Tomando atajos!

 Parecía que la tormenta había pasado, el cielo todavía cargaba ese gris plomizo digno del fin del mundo, y la humedad se respiraba en el aire, sin embargo, dejamos la comodidad de la habitación para volver a la ruta. Habíamos pasado la noche en un hostel medio hotel, hostel porque tenía cocina y espacios comunes, y hotel porque la habitación era privada con baño y todo. Tuvimos que darnos ese lujo el día anterior porque estaba cayendo la de San Quintín afuera, además el frio lo llevábamos en los huesos hacia varios días y la verdad, ¿para qué sufrir?

La mañana estaba fresquita pero agradable, unos kilómetros después de Junín de los Andes tomamos el desvío a la Ruta Provincial 23, nos costó decidir si tomar ese camino o no porque prometía ser de un ripio quizás demasiado violento para nuestras bicicletas. Pero ambos preferíamos lidiar con un camino de tierra y piedras antes que seguir por la ruta 40 llena de vehículos yendo y viniendo con conductores bastante poco respetuosos con nuestra vida. Estábamos algo cansados del tránsito, el famoso camino de los 7 lagos estuvo bien, pero demasiada gente apurada en la ruta hizo que la experiencia sea, por momentos, muy estresante. Entonces, optamos por esa otra ruta alternativa y la verdad, ¡qué bien lo hicimos!

No sé cuántos kilómetros subimos porque prefiero no pensarlo, pero la bajada que vino después de tanto esfuerzo fue espectacular, en el camino contamos más de 15 cóndores sobrevolándonos mientras descendíamos por un camino sinuoso, que seguía asfaltado, y nos iba revelando el Rio Aluminé. Tampoco sé si es un rio famoso, pero a mí el nombre me sonaba un montón, así que cuando lo vi, me emocioné. Estaba precioso, de piedras y unos paredones en la orilla opuesta a la ruta que le daban un toque muy único. Había también unas formaciones de piedras con contornos muy curiosos, con pilares, columnas, ventanas y muchas cuevas. Me encantó todo el conjunto, todo lo que podían ver mis ojos al mismo tiempo, intenté sacar fotos, pero nunca me salen bien, nunca llegan a reflejar ni un poquito de la grandeza que estoy viendo en ese momento. Quizás por eso tampoco tomo tantas fotografías, siento que se quedan cortas, además de que no soy la fotógrafa más hábil del mundo.



Seguimos pedaleando por el cauce del rio, era precioso y nuestros cerebros ya estaba tratando de divisar algún lugar para poner la carpa y pasar la noche. Nos habíamos propuesto llegar a un paraje que se llama Pilo Lil, de hecho llegamos, pero preferimos seguir unos kilómetros más. En cuanto la ruta cruzó el rio, automáticamente después del puente comenzó el ripio, ese ripio que tanto temíamos no fue ni tan grave, por momentos quizás sí, pero en su mayoría era pedaleable tranquilamente. A partir de ahí nos enfocamos a encontrar un lugar para dormir y así fue como dimos con una bajada al rio con un lugar de acampe muy bonito, con árboles que nos repararían del viento que ya estaba apretando.

Cuando dormimos en lugares así es espectacular el silencio de la noche y la cantidad de estrellas que pueden verse, me encanta dormir en cualquier lado lejos de los pueblos y ciudades, quizás el camping libre no tenga las comodidades que muchas personas buscan, pero para mi es la mejor manera de acampar, el silencio y la paz que tenemos esas noches no las cambio por nada.


Tempranito, al otro día, empezamos a levantar campamento, prepararnos el desayuno y equipamos las bicis para salir a la ruta, esta vez sí tendríamos todo el día en una ruta de ripio, así que debía ir todo muy bien ajustado. Mientras calentaba el agua pasó un gaucho a caballo por la ruta, lo saludé y me saludó, portaba sus pilchas gauchas con una elegancia que estaba para una foto. Una vez en la ruta todo fue muy pintoresco, fue una pedaleada muy agradable la verdad, había chorrillos que bajaban de la montaña donde pudimos recargar nuestras aguas y la maquina estaba trabajando en la ruta, por lo tanto, nos iba alisando el terreno y eso nos convino bastante. 


Hubo un momento en el que el rio dejó de ser cristalino y se puso marrón espeso, parecía un rio de dulce de leche, eso pensé yo que siempre todo lo comparo con el dulce de leche, pero es que lo juro, era el mismo color y hasta espesor. Curioso, no sé bien si el cambio repentino de color fue porque quizás la zona por donde pasaba era arcillosa o de lodo, o quizás se debía a alguna cantera operativa en la zona que lo ensuciaba todo. Nunca se sabe, por estas tierras hay bastante impunidad en cuestiones ambientales y muchas empresas hacen lo que quieren, total nadie las ve, o mejor dicho, sólo las padecen la gente que vive por la zona y nadie les escucha los reclamos. Varios kilómetros después y ya casi llegando a la población de Aluminé, yo no sabia si estaba de vuelta en Laos pedaleando a orillas del rio Mekong o si seguía en la Patagonia Argentina. Muy loco el color del rio y muy atípico en estos parajes donde la mayoría son cristalinos. 


Llegamos y nos quedamos poco en la población llamada Aluminé, lo suficiente para abastecernos de algunas provisiones y visitar la panadería, eso algo que tratamos de hacer siempre, catar la panificación de cada pueblo. Es curioso cómo la gente nos pregunta siempre lo mismo, pero más curioso es cómo esas preguntas tienen poco que ver con el viaje, sino que son siempre de carácter personal, porque a nadie le cierra cómo es posible que yo sea de Ushuaia, Marc de Barcelona y estemos pedaleando juntos por la Patagonia. La mayoría nos pregunta cuándo volveremos a España, dando por sentado que vivimos allá. Eso me sorprendía bastante al principio, ahora ya no tanto. Nosotros nos divertimos con lo nuestro también, porque cuando vamos a algún lugar siempre hablo yo, por miedo a que al escuchar el acento de Marc todo nos salga el triple de precio, entonces empiezan las preguntas:

- ¿De dónde vienen?

- ¿Pedaleando? Desde Ushuaia. (Respondo).

Silencio, momento de escaneo con rayos láser, nos miran hasta el alma con cara de estar escudriñándolo todo, ceño fruncido, hasta que sale la próxima pregunta.

-Pero ¿de dónde son?

-De Ushuaia.

Momento de tensión, se puede ver la duda en el rostro de la otra persona. Ahí es cuando muchos dejan el decoro y lo señalan a él, a Marqui y sus pendientes europeos.

-Pero él (con énfasis y señalándolo) ¿de dónde es?

Ahí Marc hace su entrada a la conversación, explica que es de Barcelona, algunos burros le dicen “ah! Gallego!” y otros, por suerte, se lo ahorran. Nos entretenemos dando suspenso a las respuestas, porque sabemos que después viene la otra parte de la conversación, la repetida e infaltable. Una batería de preguntas personales bastante tediosas pero que respondemos con respeto, a veces con detalles y otras más escuetos… Que cuándo volvemos a España, dónde nos conocimos, dónde vivimos, cómo que no vivimos en ningún lado, hace cuánto que nos conocemos, etc. Una vez que el interlocutor sació su chismosidad, recién entonces empiezan las preguntas sobre nuestro viaje (si es que empiezan), y esas son las que respondemos con ganas y buena onda. Nos llama la atención que la pregunta ¿hasta dónde van? o ¿hasta cuándo? son las infaltables, de hecho, nos preparamos un par de respuestas para poder conformar a la gente que nos lo pregunta, porque la verdad es que ni nosotros mismos sabemos bien hasta dónde o hasta cuándo vamos a pedalear. Me encantaría decir, cómo vimos a varios que lo hacen sin tapujos, “vamos hasta Alaska” pero con Marqui somos de otra filosofía, vamos paso a paso, kilómetro a kilómetro, con paciencia y muy en la nuestra.

Bueno, me fui por las ramas, volviendo al rio Aluminé, después de fondearnos casi todo lo de la panadería con unos ricos mates, nos fuimos a buscar un lugarcito para dormir. Y otra vez dimos con uno a orillas del rio y al reparo del viento, cerquita de un altar del Gauchito Gil y bastante distante de la ruta. Justo lo que necesitábamos. 


Dia tres a orillas del rio Aluminé, hubo viento, de ese que es fuerte y viene en contra, ese viento que nos recordó lo duro que fue pedalear la provincia de Santa Cruz. Sin embargo, insistimos e insistimos, avanzamos varios kilómetros con mucho esfuerzo, nos llenamos de polvo y tierra, en la ruta se formaban remolinos que nos dejaban hechos un desastre, masticando tierrita. Hermoso. Ese día intentamos tomar otro atajo, era un atajo del atajo que estábamos tomando, pero no fue posible. Debo ser honesta, fui yo la que dije, no quiero seguir por esta ruta. El viento estaba tremendo, el camino era un serrucho constante y no paraba de subir. Me hastié rápido del camino y desistí, mi rueda trasera estaba con problemas, fuera de eje, me rozaba el cuadro y me estaba preocupando. Habíamos avanzado cuatro kilómetros del atajo y habíamos demorado como una hora, y yo pensaba con qué necesidad nos estábamos metiendo en esa aventura cuando la ruta que ya estábamos siguiendo y veníamos pedaleando hacia tres días ya tenia lo suyo de aventura. Por suerte Marc estuvo de acuerdo y dimos la vuelta, viento a favor tardamos muy poco en regresar a la ruta que habíamos dejado atrás. Es que el viento es elemental, clave y muy influyente en todo lo que te quieras proponer si vas en bicicleta. Lamentablemente por la dirección en la que estamos viajando, de sur a norte, siempre lo tendremos de lado en contra, no hay mucha ciencia, siempre sopla así. 


Nos quedaban pocos kilómetros a Villa Pehuenia y decidimos hacer noche antes de llegar a la urbanización, porque a veces es difícil poner la carpa libremente en zonas tan turísticas plagadas de campings organizados y cabañas. Marc es el encargado del pronóstico, no le damos tanta importancia a la temperatura, pero si al viento, justamente por lo que dije antes, y al día siguiente las ráfagas iban a ser mucho más intensas que las que habíamos padecido esa tarde, así que la decisión fue unánime, encontramos un lugar precioso para acampar y nos quedamos dos noches allí. Todavía nos quedaban algunas provisiones y agua potable, por lo tanto, nos dispusimos a relajar y descansar. Ni bien llegamos al lugar había sol, no hacia calor, pero el sol me bastó para juntar coraje y meterme al rio. Llevábamos varios días sin bañarnos así que fue como un mimo al cuerpo la agüita fresca. Marc lo pensó dos veces, pero al final se animó, una vez bañados nos abrigamos mucho porque el frio se vino con todo.


Lo demás en ese rinconcito a orillas del rio Aluminé fue descansar, jugar, escribir, mirar el rio y tomar mate. Precioso.

Dos días después encaramos para Villa Pehuenia, esa mañana hacia un frio inhumano, se me congelaba la mandíbula y los dedos, una cosa de locos. En Villa había un amigo y su pareja que andaban de vacaciones así que pudimos reencontrarnos y compartir una hermosa tarde que dio pie a un asadito nocturno, nos alojamos en su mismo camping y la juerga se extendió hasta las 3 de la mañana. No me gusta dormir en campings organizados porque siempre hay mucho ruido, aunque esa noche los ruidosos éramos nosotros, también hay muchos perros que llevan y traen basura, ladran por la noche o se pelean entre ellos. Pero esa vez fue algo especial, fue una hermosa oportunidad para compartir con amigos y relajar. Además, no quisiera no mencionarlo, llegué a Villa Pehuenia con la rueda trasera muy mal, Fabri, mi amigo, intentó acomodarla, pero era imposible, tenia el eje roto y yo lo sabía. Casualmente en Junín de los Andes, Marc tuvo que cambiar la misma pieza porque tuvo el mismo problema, pero allá tuvimos la suerte de dar con un bicicletero muy copado que lo arregló fácilmente y nos cobró 1.000 pesos. Hago mención del dinero porque reemplazar la misma pieza en Villa Pehuenia me dolió 7.300 pesos. Así de corta, de hecho, el bicicletero de allí ni me lo quiso decir, cuando le pregunté, luego de que terminara el trabajo, cuánto le debo, me dijo, ahí te dejé un papelito en la rueda. Cuando vi el papelito, o mejor dicho cuándo vi el número que decía el papelito casi me infarto. Jamás pensé que habría tanta diferencia de precio, más que nada porque hacia una semana otra persona, por el mismo trabajo, nos cobró muchísimo menos. Me indigné, me enojé y me volví a indignar. No le dije nada, pagué y me fui. No me gusta pelear y además no habría mucho por hacer, tenia que seguir viaje y ese hombre sabía que yo no tenía opción y por ello abusó. Es muy triste pero así es, así son las cosas la mayoría de los días. Ahora ya saben, si van a Villa Pehuenia y se les rompe la bici, no vayan a Destinos Patagónicos a repararla porque los van a estafar. Y si pueden no vayan ni a contratarle excursiones porque seguro que también roban con eso.

Dejar Villa Pehuenia no fue fácil, primero porque lloviznó todo el día y segundo porque al medio día nos comimos un sándwich de milanesa con empanadas, así entre pecho y espalda como despidiéndonos de las rotiserías y a sabiendas de que nos esperaban días austeros de pasta y polenta.

Seguimos con los atajos, en lugar de regresar a la ruta 40, asfaltada, seguimos pedaleando por la RP23 y nuevamente no nos equivocamos. El rio que la acompaña se llama Litrán y es hermoso, muy pintoresco y de buen caudal. Como habíamos dejado la población bastante tarde, pedaleamos pocos kilómetros hasta un bosque de pinos a orillas del rio donde pudimos acampar. Qué placer otra vez la soledad y la calma, el silencio. 




Si los días anteriores hubo poco tránsito, en esa ruta no había nadie. Cambia mucho la percepción del paisaje si no hay coches en la carretera, porque uno va más tranquilo, más relajado y todo se disfruta más. Esta ruta me gusto demasiado, si bien se ponía muy difícil por momentos por la inclinación, los asensos y el relieve, todo valió la pena. Se veían Araucarias por todos lados, qué árbol más curioso, son enormes la verdad. Nos tocó un día super soleado y caluroso, el cielo estaba resplandeciente y todo se veía como de película. Es que no sé cómo describir un paisaje tan imponente, sólo puedo decir que me sentí muy feliz de estar ahí, pedaleando cada kilómetro de esa preciosa carretera. 



 No crean que el día fue fácil, o sea, estaba todo espectacular, pero lo nuestro nos costó porque el relieve se ponía cada vez más complejo, y por supuesto apareció nuestro amigo, el viento para darle un poco de pimienta a la jornada. Fue todo un desafío conseguir llegar ese mismo día a Las Lajas. Un pueblo en el que sabíamos que la estación de servicio tenia ducha de agua caliente, y seamos honestos, ese fue el motivo de tanto empuje y tanta convicción a la hora de pedalear todo el día bajo un sol abrasador. Y llegamos y los trabajadores de la gasolinera fueron demasiado amables, llevábamos varios kilómetros pedaleando en zonas turísticas donde la gente de las estaciones de servicio por regla general te ignora, porque están cansados, porque pasa mucha gente o por lo que sea. No fue el caso en Las Lajas, ni bien aparecimos un trabajador nos hizo un chiste, otro nos saludó y nos ofrecieron las duchas como sabiendo que era justo lo que necesitábamos. La ducha estaba espectacular, salía una cantidad de agua que estaba para quedarse ahí a vivir, pero ya era tarde, el sol se esta escondiendo cada vez más temprano y teníamos varias cosas que solucionar antes de encontrar un lugar para dormir. Por ejemplo, conseguir provisiones y, por supuesto, catar la panadería del pueblo. Nos fuimos de la YPF, todos nos saludaron y desearon suerte, bajamos al pueblo y en breve encontramos la panadería. Yo traía una voracidad y un cansancio que le pedí a Marc que por favor nos sentáramos a tomar mates con facturas. Eran casi las 8 de la noche, muy tarde y quedaba poco de luz, pero necesitaba parar un momento, estaba agotada y con hambre. Mala combinación para buscar un supermercado, hacer las compras y después conseguir un lugar donde dormir. Nos relajamos, charlamos con un chico re amoroso de la panadería que nos decía que volvamos al otro día a las 7 de la mañana porque todo está recién hecho y podíamos tomarnos un café ahí mismo.

Con los últimos rayos del sol, pero con la panza llena fuimos a hacer las compras, el supermercado estaba lleno de gente y la noche se nos vino encima. Cuando cae la noche en un pueblo cae de verdad, porque si te alejas un poco de las farolas de la calle todo se pone negro, pero que no podés verte ni la palma de tu mano, ni tu bici y mucho menos la ruta. No tenemos luces para andar de noche, lo sé, muy mal de nuestra parte, y por eso nos preocupaba la oscuridad, pero estas cosas a veces pasan. Nos dirigimos al rio a las afueras del pueblo porque suponíamos que allí podríamos poner la tienda, antes de cruzar el puente había un camping, el Camping Municipal. Casi todos los pueblos tienen el suyo, algunos son gratis otros son carísimos y otros tienen gente empática trabajando que te hacen la gauchada de dejarte dormir gratis, y ese fue el caso de este camping. Nos estábamos yendo porque el precio no nos convencía, ya estábamos duchados, que es lo que más nos atrae de estos lugares organizados, asique en realidad sólo queríamos un lugar donde poner la carpa, y eso es fácil en la ruta. Pero antes de que nos alejáramos mucho salió Julieta del camping y vino hacia nosotros con una linterna en la mano y nos dijo que no nos cobraba nada, que entremos y que descansáramos en el camping. Me sorprendió mucho que nos ayudara porque no suele pasar asique me emocioné un poco, recuperé las esperanzas en la humanidad y le agradecí más de mil veces su gesto. En Bariloche imprimimos fotos nuestras con formato de postal, justamente con la intensión de que si alguien nos da una mano en la ruta podamos dejarle un recuerdito, eso hicimos con Julieta y le dejamos nuestra fotito dedicada con un “Hoy nos ayudaste un montón, muchas gracias”. 


Y así, con la alegría de haber encontrado a alguien solidario nos fuimos a dormir después de una rica polenta. La noche en el camping no fue la mejor, porque siempre hay ruido, los perros ladran, la gente esta de fiesta y se percibe movimiento toda la noche, pero bueno esa noche nos vino de mucha ayuda contar con ese lugar para dormir.

Se terminaron los atajos, al otro día retomaríamos la RN40 para seguir paseando por la provincia de Neuquén, rumbo norte, no sabemos bien hasta dónde iremos, pero seguimos sumando kilómetros, anécdotas y experiencias, seguimos compartiendo nuestro tiempo juntos haciendo algo que nos gusta y nos hace felices, seguimos disfrutando de cada día que pasa como si fuera el último. Ya pedaleamos más de 3.000 kilómetros en Argentina y queremos seguir sumando…


Entradas populares de este blog

Volvimos!!! Litoral Carioca VIDEO Etapa 22

Un oasis en Mendoza

Mendoza VIDEO Etapa 12

Ruta de los 7 lagos VIDEO Etapa 08

Bienvenidos a Santa Cruz!!

La Gran Sabana VIDEO Etapa 27

Isla Margarita VIDEO Etapa 29