era una moto llegando, luego llaves, y después una puerta abriéndose. Nos incorporamos y nos asomamos afuera, resulta que era un muchacho joven que trabajaba en el chiringo donde estábamos nosotros, pero hacia delivery, o sea, se encerró adentro a cocinar. Los saludamos le preguntamos si estaba todo bien con que estemos ahí, por suerte ni le importó, nos dio el visto bueno entre risas y gestos y se metió a su cocina a despachar lomitos con papas fritas a mansalva. Desde la carpa se escuchaba la plancheta dándolo todo y el olor a comida rápida era muy tentador, casi casi que le pedimos un lomito completo para nosotros. No sé cuantas horas pasaron, pero creo que prácticamente todo el pueblo encargó comida esa noche. Debo agradecer que, si bien puso música con un parlante que tenía la potencia digna de una fiesta, el estilo musical que eligió para esa noche fue muy melódico y tranquilo. Dimos algunas vueltas en nuestras bolsas de dormir, pero la verdad es que, en cuanto nos agarró el sueño real, nos desmayamos y no nos enteramos de nada más. 


La alarma estaba puesta muy temprano, tipo 6 am, todavía era de noche cuando empezamos a escuchar voces y sonidos como de alguien encendiendo un fuego, rarísimo. Empezamos a activar, habíamos descansado muy bien honestamente. Cuando pudimos ver algo nos dimos cuenta de que en el matadero que quedaba atrás de donde dormimos, empezaron a llegar los trabajadores, hacia mucho frio, y estaban de tertulia alrededor del fuego calentándose el cuerpo con unos mates, y el fogón. Sólo se veían sus siluetas porque el día todavía no aclaraba… A los minutos apareció una camioneta con tres hombres, nosotros entre que estábamos dormidos y estaba un poco oscuro todo no entendíamos bien el por qué de tanto movimiento. Nos sorprendió bastante, después hasta nos pareció cómico. Los tres hombres vinieron a podar los arboles y cortar el césped, qué suerte la nuestra, pensamos que quizás se estaban preparando para Semana Santa, quizás la municipalidad quería dejar el lugar bonito para la afluencia de gente el fin de semana. Todo un detalle. 


 

Rápidamente estábamos en la ruta, un poco sorprendidos y un poco apabullados por tanto movimiento matinal, recién eran las siete y media de la mañana. La carretera que habíamos elegido para ese día era espectacular, muy tranquila y pintoresca, comenzaron a aparecer cerros de muchos colores, las casitas de barro empezaron a desaparecer y sólo quedaron piedras, montañas y cerros. Y nosotros, por supuesto. Llegamos a Calingasta y pudimos comprar pan casero y unas tortitas (el reemplazo de las tortafritas de antes), la chica de la panadería fue muy amable y también nos dio agua para el mate. Los kilómetros estaban transcurriendo muy rápido porque era casi todo en bajada, el asfalto estaba en buen estado, íbamos como un tiro. Bueno Marc no tanto que todavía llevaba un huevo en la rueda, según él iba en ripio constante rebotando cada vez que la pelota de la cubierta giraba, re incómodo pobre. 


Ese día almorzamos en un santuario enorme que tiene San Expedito en la cumbre de un cerro, yo me acordé de mis papás porque ese es el santo al que mi mamá le pide que aparezca la billetera de mi papá cada vez que él la pierde, lo cual pasa bastante seguido. Es muy curioso la cantidad de santuarios que se ven en la ruta, los más famosos son el Gauchito Gil, la Difunta Correa y San Expedito, propiamente mencionado antes. A veces tienen unas instalaciones increíbles dotadas de mesas, fogones, arboles plantados que dan sombra e incluso algunos tienen agua potable. La Fe mueve montañas dicen, y acá se nota que la gente es muy creyente y que le dedica tiempo y dinero a sus creencias, porque supongo que todos estos santuarios son hechos por la gente del lugar, vecinos de la zona.


Poquito a poco nos fuimos alejando de todo y nos empezamos a perder en un valle completamente desolado, por momentos aparecía algunas casitas de barro, seguíamos pedaleando con una leve pendiente que bajaba sutilmente, yo no sabía si alegrarme o preocuparme porque sabía que nos estábamos encaminando al muere. Para los próximos días elegimos una ruta que prometía ser letal, sin asfalto y con una subida de más de 1.000 metros de altura en muy pocos kilómetros. Todavía no sé porque la elegimos, la bendita ruta provincial 412… A Marc le preocupa dormir arriba de la cuesta por el frio, a mi me preocupa desfallecer en el intento de alcanzar la cima de la cuesta. Cada uno con sus cavilaciones, lo bueno es que el día anterior a afrontarla pudimos bañarnos en un rio precioso y acampar en un lugar íntimo y silencioso, tal como nos gustan los lugares de acampe. Con energías renovadas nos mentalizamos para el desafío que nos esperaba, esa ruta perdida y olvidada por el mundo… 




 

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