24hs en el salar más grande del Mundo

 


El viento ya no se escuchaba y el pronóstico era alentador, mejoraría el clima notablemente y no habría fuertes ráfagas en los siguientes días. No perdimos ni un día más, preparamos nuestras bicicletas, hicimos las compras y nos fuimos hacia el salar más grande del mundo, el salar de Uyuni, Bolivia.

Avanzamos muy rápido los kilómetros que hay entre la ciudad de Uyuni y la entrada al salar, en poco más de dos horas ya estábamos divisando el horizonte blanco lleno de sal. El acceso era bastante deplorable, yo que nunca había estado me decepcioné un poco, el camino estaba horrible con baches por todos lados, la bicicleta rebotaba y se golpeaba constantemente, todo lo que se veía estaba en muy mal estado, había basura por todos lados (bastante común en las carreteras de Bolivia), las casitas de los alrededores lucían abandonadas, parecía que hubo una invasión zombi en los últimos días. Y yo pensaba, “¿Cómo puede ser que la entrada al salar más grande del mundo sea ésta?” Pero, lo era.

A medida que fuimos avanzando la sal comenzó a tomar protagonismo, el marrón de la tierra y el polvo dio lugar a un blanco radiante, parecía que pedaleábamos sobre hielo. Espectacular. Al principio me daba un poco de vértigo porque realmente pensaba que las ruedas iban a resbalar o patinarse, pero no, el suelo era firme y sólido, todo sal. Una maravilla. 



Yo estaba muy emocionada, conocer el salar de Uyuni se había transformado en una de las metas de nuestro viaje y finalmente, allí estábamos.

Hacía bastante frio, se sentía una brisa helada constantemente, pero por suerte el sol estaba ahí, radiante, haciendo que todo se vea como en un sueño. Pasamos por el hotel de sal que está en el inicio del salar, allí hay un monumento donde la gente puede dejar las banderas de sus países, la bandera argentina no estaba y la catalana tampoco. Marc me dijo que anteriormente la bandera de Catalunya si estaba, de hecho, se había sacado una foto con ella, pero esta vez no hubo suerte. No me extraña, con el viento que hay en la zona no existe bandera que resista. Creo que la escasa afluencia de turistas se nota en ese detalle de las banderas, porque si querés que tu insignia patria flamee en el salar de Uyuni tenés que llevarla e izarla vos mismo. 



Una vez visto el hotel de sal nos fuimos a buscar un lugar para pasar la tarde y la noche, el vientito se calmó y la tarde quedó muy agradable. A los pocos minutos de pedaleo ya estábamos solos en el medio de la nada, todo sal, un horizonte precioso y el cielo de un color celeste tan estridente que dolía mirarlo.

Es tradición para aquellos que viajan en bicicleta (y que se animan) sacarse fotos sin ropa en el salar, la gran mayoría de ciclistas que pasan por allí posan con sus bicicletas mostrando los graciosos bronceados que uno consigue pedaleando horas y horas bajo el sol. Nosotros no quisimos quedarnos fuera y nos animamos a hacerlo. ¡Qué manera de reírnos! Nos entretuvimos bastante tiempo intentando sacar fotos dignas, pero bueno cuando uno está desnudo no hay dignidad que valga. Tuve la brillante idea de desnudarme bien y me saqué las botas para posar ¡qué fallo! Me quedaron los pies doloridos todo el día, la sal pincha mucho, no lo intenten. 




Después de la sesión de fotos desnudos nos tomamos algo calentito y volvimos a sacarnos más fotos, es que el salar es un lugar idílico para pasar el día haciéndose fotos, además si te quedas mucho tiempo quieto te congelas de frio. 




Las horas pasaron, la temperatura empezó a disminuir de a poco hasta que el sol cayó. El atardecer estuvo genial, obviamente no pudimos captarlo bien con nuestros teléfonos, pero fue hermoso. Automáticamente el aire se congeló, el cielo se pudo violeta, rosa, naranja, era increíble pero cada vez nos helábamos más mirándolo. Nos pusimos todo lo que teníamos de abrigo, todo. Sabíamos que pasaríamos frio en el salar ni bien se fuera el sol, y habíamos ido lo más preparados que podíamos, incluso nos compramos un licor como para calentar motores desde dentro, pero la verdad es que hacía mucho frio. Muchísimo. 



Teníamos la cena solucionada, la habíamos llevado preparada y solo había que calentarla, pero no pudimos siquiera entibiarla, el salar se encuentra más o menos a 3.600 metros de altura sobre el nivel del mar, y a esas altitudes el calentador de gas butano flojea. No pudo entibiar el guiso que teníamos en la olla, pero bueno tampoco nos afligimos mucho, lo comimos como estaba, había nervios en la carpa, sabíamos que esa noche no iba a dormir nadie a causa del frio y que la madrugada seria larga, porque recién eran las 19hs.

Alrededor de las 21hs salimos de la carpa para ver el cielo y la verdad es que no puedo explicar lo maravilloso que fue, no hay palabras. Por suerte no hubo Luna y las estrellas dieron un espectáculo que jamás había visto. No recuerdo un cielo tan brillante, todo estaba iluminado por las estrellas y el reflejo en la sal era mágico. Tratamos de aguantar el máximo tiempo posible mirando el cielo, realmente hacía mucho frio, pero era tan hipnótico todo que no nos preocupó morir congelados ahí mismo.

Habíamos tenido la precaución de entrar las botellas con agua a la tienda, como para que no se congelen afuera y poder tener agua para beber al otro día. Buen intento, se congelaron incluso dentro de la carpa. El frio que hizo aquella noche fue implacable, calculamos que al menos hizo -10° C, como mínimo. Honestamente yo conseguí dormir algo, pero Marc que sufre un poco más las bajas temperaturas, no pegó un ojo en toda la noche.

Por la mañana Marqui ya estaba bastante malhumorado por no haber dormido, avisando que ya estaba bien de montañas, de frio y de pedalear en las alturas, que ya iba siendo hora de cambiar de rumbo y procurar pedalear en zonas más cálidas. Pobre, creo que si esa mañana hubiera podido subirse a un avión directo a Tailandia lo hacía. Se le pasó la mala onda ni bien salió de la carpa y se dio cuenta del paraíso en el que nos encontrábamos, el sol de la mañana reflejaba en la sal y parecía que estábamos en un desierto blanco. Nos quedamos en silencio mirando todo, fue hermoso. 



La aventura en el salar iba llegando a su fin, empezamos a recoger las cosas, ordenar las bicicletas, sacamos más fotos y encaramos la vuelta a Uyuni. Con la visita al salar marcamos un fin a la primera etapa del viaje, el salar de Uyuni era el último hito de montañas y frio, de puna y altiplano. Estoy muy feliz de haber llegado en bicicleta desde Ushuaia, haber dormir allí y de posar desnuda con mi bicicleta en semejante lugar. Pero más feliz estoy de haberlo compartido con Marc, de haberlo conseguido y disfrutarlo juntos. 




 

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