Cosas que pasan?

Tengo una historia, de las buenas, de las que te dejan pensando y repensando la vida, sus vueltas, el mundo y las conexiones. Espero estar a la altura de las circunstancias y poder explicarla correctamente…

Amaicha del Valle, Tucumán. Llegamos por la tarde, contentos porque sabíamos que alguien nos esperaba, habíamos contactado, mediante la aplicación Couchsurfing, con una pareja de jubilados que nos recibirían en su casa por dos noches, o eso creíamos. 

Los primeros momentos de estas situaciones siempre son como entrecortadas, uno no sabe cómo son las personas que te reciben, y ellos tampoco saben mucho de vos, sumado al circo del coronavirus yo ya nunca sé si puedo saludar correctamente a las personas, si tengo que mantener distancia, si debo usar la máscara o qué debo hacer. Siempre trato de comportarme bien, ser respetuosa y amable. Es un comportamiento básico creo yo, al final es cómo me gusta que se sean conmigo, y así todos en paz.

La pareja anfitriona resultó ser muy amable y la casita que nos ofrecieron era casi el hogar de Bilbo Bolsón en La Comarca, precioso todo, nos encantó poder contar con nuestro espacio privado la verdad.

Los días solicitados en la aplicación transcurrieron rápidamente, justo había coincidido con fin de semana, así que hubo mucho movimiento en la casa, visitas, baile, fogón, y mucha comida deliciosa. Como nos hicieron sentir muy cómodos barajamos la posibilidad de dejar nuestras cosas en la casa e ir a la capital de la provincia para renovar el visado de Marc, así lo hicimos y de paso me reencontré con una amiga muy especial que hacía quince años no veía. Valió la pena el viajecito a San Miguel de Tucumán, aunque la ciudad en sí no tuvo nada en particular que la distinga de otras tantas ciudades capitales, en mi opinión claro está.

Volviendo de la ciudad el ojo de Marc ya estaba poniéndose de un rojo intenso que daba miedo y no tardó mucho en que comenzara su sufrimiento. Pobre, le dolía infinito, no soportaba la claridad del día, ni estar de pie, estaba débil y fastidioso. De vuelta en Amaicha fuimos a la salita médica, le diagnosticaron una conjuntivitis, diagnóstico del cual dudamos muchísimo porque no presentaba los síntomas comunes, digamos que no se le pegaban los ojos constantemente, ni le picaban… él sentía dolor, mucho dolor, unas puntadas que no lo dejaban ni dormir (y a mí tampoco). Debido a eso nos fuimos quedando y quedando en la casa de Amelia y Rodi, ellos con mucho amor nos dijeron que no nos preocupemos, que Marc no podía volver así a la ruta y que nos quedemos lo que sea necesario para su recuperación. La verdad que es algo que siempre voy a agradecerles porque en situaciones así de criticas siempre es lindo contar con gente que te apoya y te da una mano.

Hasta acá el relato va normal, digamos que no hay mucha magia en la historia, una experiencia de Couchsurfing, un viaje a la ciudad y una presunta conjuntivitis que terminó siendo culebrilla (herpes zóster) en la mitad de la cara y cabeza de Marqui. Todo normal, él sabe que siempre le pasan cosas, y yo ya lo aprendí.

Lo espectacular comenzó cuando Amelia descubrió que mi apellido es Lacaze. Hasta ahora, cuando ellos me preguntaron “¿Maria qué?” yo les había dicho “de las Nieves” y listo, no había mencionado mi apellido, pero con esto de las aplicaciones lo vieron y a ella le surgieron miles de dudas.

En cuanto pudo me contó la historia de su papá, nacido en el campo, quedó huérfano desde muy chiquitito y para no sucumbir a las exigencias de su hermano mayor huyó a la ciudad, dónde la policía lo llevó a aquellos internados de la época. Albergues a donde iban a parar niños sin padres e incluso jóvenes delincuentes bastante peligrosos, todos juntos. La situación fue que el director de ese internado vio en el papá de Amelia a un buen chico, curioso y travieso, por ello lo cuidó y “apadrinó”, por así decirlo. Pudo diferenciarlo de los demás internados, lo rescató de allí, le dedicó tiempo y atención, le transmitió muchos de sus conocimientos y filosofías de vida, le enseñó mucho sobre plantas y hierbas medicinales, le enseñó sobre la vida, la disciplina y el trabajo. Tanto así que aquel niño pudo seguir adelante con su vida y transformarse en un hombre, profesional, trabajador y un padre de familia responsable.

¿Adivinan cómo se llamaba el director del internado?

Enrique Lacaze.

En mi ignorancia no pude atar cabos sobre si ese hombre del que Amelia me hablaba tenía o no que ver conmigo, me parecía tan lejano que un señor que vivía en Tucumán pudiera ser de mi familia. Hasta que Amelia siguió con su relato y me contó que una vez su papá se hizo mayor perdió contacto por un tiempo con el director del colegio porque éste se había ido a la provincia de Santiago del Estero. En cuanto dijo Santiago se me dispararon las alarmas, si mal no recordaba mi abuelo paterno, dígase Julio Lacaze, había nacido en Santiago del Estero. Aunque honestamente tampoco estaba tan segura de aquello, sé que en algún momento me enteré de dónde era mi abuelo, pero es como un recuerdo difuso, tanto así que capaz me lo estaba inventando.  De todas maneras, con mis dudas y todo, dije que le iba a preguntar a mi papá al respecto. Al final estábamos hablando, supuestamente, de su padre y abuelo, algo debería saber, pensé.

Al otro día pude decirle a Amelia que la persona de la que ella me había hablado era efectivamente mi bisabuelo. Mi papá confirmó la historia, y no sólo eso, sino que se comunicó con quienes son mis tíos abuelos para contarles lo que estaba sucediendo acá en Amaicha del Valle, ellos confirmaron todo, y como tienen una memoria infalible a sus 90 y tantos años, pudieron aportar muchos datos más, de hecho, describieron al papá de Amelia y relataron algunos encuentros que tuvieron con él y su familia hace muchísimos años.

Hice llorar a Amelia, se emocionó hasta las lágrimas escuchando un audio de mi tía abuela, la tía Marta, quién detallaba tantas cosas que no cabían dudas, estábamos hablando de mi bisabuelo y del padre de ella. Juntos, en alguna época lejana, en esos tiempos tan difíciles de esa Argentina tan extraña. Estábamos hablando de que las cosas que su padre le ha enseñado en su infancia y juventud fueron aprendidas de mi bisabuelo. Cosas que yo nunca llegué a aprender de él, ahora las aprendo indirectamente, a través de ella. Cosas como el reconocimiento y uso de hierbas y plantas, por ejemplo.

Cuánta emoción pude sentir en ella, cuánta sorpresa también. Es que ni yo me lo explico cómo fui a parar a su casa, con este apellido mío que tanto significaba para ella y su familia. Cómo este viaje tan loco en bicicleta de kilómetros y kilómetros me trajo hasta acá. Cómo fui yo la que insistió en venir a Amaicha del Valle, que no tenía ni idea de cómo era y que ni siquiera estaba sobre la ruta que veníamos pedaleando ¡Nos desviamos para venir hasta acá!

Quisiera entender cómo es posible toda esta secuencia y cúmulos de casualidades, cómo me vengo a encontrar con una mujer que sabe más que yo de mi propia familia paterna, que siente que conoció a mi bisabuelo a través de su padre y que encima le tiene un aprecio y un recuerdo cargado de amor y agradecimiento.

Así fue como en Amaicha del Valle, Tucumán, encontré un pedazo de mi historia y de mi sangre. 

Gracias Ame, fue hermoso conocerte. 



Maria

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