Cataratas del Iguazú

 


Pasó mucho tiempo desde que visitamos las famosas Cataratas del Iguazú, estaba un poco reacia a escribir sobre nuestra visita al parque porque todas las palabras emotivas que semejante maravilla me arrancó del alma, las perdí. Perdí mi cuaderno unos de los primeros días de pedaleada en Brasil, aquel cuaderno lo había comprado en Salta, Argentina. Por lo tanto, también perdí mis memorias en Bolivia y Paraguay. A veces tengo bronca de mi misma, pero bueno los descuidos suceden, a mi me pasan bastante seguido y las consecuencias a veces duelen. De todas maneras, voy a intentar dejar registro de esos días tan preciosos, porque lo merecen. Aunque la verdad, no hay palabras que alcancen a describir tal belleza, por eso quizás en este escrito abuse un poco de las fotos.

Ciudad del Este nos despidió tal cual como nos recibió, con lluvia. Pedaleamos algunos kilómetros hasta el puerto donde se encuentra la balsa que cruza el rio Paraná, para meterse en el rio Iguazú y detenerse en Puerto Iguazú, ciudad argentina.


 Los tramites de salida de Paraguay fueron fáciles y sencillos, sin inconvenientes y con mucha buena onda por parte de los paraguayos, como siempre. La verdad es que la gente de Paraguay va a quedar en mi memoria por lo amables y simpáticos que fueron con nosotros en todo nuestro paso por el país. La entrada a Argentina no fue menos fácil que la salida de Paraguay, el oficial de inmigración prácticamente no nos miró, así que en menos de un minuto ya estábamos en suelo argentino nuevamente.

Nos fuimos en busca de nuestro alojamiento, sabíamos que nos quedaríamos en Puerto Iguazú algunos días para conocer las cataratas, así que procuramos un sitio donde dormir, lo más barato posible. El resultado de la búsqueda fue una casita, muy equipada, con baño, cocina, wifi y todo. Super completa, limpia, pero con olor a humedad. Fue un poco decepcionante llegar y sentir la humedad en los pulmones, pero la verdad es que había estado lloviendo los últimos días y la construcción era antigua, por lo demás, la verdad es que estaba impecable. Dejamos nuestras cosas allí, y salimos a conocer la ciudad e intentar cambiar dinero, porque no teníamos pesos argentinos todavía. No tardamos mucho en conseguir pesos y menos tardamos en empezar a gastarlos. Nos sorprendimos mucho de la diferencia de precio de las cosas entre Argentina y Paraguay. De repente todo estaba tan barato que nos dimos varios gustos, empezamos por una pizza bien aceitosa, empanadas y todo bien regado (diría mi amiga Romina) con cerveza negra, ¡ay como extrañaba la birra negra! 



Después nos fuimos al super y arrasamos, no quedó ni un alfajor vivo. La cena de esa noche fue espectacular, para quienes se la pasan cenando polenta o pasta, aquella noche fue digna de una Navidad.



Llegó el día, yo estaba tan ansiosa, soñé mucho con conocer las cataratas, Marqui ya las había conocido con su familia algunos años atrás, pero yo por una cosa o la otra jamás había ido. Para llegar al parque pasé bastante miedo, recordé lo horribles que son las rutas argentinas, sin banquina (arcén) y con unos conductores que parecen odiar tu vida e intentan matarte constantemente. La verdad, qué horror. Llevábamos meses pedaleando en Bolivia y Paraguay, donde los conductores nos respetaban muchísimo y las rutas tenían mucho espacio para todos. Pero esa ruta que lleva a las cataratas es un suplicio para los ciclistas, todo el mundo tocándonos bocina para que nos apartemos, tirándonos los autos encima, todos los buses de turismo yendo rapidísimo por esa carretera tan estrecha que sube y baja… en fin. Llegué al parque desorbitada, odiando a todos y con ganas de poner varias bombas. Me calmé rápido, una vez dentro del parque fui consciente de dónde estaba, cómo había llegado hasta allí y me emocioné mucho. Iba a ser un gran día.

Ahora viene el momento de las fotos, porque honestamente, es muy difícil describir la fuerza de tanta agua junta. Los colores, el sonido, la bruma… es un lugar mágico. Altamente recomendable para todo el mundo, lo que queda de naturaleza en el parque es espectacular. Intentaba imaginarme el sitio muchísimos años atrás, eso debe haber sido una fuente de vida impresionante.

Voy a admitir que cuando llegamos a lo alto del mirador, desde donde se ve la caída de agua desde arriba, me faltó el aire. Fue una presión en el pecho frente a tanta magnitud, me emocioné bastante. Estaba feliz y contenta de estar allí, con Marqui. Por momentos me quedaba en cuelgue mirando el agua y escuchando el estruendo que genera su caída, hasta que algún subnormal me pedía que me aparte de la valla para poder tomar fotos. Qué molestas son las personas a veces. Poca gente admiraba el espectáculo así sin más, la mayoría llegaba al mirador, se ponía de espaldas a las cascadas para poder sacarse una selfie, la conseguían y se iban ¡No se detenían ni dos segundos a mirarlas! En fin, yo intenté mirarlas lo más que pude para grabarlas en mi cerebro por siempre.







Tenía mucha ilusión de hacer esa travesía en barco que te acerca a la Garganta del Diablo y empaparme de bruma, de hecho, me había llevado ropa de recambio y todo, porque estaba frio como para andar mojada. Lamentablemente, no lo conseguimos hacer. Ya no estaba disponible ese paseo, ahora sólo existe una excursión de medio día, de casi 100 dólares por persona, que realiza un “zafari” por la selva y algunas horas de navegación para culminar en la Garganta del Diablo. Más allá de no poder pagarla, requería reserva y muchas horas del día. Así que, tendré que volver en otra época para poder hacer esa navegación corta (y más económica) y empaparme en las aguas del Rio Iguazú. Siempre es bueno tener una excusa para regresar, vale la pena hacerlo.


En cuanto a la fauna, vi muchos coatíes haciendo de las suyas, abusando de turistas distraídos, y no tanto, para robarles comida, mochilas y todo lo que pudieran. Me recordaron mucho a los mapaches del Parque Nacional Manuel Antonio, en Costa Rica. Aquella vez, mi amiga Mariana y yo si fuimos de esas turistas distraídas, casi perdemos la cámara de Mari y tuve que pegarle a uno en la cabeza para que suelte la mochila que se estaba llevando, qué manera de gritar y reírnos después. Hay que tener cuidado con esos animalitos, son lindos y fotogénicos, pero ladrones y traidores. Así como los monos en Malasia, que en una oportunidad nos dieron vuelta las bicicletas, nos reventaron las mochilas y se llevaron toda nuestra comida.

Cerrando la historia, recomiendo mucho ir a las Cataratas del Iguazú, me encantaron y volvería sin dudarlo. La entrada está un poco salada, más si sos de otro país, pero ¿qué vamos a hacer?... pagarla que vale la pena. 



 

Entradas populares de este blog

Volvimos!!! Litoral Carioca VIDEO Etapa 22

Un oasis en Mendoza

Mendoza VIDEO Etapa 12

Ruta de los 7 lagos VIDEO Etapa 08

Bienvenidos a Santa Cruz!!

Isla Margarita VIDEO Etapa 29

La Gran Sabana VIDEO Etapa 27