Litoral Carioca (parte 1)


Nos subimos a las bicis un poco más tarde de lo que hubiéramos querido y el sol ya apretaba bastante. Pero como era el primer día, después de un mes sin pedalear, teníamos que ultimar algunas compras básicas, como por ejemplo protector solar y repelente de mosquitos, no nos quedó mucha opción.

Salir de la ciudad de Paraty (Rio de Janeiro) fue fácil, ya la conocíamos bastante, también fue una alegría inmensa el poder irnos al fin, saber que volveríamos a ser nosotros y la ruta. En lo personal la ciudad tiene un lugarcito en mi corazón porque en el año 2016, cuando decidí dejar de vivir en Ushuaia y comenzar esta vida de aventuras, mi primer destino fue Paraty. No sé bien por qué fui a para allá, pero me sirvió mucho como primera experiencia viviendo y trabajando en el extranjero. En Paraty aprendí muchas cosas sobre la vida y las personas, pero más aprendí de mi misma porque allí tuve el tiempo y el espacio para dedicarme, cuestionarme, reconocerme y valorarme. Por eso y tantas otras cosas Paraty significa mucho para mí, aunque en esta última visita pude ver la ciudad con otros ojos y dejarla en el pasado, no creo que vuelva, ese día mientras pedaleaba alejándome de ella sentía que una etapa de mi vida había concluido, le agradecí por los buenos momentos y me alejé para siempre.

El objetivo del día no era muy ambicioso porque, como dije antes, hacia tiempo que no pedaleábamos, entonces había que tomárselo con calma. Nos propusimos llegar a una playa que ninguno conocía y parecía bonita. No sé si ya mencioné algo sobre una aplicación de celular, que utilizamos mucho, está hecha básicamente de comentarios de viajeros. La mayoría de los comentarios es de personas que viajan en motor home y esas cosas, pero a nosotros nos sirve cuando hay información de dónde hay baños, duchas, sombra o lugares lindos y libres para acampar. La playa que elegimos para la primera noche se llama Vila Histórica de Mambucaba, y en esa aplicación alguien que pasó por ahí comentó que había baños y ducha libre 24hs, la idea nos gustó, básicamente porque llegaríamos temprano a la playa, podríamos disfrutar del mar y cerrar el día con una ducha para sacarnos la sal del agua y el sudor del día, obvio. Notarán que no somos muy exquisitos, en estas zonas con un baño de agua dulce al final del día ya estamos más que felices.

Antes de llegar a la playa paramos en un puesto de la policía federal rodoviaria, esa que siempre esta en las rutas, y les pedimos agua. Charlamos un poco con los policías que se mostraron muy simpáticos, nos llenaron las botellas de agua bien helada y nos dijeron que la playa a la que estábamos yendo era muy bonita. Toda buena onda, típico aquí en Brasil.

Es enero y acá son vacaciones, las playas suelen estar a reventar, ésta no estaba tan explotada, pero había mucha gente. Sin embrago era linda, el mar era calmo como si fuese una bahía y la vista de los morros naciendo del agua la hacían más bonita aún.

Varias personas nos saludaron y nos felicitaron por estar haciendo lo que sea que estemos haciendo, el brasilero es tan simpático y curioso que siempre que llegamos a algún lugar pasamos un buen rato conversando con alguien, contestando preguntas y recibiendo felicitaciones. 

El día concluyó muy tranquilo, disfrutamos la tarde en la playa, pudimos bañarnos antes de que el sol caiga y pedimos permiso en un chiringuito de playa para armar la carpa ahí mismo. El señor al que le preguntamos nos dijo que si sin problema, que el lugar era muy tranquilo, nos deseó buenas noches y se despidió. 

Nos fuimos a dormir tranquilos, sabiendo que al día siguiente nos esperaba una odisea física muy fuerte, porque los morros típicos de la zona, esos que se meten hermosamente en el mar, hay que subirlos y bajarlos también y son durísimos. 

Todo lo plácido que fue el primer día de pedaleada se esfumó en el segundo día y el tercero, y el cuarto…

¡Qué ruta más exigente! Un sube y baja matador y desgastante, además del calor y la humedad. De a poco vamos a tener que ir aclimatándonos, pero nos está costando muchísimo. Aquel tramo de ruta para llegar a Angra dos Reis fue intenso, bastante tráfico y muchas pendientes demasiado abruptas. Además, fue una decepción cuando llegamos a la ciudad porque íbamos con la idea de que tendríamos un lugar para dormir, Angra es una ciudad que no me gusta, nunca me gustó y la habría esquivado con gusto, pero había contactado con una señora que vivía ahí mediante Couchsurfing y nos estaba esperando. Para cuando confirme su ubicación resultó que vivía a 60km de la ciudad y que ya habíamos pasado prácticamente por la puerta de su casa, claro vivía en el municipio de Angra, no en la ciudad.

Estaba indignadísima, nos habíamos desviado para ingresar a la ciudad que, además para entrar hay que bajar un morro altísimo, para nada. Para colmo, como ya dije, es una ciudad que no me gusta ni un poco, tiene una energía tan extraña que siempre que voy quiero huir de ahí. Cuando vivía en Paraty era común ir para allá porque ahí hay una oficina de inmigración y cuando tramitaba mi residencia brasilera tenia que ir seguido a lidiar con la burocracia, quizás sea ese recuerdo el que hace que deteste esa ciudad, no lo sé, pero espero no volver jamás.

Cuando vas en bicicleta no hay tiempo para quedarse enojado, así que decidimos irnos de allí, todavía era temprano y podríamos llegar a algún lugar más bonito donde pasar la noche.

El día se nos fue de las manos, la ruta no ofrecía prácticamente nada, solo morros que subían y bajaban. Llegamos a una urbanización y pedaleamos muchos kilómetros para encontrar algún lugarcito que nos pareciera seguro para dormir. Estaba imposible, la costa estaba llena de casas de playa privadas, posadas y hoteles. No había manera prácticamente de acceder a la playa por libre, así fuimos sumando kilómetros y kilómetros y las horas del día se nos estaban escapando y con ellas la luz del sol.

Decidimos empezar a solucionar necesidades, la primera era encontrar una ducha y la segunda un lugar donde poner la carpa. Preguntamos a algunas personas dónde podría haber algún lugar para bañarnos y muchos nos decían que vayamos al “bicao”. La verdad es que el idioma portugués lo tenemos bastante dominado pero esa palabra estaba difícil, “bico” es pico, un “bicao” tiene que ser un pico grande, pensé. Ante la duda fuimos a averiguarlo y lo bien que hicimos. Resultó ser una caída de agua fría directa desde la montaña. Un placer fue el bañito en ese “bicao”. 

Una vez solucionado el tema del baño, fuimos a buscar un lugar donde armar la carpa. La urbanización era de los trabajadores de Petrobras, así que todo estaba organizado por barrios, cercos y rejas. Estaba difícil encontrar un lugar, aparte también nos interesaba tener un techo, porque en esta región llueve todos los días. La mata atlántica es preciosa, pero es húmeda y lluviosa, muy lluviosa. Con la ayuda de los señores de seguridad que nos veían ir y venir conseguimos dormir en el club náutico de la urbanización, primero en el estacionamiento, pero después el guardia de la noche, un muchacho bahiano muy simpático, nos dijo que pusiéramos la carpa en el quincho del club. La noche fue salvada exitosamente porque llovió mares y nosotros teníamos un techo gigante protegiéndonos. Se nota que estamos un poco fuera de práctica, porque hace tiempo que no andamos en la ruta y ese día estuvimos muy lentos para encontrar sitio para dormir, nos aturullamos rápido y perdimos mucho tiempo sin tomar decisiones. De a poco vamos a volver a estar en sintonía y todo va a ir fluyendo más fácil.

Poco a poco nos vamos acercando a la ciudad de Rio de Janeiro, lo cual no se si es bueno o malo porque cada persona que se entera que vamos para allá se horroriza. Nos están metiendo el miedo en el cuerpo e inconscientemente lo estamos dejando entrar. Eso nunca es bueno.

La noche anterior para llegar a Rio dormimos en un poblado ubicado a orillas de la ruta, conocimos vecinos muy simpáticos que nos ofrecieron un lugar seguro para dormir, un baño, agua para tomar, jugo y hasta dinero. Ese día ya nos habíamos duchado igual, porque en la búsqueda de dónde dormir vi un cartel de un restaurante que se llamaba “bicao”, sin dudarlo nos encaminamos hacia allá y la zona tenia varias salientes de agua de la montaña, así que fue fácil ducharse por ahí. Así fue como aprendí una nueva palabra en portugués. 

 

La llegada a Rio de Janeiro nos tenía un poco nerviosos, no hubo persona que no nos hablara mal de la ciudad, todos mencionaban lo peligroso que era, a la cantidad de asaltos que hay y lo vulnerables que seriamos entrando a la ciudad de bicicleta. La verdad es que tanto Marc como yo ya conocíamos la ciudad y no habíamos sentido nunca tal peligro, pero, como ya dije, los comentarios de las personas se te van metiendo en el cuerpo y en la cabeza, hasta que logran atemorizarte. Al final, así funciona el miedo.

Conseguimos donde alojarnos mediante Couchurfing así que al menos podíamos estar tranquilos que tendríamos donde dormir al llegar. Sin embargo, el día de llegada fue duro, era sábado y hacia un calor infernal, la ciclovía que accede a la ciudad esta muy buena pero al ser fin de semana estaba todo lleno de gente, gente por acá y por allá, música, sombrillas, vendedores ambulantes, policías, más gente y más música. 

En la vorágine pedaleamos sin parar por mucho tiempo, tampoco había donde detenerse a descansar, no había sombra en el camino y todo estaba colapsado de personas. Leo, quien nos iría a alojar, nos había recomendado pedalear hasta Barra de Tijuca, que sería un trecho más tranquilo, y luego tomar el subte hasta su barrio. Habíamos desestimado esa opción porque queríamos pedalear toda la costa, pero viendo que estaba tan reventado de gente ese trecho que se suponía seria “tranquilo” ni lo dudamos y nos fuimos a la estación de metro. Ahí si que todo se puso más interesante porque acceder a la estación con las bicicletas tan pesadas y llenas de cosas fue gracioso, tuvimos que meternos en los elevadores de carga para bajar al subsuelo, después para comprar el pasaje también tuvimos nuestros problemitas tecnológicos, y de nuevo otra vez al ascensor de carga para bajar un nivel más hasta llegar al subte. Bueno, fue toda una experiencia la verdad, nos reímos bastante, sudamos otro tanto, pero lo conseguimos. 

Una vez llegamos al barrio de Leo todo fue muy simple, encontramos su departamento sin problemas y descubrimos que es una persona muy amigable, tanto él, su pareja Bel, y la perrita Zafira fueron unos maravillosos anfitriones, fue bueno llegar a su casa y tener con quién charlar y compartir lindos momentos. También se estaba alojando ahí una chica de Francia que viaja sola hace muchos años y también era buena conversadora. Por la tardecita salimos a dar una vuelta por el barrio, un poco para comprar provisiones y otro poco para estirar las piernas, nos encontramos con música en vivo, los bares a reventar de gente tomando cerveza, las mesitas en la vereda, en fin, un ambiente, una energía tan hermosa que no dudamos en sentarnos en un barcito y hacer lo mismo que todos los que nos rodeaban. Así mismo era como recordaba Rio de Janeiro, samba, cerveza y buena onda.

Distinta fue la vibra del día siguiente, domingo de sol que se nos ocurrió ir a las playas de Copacabana e Ipanema, ¡uff! hasta hoy me arrepiento de haberlo hecho. Un horror, todo reventado de gente, música, ruido, ruido y más ruido. Son playas tan preciosas, paisajísticamente hablando, que fue una decepción muy grande verlas así. Es que directamente ni se veían de la cantidad de gente, no se veía el mar, ni los morros de los alrededores, ni la arena, ni nada. Solo veíamos tangas y sungas, me sonrió de sólo recordarlo. Que horror. Así que, gente, si van a Rio de Janeiro, ni se les ocurra ir en enero. 

Volvimos a la casa de los chicos un poco decepcionados y agobiados del movimiento de la ciudad, pero en su casa encontramos paz, buenas charlas y mucha buena onda. Preparamos nuestras cosas porque al día siguiente planeábamos tomar un ferry que atraviesa la Bahía de Guanabara rumbo a Niteroi y el litoral norte del estado de Rio de Janeiro.

Adiós Rio, hasta la próxima.


 

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