Litoral Carioca (parte 2)

A medida que nos fuimos alejando de Rio de Janeiro fuimos relajando bastante, el cruce en ferry fue muy disfrutable, no sé si esa palabra existe, pero bueno, así lo fue. Era amplio, limpio, con aire acondicionado y baño. No demoró mucho en cruzar la Bahía de Guanabara, así que en cuanto nos dimos cuenta ya teníamos que bajar. No sin antes sacarnos una foto con uno de los trabajadores que quedó muy entusiasmado con nuestro viaje y nos llenó de buena onda.

 

El día se mantuvo nublado, lo cual es algo que alivia muchísimo a la hora de pedalear, pero depende qué tan nublado esté, el disfrute se convierte en miedo, porque en esta región si se juntan muchas nubes, llueve seguro. Y la lluvia, queridos lectores, es algo que nos aterra. Ya comprobamos que nuestras alforjas, después de tantos miles de kilómetros al sol han dejado de ser impermeables, por lo tanto, no podemos andar arriesgándonos mucho bajo el agua.

Todo fue sucediendo sin altercados, suave como la seda, la mayoría de los kilómetros que hicimos fueron con ciclovías, así la costa nos fue llevando poco a poco. Por un momento la ruta se cortó, revisamos el mapa y sí. Efectivamente la ciclovía terminaba en ese poblado costero para dar paso a una zona de reserva de restinga. La restinga es un área con vegetación que crece en suelos arenosos, acoge a muchas aves, cangrejos, tortugas, algún que otro mamífero y también cobras y arañas de las que no nos gusta saber. Entonces, se nos venía un camino de varios kilómetros de tierra o arena, el cielo avisaba un tormentón típico de película fatalista y nosotros no sabíamos si adentrarnos en la reserva y verlas venir, o refugiarnos en el pueblo. Si nos quedábamos en el pueblo, probablemente ya acabaríamos el día allí, y todavía sentíamos que teníamos energías para continuar, por lo tanto, ganó la insensatez y nos metimos a la reserva, total ¿qué podría pasar?

 

Marqui dio la nota, porque yo lo quiero infinito, pero tiene una habilidad para que le pasen cosas en los momentos en los que no está bueno que le pasen cosas. El cielo ya estaba negro y violeta, se sentían algunas gotas cayendo, el viento apretaba un poco, el camino se mantenía firme, con algunos pozos pero se podía pedalear a buen ritmo… todo bien hasta que Marc dijo “alto”. Cuando me dice así, sin más “alto” yo ya sé que algo pasó. Miré para atrás y venía en llanta, o sea, había pinchado, pero bien, de esas pinchadas que no te dejan avanzar ni un metro más. Ahí en el medio de la restinga, rodeados de cobras, a punto de romperse el cielo, sin un techo ni un lugar donde encostar las bicicletas para arreglar la rueda. Así estábamos. En equipo logramos reemplazar la cámara pinchada por una nueva en tiempo récord, creo que fue el cambiazo más rápido de la historia, teníamos tanto miedo a que se largara una lluvia torrencial que dejara la carretera inundada en barro que nos apuramos lo máximo que pudimos y nos salió a la perfección la jugada. De ahí para el frente pedaleando a todo trapo, teníamos que llegar al próximo pueblo y buscar un techo porque iba a llover de verdad en breve. 

 

Lo conseguimos, entramos al pueblo, volvió el asfalto y empezó a llover. Nos refugiamos en un chiringuito de la playa, el clima estaba horrible, no andaba nadie por la costa. Aguantamos un poco, pero con el viento que había, el lugar que habíamos escogido empezó a inundarse, se filtraba el agua por los techos de paja y nos estábamos mojando. Esperamos un momento a que afloje un poquito, hubo un minuto de paz y salimos a la calle de nuevo, en busca de otro chiringo de playa, uno que ya habíamos divisado y en el que podríamos dormir sin mojarnos. Llegamos con la última claridad del día, y con la humedad metida en el cuerpo, pero ese refugio sería maravilloso para esa noche. No pudimos pedirle permiso a nadie para armar la carpa ahí porque no vimos ni un alma en el pueblo, pero la armamos igual y por suerte a nadie le molestó. De todas maneras, fue algo eventual, nos corrió la lluvia y la oscuridad, sino siempre preferimos pedir permiso y avisar que vamos a estar ahí. 

 

Había sido un día bueno, pero entre el pinchazo y la lluvia, los ánimos estaban algo alicaídos, honestamente los ánimos andaban flojos en ese entonces. Viajar en bici no es fácil, eso lo sabemos, pero tampoco es fácil no tener un incentivo. Amamos Brasil, pero el hecho de que nos sea tan conocido y de que ambos ya hayamos viajado mucho por este país hace que falte novedad en el día a día. Y eso nos aplaca un poco, sumado a que le estamos metiendo una buena cantidad de kilómetros por día y que está lloviendo mucho, ahí vamos. Siempre tratando de mantenernos bien arriba, contentos y enérgicos, aunque cueste a veces. Viajar de a dos también tiene su qué, porque uno siempre esta preocupado por el otro. Es inevitable, siempre estoy tratando de que Marqui esté feliz y me doy cuenta cuando anda flojo o con ganas de tomarse un avión a otro planeta.

Hasta ahí bien, esa noche no nos mojamos, dormimos muy bien pero el otro día fue un destructor de ánimos. A los 10km de comenzar el día Marc reventó el eje trasero de la bicicleta. Era como remar en dulce de leche, yo intentaba darle aliento, pero también entendía su enojo y frustración. Conseguimos un bicicletero que demoró dos horas en reemplazarlo por uno viejo que tenía por ahí tirado, eso sí, nos lo cobró como si fuera Shimano recién traído de Japón. Encaramos la ruta súper tarde, con un calor agobiante porque el cielo quería seguir lloviendo, ¡qué tortura la lluvia!

Avanzamos bastante, la lluvia aguantó y fuimos recuperando la alegría, sin embargo yo sabia que Marc no estaba bien y que iba a llegar un momento en el que me diría que no quería seguir pedaleando. Empecé a maquinar, pensar e imaginarme la situación y me hundí en un pozo, empecé a recrear situaciones de esas que jamás pasan y entre una cosa y la otra ¡pum! Reventé un rayo de la rueda trasera. Lo ignoré, porque venía con cosas más importantes en la cabeza, hasta que la bici empezó a pesarme tanto que no conseguía ni pedalear. Me esforcé mucho y seguí, porque como estaba en un mundo paralelo en mi cabeza me desconecté de la realidad y la realidad era que tenía la rueda pinchadísima y que me costaba pedalear porque estaba completamente en el suelo.

Entonces Marc con mucha sutileza, porque el horno no estaba para bollos, me dijo “¿qué onda tu rueda de atrás?” Ni la miré, respiré hondo, frené y saqué el inflador. Le di aire y duró las pedaleadas justas como para alcanzar una sombra dónde cambiar la cámara. Y de paso, ese rayo traidor. 

 

Con esa vibra, sucios y transpirados hicimos una mini parada para darle de comer a los mosquitos, allí se asomó de una oficina pública un muchacho para preguntarnos si necesitábamos algo, aprovechamos y le pedimos agua. Nos vio y dijo que tenía una manguera si queríamos lavarnos un poco la cara mientras el nos cargaba agua fría en las botellas. Me imagino que nuestras pintas eran lastimosas porque ese ofrecimiento fue curioso. Charlamos un poco con él y le pedimos que nos recomiende un lugar dónde armar la carpa esa noche, sin pensarlo dos veces nos indicó la laguna Araruama. La verdad es que no la teníamos muy estudiada pero le hicimos caso en sus indicaciones y allá fuimos. Hasta el día de hoy le agradezco la recomendación. 

 

La laguna es gigante y tiene una zona de balneario con chiringuitos de comida y bebida, de esos que nos gustan para dormir. Divisamos uno que estaba buenísimo porque protegía bien del viento o de la posible lluvia, además daba para ver que estaba cerrado, sin embargo adentro había un grupo de señores sentados frente a un paño verde, todos muy serios. Esperamos que termine la partida y preguntamos si podíamos dormir allí, uno de ellos era el dueño del lugar y conseguimos el permiso bastante rápido. Acto seguido nos fuimos a meter a la laguna, una buena inmersión nos haría bien sin dudas. El agua estaba caliente, era como entrar a una sopa pero fue genial, nos dejamos un poco en remojo hasta que salimos para preparar campamento. Estábamos un poco desanimados pero agradecidos del refugio que habíamos conseguido y con la esperanza de que el día siguiente seria mejor.

Las mañanas son tan hermosas, solemos despertarnos a las 5am y todo se ve tan calmo en ese horario, el sol comienza a salir, los pajaritos cantan y nosotros medio dormidos nos disponemos a comenzar un nuevo día, en el que no sabemos qué va a pasar, hasta dónde vamos a llegar ni dónde dormiremos esa noche.

Nos alejamos un poco de la laguna y comenzó el movimiento de gente y autos, resulta que nos estábamos acercando a la zona de Buzios y Cabo Frio, y no nos olvidemos que aún es enero y que esos lugares suelen ser un hervidero de gente. Decidimos no ir a ninguno, a Buzios ni entramos y Cabo Frio tuvimos que cruzarlo porque la ruta pasa por allí, pero fue un paso obligado que con gusto habríamos esquivado porque el tránsito era insoportable. En el ínterin se largó una tormenta de verano que nos dio un segundo para encontrar un techo donde resguardarnos. 

 

Una vez superada la zona turística con éxito, relajamos un poco y pedaleamos más paseando que huyendo. Habíamos puesto el ojo en una playita que aparecía así toda tímida en el mapa y para allá fuimos. Resultó que la playa estaba en un condominio, pero era de acceso libre, así que entramos sin problemas, en la costa había un chiringo de esos que no me canso de mencionar porque es donde nos gusta dormir y Marqui pidió permiso para poner la carpa allí. Sin problema el gerente dijo que allí dormiríamos bien y que le avisarían al personal de seguridad del condominio para que supiéramos que estábamos ahí. Mientras todo eso iba sucediendo comenzamos a hablar con una señora que estaba en el restaurante, nos preguntó muchas cosas de nuestro viaje y era súper conversadora. No demoramos en ponernos a charlar juntos en la vereda, nos presentó a su hija y a su marido. El sol iba cayendo y nos dijeron que tomáramos un baño de mar, que el agua estaba maravillosa, les hicimos caso por supuesto y nos fuimos a la playa. 

 

Cuando volvimos seguían allí y muy tímidamente se nos volvieron a acercar para invitarnos a su casa. Ellos estaban de vacaciones, una amiga les había prestado una casa a 10 kilómetros de dónde estábamos y nos estaban invitando a compartir con ellos esa noche, porque el señor ya tenía decidido que nos haría un asado.

¿Ustedes que habrían hecho? Porque nosotros ni lo dudamos. Nos cambiamos la ropa mojada y pedaleamos esos 10 kilómetros que nos separaban de buena compañía, un baño, una cama y un asado. 

 

Basta decir que no nos quedamos una noche con ellos, sino tres, como para explicar lo bien que la pasamos. De repente nos adoptaron y nos incluyeron en sus planes, al día siguiente fuimos a la playa con todo, vianda, sombrilla y reposeras. Conversamos un montón con ellos, son muy charletas y divertidos, muy amables y la verdad, es que fue maravilloso pasar un día de playa en familia. Esa noche, Jorge preparó un pescado que estaba delicioso y entre una cosa y la otra nos dijo que no nos íbamos a ir al otro día porque teníamos que ir a la playa de Peró. Un poco dudamos, porque no queríamos abusar más de su hospitalidad, pero frente a su insistencia y las fotos grandiosas que mostraba Google de lo que era la playa, terminamos aceptado. 

 

Así fue como pasamos otro fantástico día de playa con ellos, la playa de Peró es preciosa, había mucha gente, pero el color del agua y de la arena era de película. Al lado está la playa de las conchas y entre ellas hay un mirador, yo no subí porque soy vaga para caminar por un morro bajo el sol, pero Marqui y las chicas subieron y sacaron preciosas fotos.

 

Tanto Denise como Jorge insistieron en que nos quedemos un día más, así como también intentaron llevarnos a Teresópolis, ciudad donde viven, pero nos mantuvimos firmes porque había que seguir viaje. Creo que ellos no llegaron a imaginarse lo bien que nos hicieron, veníamos con días difíciles y muy duros emocionalmente y de repente ser adoptados por una familia tan amorosa nos devolvió las ganas de continuar, nos devolvieron la confianza y nos recordaron que lo que hacemos no es tan simple y que requiere mucho cuerpo, mucha dedicación y sacrificio. Estaré eternamente agradecida con esa familia tan linda que nos regaló unos hermosos días de playa juntos.

 

Luego de la despedida, que fue muy emotiva, volvimos a la ruta. El calor comienza a apretar cada vez más temprano y, por desgracia, apareció el viento, en contra obvio. Mucho viento, una locura, jamás habría imaginado esas ráfagas tan fuertes en esta zona. Pero como no soy de acá y poco sé, esas ráfagas existen y ahí estaban, chocando contra mi pecho. Teníamos un objetivo muy ambicioso para ese día, pero nos faltaron unos 4km para alcanzarlo. La mayoría de las veces los objetivos son propuestos por Marc, porque él es quién se encarga del mapa y presta más atención a eso. Depende como anden sus ganas de disfrutar o de escapar propone objetivos que a veces son una locura para mis piernas, y ni que hablar para mi cabeza. Ese día fue uno de ellos, pero aguanté bien, firme y en cuanto vi una estación de servicio que me transmitió seguridad le dije que hasta ahí llegaba ese día. El muchacho del puesto de gasolina nos habilitó una ducha, un baño y un lugar tranquilo y seguro para dormir. Recién llevábamos un día en la ruta desde el descanso con la familia de Denise y ya estábamos extrañando el confort de una casa. Los ánimos volvían a decaer, el Marqui se me estaba apagando. 

 

En estos días volcamos todas nuestras ansiedades en el açaí, el açaí es el fruto de una planta amazónica con el que hacen una crema helada que nos encanta, suele comerse con granola y banana, es muy energética y dicen que es saludable. En el nordeste del país también lo comí como si fuese una salsa, sin azúcar y para acompañar las comidas. Cada región lo consume de alguna manera diferente, en la que estamos se consume más como si fuera helado. 

Como ya dije, la falta de ánimos era reiterada y a veces un buen açaí, nos levantaba un poco la moral, al menos momentáneamente. 

 

Ya estábamos saliendo del estado de Rio de Janeiro, la verdad es que nos costó mucho pedalearlo, no porque nos presentara dificultades, sino porque mentalmente estuvimos muy flojos y con muchas dudas. El hecho de haber parado de pedalear tanto tiempo, de haber viajado cada uno a su ciudad y cortar el viaje a la mitad nos jugó mucho en contra. Hay que encontrarle la vuelta de nuevo, o decidir alguna cosa. Pero viajar en bicicleta sufriendo es algo que no es posible sostener en el tiempo.

 A algunos kilómetros de donde estábamos está la ciudad de Vitoria, ya en el estado de Espirito Santo, allí Marqui tiene un amigo y nos ofreció un lugar dónde descansar unos días. Por lo pronto Vitoria se nos presenta como el próximo oasis al que queremos llegar, para descansar, reencontrarnos y decidir si estamos de acuerdo en continuar con esta aventura. 

Gracias por estar ahí, leyendo  💜

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