¡Chau Argentina!
Hace más de siete meses que salimos de Ushuaia. Un lunes frio, ventoso, gris y húmedo nos subimos a las bicicletas y nos fuimos de mi barrio, de Kuanip al fondo. Estábamos ansiosos porque llegue el día de volver a la ruta en bicicleta, tan ansiosos que no nos importó el clima nefasto de aquel lunes. Atravesamos la ciudad entera, en el camino me despedí de mis padrinos y de una gran amiga, no me gustan las despedidas, pero el poder emprender una aventura así desde mi propia casa me hacía sentir una euforia incomprensible. Me estaban viendo ser yo, estaban conociendo a “la Maria” de los últimos años, esa Maria viajera, loca, valiente que lo único que quiere es subirse a una bicicleta y pedalear el mundo. Mis viajes anteriores en bici fueron en otros países, de hecho, Argentina es el país número diez que pedaleo, por eso nunca pude compartir con mi gente este tipo de situaciones y emociones, mi familia no me ha visto pedaleando cargada por la ruta, ni conocieron ninguna de mis bicicletas anteriores, ni han sido testigos de lo que es planificar un viaje en bici, los preparativos que conlleva y la tormenta de nervios de los días previos. Esta vez fue todo muy diferente, no sé qué se les cruzaba por la cabeza a mis padres cuando miraban mi bicicleta e iban siendo conscientes de que en ella iba a recorrer Argentina, sí sé que les parecía que pesaba mucho, y efectivamente, pesa una tonelada, me imagino que tenían sus propias cavilaciones y miedos, pero por fin estaban siendo parte de mi forma de vida. Tanto así que ese día mi familia y una gran amiga fueron a despedirnos a la salida de la ciudad, nos sacamos varias fotos y nos abrazamos mucho. Yo todavía no sentía que empezaba el viaje de verdad, porque prácticamente estaba pedaleando en el patio de mi casa. No habría nada nuevo en la ruta en los próximos kilómetros, la conocía como la palma de mi mano, sin embargo, eso le daba un no sé qué, que me erizaba la piel. La nevada en el paso Garibaldi asustó a Marc, pero a mí me hizo emocionar, esa era mi Ushuaia en su máximo esplendor veraniego despidiéndose de mí - Gracias y hasta la próxima, pensé.
Los primeros dos mil kilómetros fueron un desafío inmenso, el viento patagónico era todo lo que se podía encontrar en aquella región tan extrema. Hubo días en los que quise abandonar, días en los que el viento me tiró de la bicicleta y el miedo se apoderó de mí, días en los que extrañaba profundamente el calor, la playa y la gente de otros países. Hubo días en los que tuve que llevar mi mente más allá para poder continuar con la aventura y seguir enfocada y con una voluntad de acero. Poco a poco fuimos avanzando, y cuando estábamos a punto de quebrarnos, algo nos motivaba, algo nos incentivaba a seguir. Recuerdo al mes y medio de viaje, estábamos tan desorientados emocionalmente que encontramos la motivación viendo videos de escaladores en situaciones extremas, ellos pasaban días y días trepando, alimentándose a base de té y dormitando colgados de las montañas… y nosotros llorisqueando por el viento, pensaba yo. En fin, la Patagonia sur fue un suplicio, pero cada día fue un triunfo, pequeño pero valioso.
Todo cambio en la zona norte de la Patagonia, aquello a lo que algunos le llaman “sur”. Si bien la gente brotaba del suelo como hormigas y el tráfico se volvió peligroso, los paisajes nos llenaron de alegría, volvió el verde, volvieron los árboles, el pasto, las flores, los ríos y lagos, estábamos en el paraíso de nuevo (digo de nuevo porque la naturaleza en Ushuaia es incluso más que el paraíso).
Haber cruzado la Patagonia entera en bicicleta para mí fue un logro inmenso, un gran mérito personal, porque me costó mucho, física y mentalmente. Pero, una vez fuera de aquella región empezó todo lo nuevo porque jamás había estado en Cuyo ni en el Noroeste Argentino, por lo tanto, estaba muy emocionada y eufórica por seguir pedaleando, ahora sí, a conocer nuevos paisajes. ¡Qué emoción!
No creo que mis palabras lleguen a hacer justicia a la cantidad de experiencias que viví pedaleando por tantas provincias argentinas, acampando en tantos lugares maravillosos. He dormido custodiada por volcanes, montañas, cerros, ríos, lagos, diques, puentes y alcantarillas también.
Conocimos gente que nos engañó, que nos cobró de más o nos ignoró por completo, pero también conocimos personas amables, generosas y empáticas. Eso me lleva a Catamarca, por ejemplo, las personas de aquella provincia me sorprendieron con tanta amabilidad y buen corazón, de haber ido toda la ruta pagando todo un poco más caro “por ser de fuera” en Catamarca nos regalaban cosas con la misma excusa, ni qué decir de aquél mediodía del domingo primero de Mayo cuando nos topamos con un grupo de gauchos en pleno asado, quienes nos empezaron a llamar a los gritos para que nos acerquemos y ni bien lo hicimos teníamos una pata de cordero en una mano y una botella cortada llena de vino con hielo y gaseosa en la otra. De postre, una cabalgata en sus propios caballos. Catamarca y su gente se quedaron en mi corazón para siempre.
A lo largo del camino nos fuimos topando con gente que jamás olvidaremos, personas que disponen de lugares exclusivos para los viajeros o cicloviajeros, con todas las comodidades posibles y sin pedir nada a cambio, familias que nos abrieron la puerta de su casa y nos invitaron a compartir sus vidas con ellos. Me es inevitable pensar en la provincia de Mendoza, porque allí conocimos dos familias que nos hicieron sentir tan bien, tan a gusto y tan parte de ellos que compartimos días inolvidables.
Podría extenderme muchísimo contando experiencias, anécdotas y vivencias que tuvimos a lo largo de estos siete meses pedaleando Argentina, pero lo que estoy intentando hacer es justamente lo contrario, cerrar el viaje aquí. En este texto, intentar englobar lo que fue pedalear más de 6.000 kilómetros en este país, mi país, tan extenso y desconocido que era para mí y tan cercano que lo siento ahora. Aprendí mucho, aprendí tanto, entendí tantas cosas en todos estos días que me voy de Argentina con el corazón tranquilo. También me voy bastante orgullosa porque los paisajes que tenemos son únicos, algo que me llamó mucho la atención es la inmensidad, sueño con pedalear en Mongolia, he visto videos y fotos de gente que lo ha hecho y la verdad es que hubo momentos en la ruta en los que me sentía en tierras mongolas, tenemos una variedad de paisajes tan prístinos y naturales que es precioso. La ventaja de la bici es que los recorrí lento, escuché el aletear de los cóndores, tanto que un día nos sobrevolaron alrededor de nueve cóndores, tan cerca que me asusté y casi caigo de la bicicleta, también pude escuchar el gracioso ruido de los guanacos, ¿escuchaste alguna vez el sonido que hacen?, es inimitable. Ni hablar de los cielos que pude ver, los de la provincia de San Juan son maravillosos, cada noche se ve un manto blanco de estrellas que no se puede creer, pudimos ver un sinfín de estrellas fugaces cada noche.
No voy a seguir escribiendo más, porque estoy haciendo una ensalada de recuerdos y memorias que me dan nostalgia, estoy eternamente agradecida por todo lo vivido en esta aventura en la que unimos el punto más austral del país, mi querida Ushuaia, con el extremo norte, La Quiaca.
Gracias a la gente que nos apoyó y que nos ayudó, a mis amigas que siempre están, a mi familia por soportar este estilo de vida mío, tan poco convencional y a todos aquellos que se tomaron el tiempo de leer mis escritos en nuestro blog mamamiradondeestoy.blogspot.com.
Gracias a Uliwaia por regalarnos todo el equipamiento necesario para que nuestras noches de acampada sean perfectas.
Gracias a todos, gracias por estar, pero no se relajen que esta aventura todavía no termina.
Maria