Isla Margarita

 

 

 (SPOILER ALERT! Este posteo tiene más fotos que contenido porque no alcanzan las palabras para describir lo linda que es la Isla Margarita y su gente).

Estábamos cerca de la ciudad de Cumaná, allí tomaríamos el ferry a la Isla Margarita, pero no queríamos llegar ese mismo día porque ya era tarde y no podríamos cruzar a la isla hasta el otro día, además llegar al final de tarde a una ciudad no es algo que nos guste hacer y es algo que tampoco recomendamos. Habíamos intentado acampar en una alcabala en el camino, pero el policía nos dijo que no era un lugar muy adecuado, y tenia razón, casi no había distancia entre la ruta y la explanada del costado, era un camino de montaña y todo era muy estrecho, además por la noche allí estacionaban camiones y no era buena idea poner la carpa a la vera de la ruta. En fin, sin más, seguimos pedaleando, lo bueno es que ya estábamos de bajada luego de haber subido prácticamente todo el día.

El tiempo se nos escurría con la luz del sol y no estábamos consiguiendo ningún lugarcito como para armar la carpa esa noche, seguíamos bajando y mirando, pero no aparecía nada… hasta que escucho un grito, un saludo y los frenos de Marc apretándose fuerte. Yo iba por delante así que me perdí un poco la escena, cuando me volteé Marqui estaba charlando con una mujer, ella era muy simpática y le preguntó sin necesitábamos algo, y la verdad es que sí necesitábamos algo y ella no tuvo problema en aceptar. Nos abrieron el portón de la casa, en realidad eran varias casas donde vivía una gran familia, compuesta mayoritariamente por mujeres, todas eras muy simpáticas y alegres, allí convivían cuatro generaciones y todas eran demasiado divertidas, no paraban de hacer chistes y contar historias. Nos habilitaron un lugarcito bajo techo para poner la carpa, nos ofrecieron una ducha, a pesar de que el camión del agua no pasaba hace más de una semana, compartieron su agua con nosotros y pudimos refrescarnos. Charlamos mucho, fue muy entretenido conocer a semejante familia, yo las apodé la familia de la “O” porque los nombres que tenían y que iban eligiendo para los que nacían empezaban con O. Me perdí en la mitad de los nombres, pero algunos me acuerdo, Oglaydis, Oneydis, Olaydi y así, quizás los escribo mal, me faltan o me sobran “Y” pero bueno, la idea de sus nombres era esa, y ellas lo festejaban con mucha gracia. Ese día en mi cuaderno escribí “ellas flashean con nosotros y nosotros flasheamos con ellas”. Es muy loco conocer gente que lleva una vida tan diferente a la propia, contratos familiares tan arraigados y rígidos, padres con tanta responsabilidad de darles techo a los hijos bien cerquita, hijos con el compromiso de no alejarse de sus padres y cuidarlos siempre, padres con el deber de cuidar y criar nietos, hijos con el deber de ampliar la familia y de procrear porque a eso hemos venido a este mundo… entre otras cosas. Muchas veces me pregunto “¿qué pensarán de nosotros?” Vamos por la vida solos, sin hijos, lejos de nuestra familia por propia voluntad y elección, sin casa y sin compromisos. Para algunas personas es muy fuerte conocernos, la mayoría nos pregunta la edad y automáticamente preguntan dónde están los hijos, y porqué no tenemos y yo para ahorrarme explicaciones digo que no me gustan los niños y zanjamos la conversación entre risas. Generamos polémica en la familia de la “O” y ellas nos generaron polémica a nosotros, me encantan estos intercambios porque ellas estaban felices, alegres y satisfechas con su vida y eso es lo que importa. Cuando nos fuimos la abuela de la familia nos preparó unas empanadas fritas y nos abrazó muchísimo, prácticamente no nos soltaba, era un abrazo muy maternal, ella era la matriarca de la familia y la energía de ese abrazo era rotunda, entendí que sus hijas no se fueran de su lado.

 

Llegamos al ferry, por suerte llegamos muy temprano porque comprar el boleto fue un trámite tan extenso que rozaba lo ridículo. Presentamos más papeles para ir a Margarita que para entrar al país, pero no sólo nosotros, a todo el mundo les pedían hasta la partida de nacimiento de los abuelos. Eso demoraba mucho el trámite, obviamente. Hicimos todo lo que debíamos hacer, pasar por la boletería, con un papelito fuimos a la oficina de inmigración a que chequearan los pasaportes, volvimos a la boletería, otro papelito nos mandaba a la oficina de la Interpol, allí fuimos, chequearon antecedentes y no sé que más. Volvimos a la boletería con más papelitos que certezas, pagamos el viaje y nos cobraron muy poquito por subir las bicis, lo cual fue un alivio porque los vehículos en el ferry pagaban fortuna. Una vez obtenidos los pasajes nos sentamos a esperar en la sombrita porque ya era casi medio día y el calor apretaba fuerte, habremos demorado más de dos horas en comprar los pasajes, tremendo, pero estábamos muy contentos y nada nos preocupó en realidad. Suerte que fuimos temprano, nos repetíamos.

Subimos al ferry y un trabajador nos habilitó un cuartito para guardar las bicis allí, después subimos a las mesas de la cubierta y a esperar. El viaje demoró cuatro horas aproximadamente, tuvimos tiempo para leer, comer avena con frutas, charlar, dormitar y seguir leyendo. El horario no era muy adecuado para nosotros porque íbamos a llegar alrededor de las 16hs y teníamos que pedalear unos 30km hasta la playa de El Yaque, donde teníamos un contacto para poder acampar. Nuestra preocupación siempre es que nos agarre la noche en el camino, y cuando bajamos de la embarcación y empezamos a pedalear con un viento en contra fuertísimo las preocupaciones crecieron aún más, habría que apretar para poder llegar antes de que se haga de noche. 

 

La isla se presentó super árida y ventosa, no sé qué había pensado encontrar, pero me sorprendió el paisaje, la ruta gigante de doble carril, la cantidad de tránsito, las casitas bajas al costado del camino, las personas sentadas fuera tomando la fresca… tampoco me detuve mucho a chusmear porque tenía que concentrarme en pedalear fuerte para llegar a destino.

¡Ay! Lo que nos costó pedalear con ese vendaval, pero qué lindo fue hacerlo al atardecer, es algo que no solemos hacer porque siempre intentamos conseguir, temprano, un lugar seguro para dormir, pero cuando nos toca pedalear en la hora dorada es hermoso, las luces cambian, todo se ve distinto, la temperatura desciende un poco y es todo más agradable.

En el Yaque teníamos un contacto que no sabíamos bien qué nos ofrecería, porque Marc dió con él en internet ofreciéndose para hacer algún tipo de voluntariado, y el hombre de pocas palabras le dijo que vayamos y que una vez allí hablábamos. Así que no sabíamos bien a dónde íbamos ni a qué, pero todo resultó genial, el hombre se llama Jean Pierre y era de pocas palabras porque es francés y el español no lo escribía mucho, su casa queda en la mismísima playa, está en un complejo grande, con algunas habitaciones para alquilar, un gimnasio y espacios comunes al aire libre. Arriba de todo eso tenía una terraza donde nos ofreció poner la carpa, también nos habilito un baño con duchas y una cocina toda equipada. Era perfecto, ese mismo día ya estaba oscuro y no pudimos apreciar las vistas, pero a la mañana siguiente cuando nos despertamos y vimos el color del mar, la arena, el sol… era un paraíso. Jean Pierre fue muy claro cuando nos dijo que nos quedemos el tiempo que necesitemos, que no había problema en tenernos allí y a cambio no pidió ningún tipo de trabajo ni voluntariado de nada. Un genio. Le gustaba charlar y tomamos varios cafés conversando un poco de su vida en la isla, de la sociedad, del gobierno, del país y tantas otras cosas.

 

Desde allí organizamos nuestra gira por la isla, el plan era darle la vuelta y conocer lo máximo posible, las personas con las que conversábamos nos daban ánimos a pedalearla y acampar en sus playas, insistían en que nos tendríamos problemas y que valdría la pena. 

 

Mediante Couchsurfing hice dos contactos, uno en la ciudad de Porlamar y otro en Juan Griego, una localidad más al norte. Establecimos el circuito con esas paradas incluidas y la verdad es que estuvo muy divertido, en Porlamar conocimos a Neo y Carmen, dos artistas muy simpáticos que nos sacaron a pasear en auto, conocimos playas y aprendimos un poco de la vida en la isla.

 

 

La llegada Juan Griego fue muy linda porque la ruta pasaba por playas preciosas y luego por unos acantilados donde las vistas eran espectaculares. No había muchos kilómetros entre una población y la otra así que tampoco es que pedaleamos muchísimo, lo cual nos dio la oportunidad de pasear y disfrutar de cada paisaje.

Una vez llegados a la casa de Laura todo fue alegría, ella y su novio Ricky fueron una compañía espectacular, hicimos varias cosas juntos y nos divertimos bastante, fuimos a la playa bien aprovisionados de ron, también fuimos a ver un partido de la liga de básquet, jugaban los Guaiqueries equipo local, trasnochamos jugando con la consola y demás. Realmente nos divertimos bastante, pero más fue lo que comimos porque Laura se encargó de darnos clases magistrales de gastronomía venezolana, fue una locura, comimos muchísimo, probamos cosas deliciosas y ella se esmeraba mucho en hacernos participar de la elaboración de todo. Fue genial la verdad, me encantó conocerla y poder aprender tanto de algo que me gusta tanto como la comida (y comer!).

 

 

 

Costó, pero logramos irnos de Juan Griego, el plan era pedalear por una región un poco menos habitada de la isla, la península de Macanao, y para allá es que nos fuimos. 

 

La mejor playa que conocimos fue en esa zona, se llama Punta Arenas y no había absolutamente nadie cuando llegamos. Nos instalamos en un restaurante, que como era dia de semana estaba cerrado, pero tenia un buen techo como para estar a la sombra y bien relajados. Apareció un cuidador, charlamos un poco y no tuvo inconveniente en que durmiéramos allí. Por la tarde llego una familia muy alegre, estaban festejando el cumpleaños de algún integrante, no demoraron en charlarnos y nosotros no demoramos en hacernos amigos. Estuvimos hasta el atardecer escuchando sus cuentos y conversando bastante, nos convidaron cervezas y unas sardinas muy ricas. Se fueron y nos quedamos solos. El sol cayó en el mar, fue un precioso atardecer de un fantástico día. 

 

Varios días pedaleamos por esa región, es mucho más desolada que le otra zona de la isla, pero está preciosa y tiene playas muy bonitas, acampamos en alguna que otra, siempre solos y tranquilos. Fue muy lindo pedalear por allá y andar desconectados del universo por unos días. 

 

 

De regreso a la civilización, ya estábamos extrañando poder bañarnos con agua dulce, volvimos a la playa El Yaque, dónde Jean Pierre nos esperaba nuevamente con los brazos abiertos, pasamos un par de días por allí y nos preparamos para tomar un ferry nocturno hasta La Guaira, litoral de Caracas, donde me iba a reencontrar con un viejo amigo que conocí pedaleando por Guyana, el William. 

 

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