En tierras bahianas...

 

Ser baiano é um estado de espírito.

Jorge Amado

 

Al estado de Bahia entramos por una ruta alternativa, completamente sucios, llenos de polvo y tierra, habiendo cruzado kilómetros y kilómetros de plantaciones de eucaliptos y compartido la ruta con infinitos camiones repletos de madera.

 

Ni bien salimos del ripio encontramos un barcito con sombra, nos sentamos allí y nos comimos una coxinha con un caldo de cana super helado, de a poco nos volvía la dignidad al cuerpo. Yo me abalancé sobre una canilla para lavarme la cara, los brazos, las piernas, los pies y todo lo accesible a ser lavado en plena vereda. Descansamos un buen rato y nos lanzamos a la ruta de nuevo, esta vez la temida BR 101, ruta troncal de la zona, abarrotada de autos, camiones, motos y ahora, bicicletas.

Reventados como estábamos y agobiados por el fuerte calor del medio día, decidimos parar. Encontramos una estación de servicio gigante, con agua potable y fría, duchas, internet libre y un montón de camioneros. Rápidamente nos hicimos amigos de un grupo oriundo de Mina Gerais, un estado del interior de Brasil que ya tuve el placer de visitar y que lo recuerdo con mucho cariño por el amor que recibí de su pueblo.

En resumen, por la noche cenamos con ellos entre las ruedas de los camiones, uno sabia tocar la guitarra y cantar muy lindo así que nos agasajó con su música, y entre cerveza y cerveza compartimos cada uno un poco de nuestras vidas. Fue una noche preciosa, a mi me trajo muchos recuerdos de cuando pedaleaba el nordeste de Brasil en solitario y compartía muchas veladas de ese estilo con los camioneros que, en cada estación de servicio donde yo ponía la carpa ellos se convertían en mis guardianes y protectores.

Los primeros minutos de la mañana siguiente fueron algo caóticos, recuerdo pasar un poco de apuro porque la ruta estaba en un estado calamitoso, había mucho tránsito y todo era ensordecedor. La verdad es que hacia mucho tiempo que no pedaleábamos en una ruta tan grande y ya me había desacostumbrado, no tiene nada de placentero pedalear así, pero a veces no queda otra alternativa. Nos mantuvimos firmes los kilómetros necesarios hasta llegar al desvío que nos llevaría al litoral nuevamente y allí seria otra historia.

De tanto subir y bajar nos cansamos bastante y el calor, ¡qué cosa más agobiante el calor! Alrededor de la ruta se veía muy poco, sólo plantaciones y campos, algún que otro poblado muy pequeño y poco más. Tuvimos que ser estratégicos porque la distancia hasta la costa era imposible de recorrer en un día así que en cuanto el aire se puso irrespirable decidimos buscar un lugar para descansar y esperar al día siguiente. Encontramos un café en el medio de la nada, tenía un árbol de mango gigante en la entrada y allí nos instalamos, armamos nuestras sillitas, comimos unos sanguchitos y agonizamos lentamente, yo me dormía sentada, el calor era tal que no podía ni hablar. Un señor se nos acercó, la familia dueña del café vivía atrás de donde estábamos, nos ofreció agua fría y nos recomendó ir a tomar un baño a un rio que estaba muy cerquita. Aceptamos el consejo, dejamos las bicis allí mismo y caminamos un poquito hasta el rio, era un lugar muy bonito, había cuatro o cinco jóvenes jugando, jugaban como niños pequeños, aunque tenían cuerpos de adultos, se los veía re felices, cuando llegamos nos miraron sorprendidos por nuestra presencia ahí, pero de a poco se fueron animando a hablarnos y no pararon de llamar nuestra atención. El chapuzón fue un alivio tremendo, el agua estaba fresca, no era clara, no los voy a engañar, pero era por el color del fondo porque el agua en sí estaba muy limpia. Se fueron los niños y nosotros un poco después que ellos volvimos a donde se encontraban nuestras bicis, el sol ya estaba cayendo y el calor no apretaba tan fuerte. Armamos la carpa allí mismo, bajo el árbol de mango, y la señora del café se acercó a decirnos que mejor la armáramos en la galería de su casa, o sea de la cafetería, de paso nos convidó café y galletitas, nos dieron más agua fresca y dejaron los baños abiertos para que los usemos sin problema. Fue una noche super estrellada y silenciosa.

 

Lluvia, apareció la lluvia, hacia tiempo no la veíamos, pero esa mañana se arrancó con todo. Por suerte hace calor, como ya lo dije, así que no es tan grave mojarse un poquito, al contrario, da un alivio muy satisfactorio. Poquito a poco llegamos a la playa, fuimos tan descarados que nos metimos a la playa de un condominio, dígase barrio privado, que siempre tienen acceso público y allí nos instalamos. También dejamos de pedalear cerca del mediodía, para poder disfrutar del día y relajar un poco, nos tomamos una cervecita con mandioca frita, el señor del chiringo nos regaló agua fría y nos permitió usar las duchas y baños, además de autorizarnos a dormir allí mismo esa noche. Negocio redondo. Otro día perfecto al saco.

Ya estábamos en final de semana, siempre es más complicado cuando es fin de semana para encontrar un lugar tranquilo para acampar, a los brasileros les gusta mucho la música, el asado, las reuniones y la joda. Por eso, los findes siempre hay que prestar atención a donde pone uno la carpa porque sino corres peligro de no conseguir dormir en toda la noche. Cuando llegamos ese sábado al destino propuesto del día casi nos da un infarto, había una fiesta montada en todo el pueblo, porque claro, estábamos en la semana de Carnaval y eso en Brasil son palabras mayores. Y nosotros ahí, pretendiendo acampar en la playa, super chill, para ver las estrellas y dormir con el sonido del mar de fondo. ¡Qué ingenuos! Ese día fue más difícil dar con el lugar correcto para dormir, hicimos kilómetros demás, no teníamos nada claro, el mapa mostraba que nos estábamos alejando de la urbanización y de la playa también, el sol caía y casi casi que estábamos desesperándonos. Pero, luego de adentrarnos en una calle que decía ser sin salida y sin saber muy bien a dónde estábamos yendo dimos con el paraíso. Una playa solitaria, con árboles y vistas a los acantilados. Era todo lo que estábamos buscando. Otro triunfo más.

 

Lluvia, eran las 5 am y escuchábamos las gotitas que comenzaban a golpear contra la carpa. Algo apurados levantamos campamento, el viento se intensificó y la tormenta nos pegó en la cara. ¿Qué podíamos hacer? Desayunar y mojarnos un poquito, ese día planeábamos llegar a la casa de un chico de Couchsurfing que nos estaba esperando, así que no nos preocupó mucho que se nos moje todo, total, tendríamos tiempo de secar nuestras cositas en su casa. Eso pensamos inocentemente, creo que confiábamos en que la lluvia pararía como el día anterior. Pero, no paró nunca. De repente estábamos calados hasta las partes más recónditas, era un diluvio lo que estaba cayendo, igual salimos a la ruta y pedaleamos por el barro y después la playa. No podíamos dormirnos en los laureles porque habíamos escogido un atajo en el que había que cruzar un rio, y para ello teníamos que llegar al momento justo de bajamar, sino no cruzaba nadie.

Llegamos al rio Cahy, en la barra de su mismo nombre el rio se une con el mar y se supone que cuando la marea esta baja uno puede cruzar caminando y el agua llega hasta las pantorrillas de alto, como mucho. Lo vimos y la imagen era de una película catastrófica, el viento no paraba de pegarnos en la cara, casi que no nos escuchábamos entre nosotros, llovía a cantaros, unas gotas gigantes y no se veía un alma por la zona. Dejamos las bicis y empezamos a investigar el cruce, suerte que Marc es muy alto, bueno yo también soy alta, sino no lo hubiéramos logrado. 

 

Marqui se trasformó, se puso en plan último sobreviviente del mundo y sacó una fuerza no sé yo de dónde, pero cruzó su bicicleta (¡y la mia!) con una calidad que yo lo miraba desde la orilla más asustada que segura.  Obvio que las bicis estaban desnudas, tuvimos que ir y venir varias veces para cruzar todas nuestras cosas, ¡qué adrenalina! Yo estaba fatigada, la fuerza del agua era tal que por momentos no me dejaba afirmar el pie en el fondo, poco a poco la lluvia paró y el viento nos dio algo de tregua, de todas maneras, estábamos empapados de tanto ir y venir por el rio. En el ínterin nos comimos unas bananas porque la verdad es que fue una hazaña agotadora y queríamos algo de energía para continuar. 


Finalmente lo conseguimos, cruzamos todo, armamos las bicis y volvimos a la ruta. Con el atajo nos ahorramos unos 35km de subir y bajar por una ruta de barro pegajoso, así que la verdad valió la pena el esfuerzo. Más valió la pena llegar a Corumbau, es un pueblo pequeño, costero, tranquilo y con una playa preciosa. Allí conocimos a Tales, Moça y Arco, quienes nos recibieron en su casa con mucho cariño y buena onda. Ahora sí, ¡A descansar! (eso para nosotros significa, lavar las bicis, la ropa, cuidarnos un poco el cuerpo y no madrugar).

 

 

Disfrutamos unos días en Corumbau, nos gustó mucho el lugar, la tranquilidad de todo. Tanto así que Marqui me dijo varias veces que ese seria un lugar donde él viviría. Y si, es un chico inteligente, estábamos en un paraíso prácticamente inaccesible.

 

Volvimos a la ruta, aunque de ruta vimos poco porque pedaleamos bastante por la playa y tuvimos que tomar algunas embarcaciones para sortear varios ríos. Pasamos rapidito por un punto turístico muy famoso, de esos que se llenan de gente y que nos gustan tan poco, hasta que finalmente enganchamos la ruta definitiva, ya sin ríos para cruzar. Pero, no nos gustó, era estrecha, con bastante tránsito y como era de ripio el serrucho estaba desacomodándonos cada huesito de la columna vertebral. Así fue como en el primer desvío que vimos nos salimos del camino, según el mapa, por aquel atajo llegaríamos a una playa que queríamos conocer y poco a poco fuimos avanzando, el camino se estrechó, cruzamos varios portones y cercos abiertos, cruzamos plantaciones de cocos y nos metimos en un senderito ínfimo que luego llegó a otra callecita. Todo muy incierto, pero continuamos, total ya estábamos en el ajo y volver atrás es algo que no nos gusta ni un poco. De repente apareció el cartel de un hotel y ya nos sentimos menos perdidos. 

 

Cuando nos dimos cuenta dónde nos habíamos metido ya era tarde para retirarnos porque una señora no perdió tiempo en cuanto nos vio e inmediatamente nos estaba hablando y haciendo preguntas. Estábamos en un hotel muy exclusivo en la cima de un morro, todo era perfecto, el predio era todo armonía y excelencia. Me empecé a sentir fuera de lugar, toda sudada, sucia, con la bicicleta llena de tierra y arena, estaba preparada para que nos “inviten” a retirarnos rápidamente de aquel lugar tan top. Contrario a todo lo que temí, la mujer que, era la dueña del hotel (¡qué casualidad!) se preocupó por nosotros, le dijimos que queríamos llegar a la playa pero que claramente habíamos errado el camino, y ella automáticamente nos dio agua fría, nos ofreció llenar nuestras botellas y nos indicó el camino para encontrar el bar de playa del mismo hotel donde dijo que nos servirían un almuerzo porque seguro tendríamos hambre. Nos quedamos de piedra, sólo decíamos “gracias, gracias y gracias”. Cuando encontramos la playa y el restaurante del hotel nos sentimos millonarios, íbamos a comer en aquel lugar tan lindo, nos pusimos los trajes de baño, nos dimos una ducha para refrescarnos un poco y nos sentamos a esperar la comida. No lo podíamos creer, ya eran como las tres de la tarde, todavía no sabíamos dónde íbamos a adormir aquella noche, pero no nos importaba nada, era momento de disfrutar aquel regalo y así lo hicimos. Comimos riquísimo, descansamos un rato, nos volvimos a cambiar y seguimos viaje. Todavía anonadados por la secuencia y la generosidad de aquella mujer. El hotel se llama Calá y Divino, es el único ubicado en Praia do Espelho, si lo quieren googlear verán que es un paraíso. 


No pedaleamos mucho más, con la panza llena se hace difícil. Brevemente pasamos por un cruce que indicaba “aeródromo” y Marqui me dijo que dobláramos allí que capaz conseguíamos un lugarcito para dormir, la verdad es que ya eran las cinco de la tarde y teníamos que procurar donde poner la carpa urgentemente porque quedaba poco tiempo de luz. Todo muy simple, era un aeródromo de un barrio cerrado, tenía una edificación con una buena galería ideal para protegernos de la infaltable lluvia nocturna o del rocío de la mañana, se asomó un señor que nos vio llegar y en menos de un minuto ya nos había autorizado a dormir allí, nos habilitó el baño y un lugar donde pegarnos una ducha. No sin antes invitarnos a viajar con él a Porto Seguro, quería llevarnos en su camioneta a nuestro próximo destino. ¡Qué lindo es el pueblo brasilero! Rechazamos esa tentadora oferta y armamos campamento. Habíamos tenido un gran día, todavía teníamos la panza llena así que esa noche nadie quiso cenar.

Conocer Arraial d´Ajuda era algo que deseaba hace tiempo, llegamos pedaleando por la playa y a medida que nos acercábamos a la ciudad más ganas tenia de irme. Era un hormiguero, si me preguntan de qué color era la arena no podría decirlo porque prácticamente no la vi. Allí teníamos un contacto de Couchsurfing donde pensábamos pasar dos noches, llegamos a la casa sin problemas, era viernes y como la casa no tenía cocina, pero si un fogón con parrilla se nos ocurrió cenar choripanes. Siempre tratamos de tener algún detalle con las personas que nos acogen en sus casas, la mayoría de las veces cocinamos o cosas así, es una mínima muestra de agradecimiento. Lo aclaro porque nos tocó pasar una situación algo incómoda con el anfitrión, por primera vez nos pidieron plata, el loco al día siguiente se apareció pidiéndonos una colaboración por dejarnos estar en su casa. En realidad, se enroscó con tantas palabras que no fue muy claro, o sea, clarito estaba que pedía algo, dinero, pensamos nosotros y yo le pregunté firmemente “ ¿Qué nos estás pidiendo?” y medio como que reculó, porque no es así como funciona la aplicación, nunca hay dinero de por medio, no debería. Nos dio una respuesta demasiado rebuscada para concluir en pedirnos pan. En fin, fue una conversación muy extraña, intentó sacarnos plata y cuando se dio cuenta que estaba desubicándose se tiro para atrás. Pero a mí, esas cosas no me gustan, menos aún me gustó que sea argentino, porque era de provincia de Buenos Aires, y eso me jodió mucho más. Llevo años usando Couchsurfing, conocí gente de muchos países de esa manera y la primera vez que me pasa algo así es con un compatriota. Tachame la doble, quise salir de allí esa misma tarde. Para colmo después la aplicación te pide un comentario sobre tu estadía con tal persona, si la recomendás o lo que fuera. Y ahí no supe qué hacer, por un lado quería ser leal con la comunidad y avisar que allí había un pibe que les iba a pedir plata o que le paguen la comida y que les iba a llorar sus miserias en cada oportunidad. Pero por otro lado no quería generar conflicto, no me gustan los conflictos y soy de las que opinan que la vida devuelve todo, y que ese pibe con esa vibra no va a conseguir nada bueno de la gente que lo rodee. Así que me limite a dejarle un comentario neutro, ni bien ni mal, pero con un entre líneas que cualquiera medio despierto podría sacarle la ficha. Así que ya saben, en Arraial D´Ajuda hay un argentino, como tantos otros, que nos hace quedar mal al resto.

Al otro día nos fuimos bien temprano y fue puro pedal y sol, con un ritmo constante y firme llegamos a Belmonte, poblado medio fantasma a orillas del rio Jequitinonha. Allí nos tocaría hacer una travesía en lancha para cruzar el rio y un manglar que lo separa de la ciudad de Canavieiras. Esa tarde no salía ningún barquito porque esperan la marea baja, nos dijeron que nos acerquemos al muelle a primera hora que seguro encontraríamos a un lanchero. Así fue, a las 7 de la mañana ya habíamos cerrado el viaje, de casi dos horas, con un señor muy amable que no tuvo problema en subir nuestras bicis a su lancha. El paseo fue hermoso, muy lindo la verdad, había tránsito, las lanchas y canoas iban y venían, gente yendo a trabajar, a estudiar, otros pescando… vimos mucho movimiento de personas y aves desde muy temprano.

 

Una vez en Canavieiras enganchamos la ruta de nuevo y a pedalear, sufrimos bastante el sol y paramos bastante en las pocas sombras que encontrábamos. En un momento nos detuvimos bajo la sombra de un coco para recobrar energías, al costado había una familia pasando la tarde, estaban comiendo carnecita a la parrilla cocinada en plena vereda y una mujer limpiaba toneladas de cangrejos. Para no perder la costumbre nos hicimos amigos muy rápidamente, nos convidaron agua fresca y carne recién hecha. Antes de irnos un señor que se encontraba allí también nos regaló varios cangrejos, Marqui estaba feliz, le encantan esos bichitos. 

 

Esa tarde, a último momento cambiamos los planes y encontramos un punto en el mapa que no habíamos visto, porque así somos, planificadores natos.

Terminamos el día en un lugar muy bonito, a orillas de un rio donde pudimos bañarnos y armar la carpa bajo un techo gigante que nos protegió de una tormenta digna de película fatalista. Nos pusimos finos de cangrejo y nos fuimos a dormir fresquitos.

El día siguiente pedaleamos como inhumanos porque teníamos dónde llegar, ¿se acuerdan de Cassinha de Curitiba? Bueno, su hijo mayor Quim que es un amor de persona nos había dicho que le avisemos cuando estemos en Bahia porque su suegro vive allí y que seguro podría recibirnos en su casa que, además, era un paraíso. Eso dijo él y no le faltó razón.

Sin saberlo, aquel día fue nuestro último día de pedaleo en el estado de Bahia. Llegamos a la casa de Chris sin saber que en breve tendríamos que dejar Brasil porque el visto de Marc no se podía renovar. En esa casa a orillas de una playa paradisiaca cambiaron nuestros planes radicalmente, pero esa es otra historia. Lo bueno es que esos días fueron inolvidables y que allí nos hicimos un amigo para siempre.



 

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