El Norte Neuquino

 


El relieve cambió súbitamente, el verde desapareció y le dio paso a ese marrón casi gris que tanto vimos en el sur del país, allá por la provincia de Santa Cruz. Hubo silencio, nadie dijo nada, pero estoy segura de que ambos estábamos pensando lo mismo “otra vez no, por favor”. En realidad, la región Patagónica en su mayoría es así, seca, agreste, todo pincha y hay viento, pero como veníamos de varios días de naturaleza exuberante, lagos, ríos y mucho verde, nos impactó la velocidad del cambio de geografía.

Así que ahí estábamos, pedaleando nuevamente por tierras desoladas, sin sombra y bajo un sol infernal. La diferencia estaba en el relieve, la ruta empezó a desafiarnos con subidas y bajadas muy pronunciadas, lo cual te va manteniendo activo y con energías, no llegas a aburrirte con la monotonía del paisaje porque tenes que enfocarte en el próximo subidón y disfrutar el descenso, por lo tanto, ni tan mal, al final no era tan parecido a lo que temíamos. 


Volvimos a la vorágine de despertarnos a las 6 de la mañana para intentar evitar pedalear tanto bajo el sol, que tiene una manera de caerte a plomo sobre los hombros y la cabeza como si cargaras un elefante. El detalle ahora es que a esa hora todavía está oscuro, se nos acerca el invierno y se nota mucho que ya no tenemos tantas horas de luz. Sin embargo, y pese al frio, decidimos hacerlo así porque es más fácil pedalear con el frio matinal que con un calor infernal por la tarde. Es que la Patagonia es así, tierra de extremos. Te congelas, o te calcinas. Te vuela el viento, o no hay ni un airecito. Se secan los ríos, o bajan de la montaña con una violencia que rompen todo. Nada de intermedios por estas zonas, nada es suave o sutil. Hay que estar preparado, y saber llevarlo. Al final, no por nada muy poca gente vive en estas tierras.

¡Ah! Pero los cielos estrellados que se ven acá, no tienen comparación. Siempre nos metemos a la carpa temprano, ya sea por frio o porque estamos muy cansados del día, y es Marqui el que insiste en que hay que ver las estrellas y yo reniego, pero siempre accedo a salir un ratito al menos a contemplarlas y la verdad es que es precioso y siempre hay competencia para ver quién vio más estrellas fugaces.

Estoy divagando, ando un poco romántica últimamente, además sé que esto es lo último que escribiré de la Patagonia porque en breve salimos de ella. El límite natural es el Rio Colorado, una vez que lo crucemos lo habremos logrado, saldremos de la región, después de 3.500km pedaleados y cinco provincias cruzadas.

Los últimos días en el norte de Neuquén aprendimos un poco más de los Mapuches, de hecho, de camino a Chos Malal dormimos en una comunidad Mapuche, Chorriaca se llama. La verdad es que muy simpáticos todos, nos dejaron poner la carpa en pleno centro, al lado de la Comunidad de Fomento, en el jardín de la oficina del teléfono público. Estábamos al lado de la escuela, así que vimos a las poquitas nenas y nenes que asistían, con sus guardapolvos blancos, impecables. Ese día llegamos al medio día al pueblo, no íbamos a seguir pedaleando porque el viento se había despertado y el sol estaba quemándonos las ideas, justo ese día estaban haciendo algo con los tanques de agua y no había agua en toda la localidad, sin embargo, nos llenaros nuestras botellas sin problema, fue un lindo gesto de su parte porque sino no sé de dónde habríamos sacado agua. La tarde en la comunidad se nos pasó rápido, todos nos saludaban y un señor mayor se acercó a charlarnos. Es curioso como todo fluye con una parsimonia que te adormece en los pequeños poblados. 

Al otro día, el amanecer estaba helado y cómo cuesta salir de la bolsa de dormir cuando todo esta oscuro y frio afuera, Marc activó rápido, él es el que tira del carro por la mañana, si depende de mí, estamos perdidos. El objetivo del día era pedalear alrededor de 78km hasta Chos Malal con una de subidas y bajadas que daban miedo, por supuesto lo primero del día era la subida, así como para calentar motores.

Todo el día demoramos en llegar, el sol nos comió la piel, el viento nos la jugó bastante en contra, pero lo conseguimos. Hacía un calor increíble en Chos Malal a las 6 de la tarde, pero estábamos tranquilos porque sabíamos dónde íbamos a dormir esa noche, teníamos un contacto mediante la aplicación Couchsurfing, pasamos por la panadería, compramos una docena de facturas y para allá nos fuimos. Sabrina nos estaba esperando en su casa, era sábado y ese día ella no trabajaba. Su casa es preciosa, de barro y madera, esta ubicada en el campo, chacra le dicen, ella vive con su pareja, tres perros y dos gatos, es profesora de música en dos escuelas rurales de la zona, mapuches ambas, y cada día hace 60km de un ripio infernal, en moto, para ir y otros 60km para volver. Además, se encarga del huerto, de las gallinas, hace escabeches y yogurt casero. También tiene un proyecto para fomentar el trabajo en las mujeres mapuches, se dedican a hacer dulces caseros con frutos de la zona, así las mujeres pueden tener sus ingresos y empoderarse económicamente. Y recibe viajeros, al menos uno por semana. La verdad, me quedé sorprendida de tanta energía.


Nuestra estadía en Chos Malal fue en “modo turista”, el domingo hicimos un asadito todos juntos en la casa de Sabrina, el lunes atacamos la panadería, tomamos mates en la plaza central mientras veíamos la gente pasar, charlamos con algunos curiosos, nos tomamos un heladito y nos abastecimos de provisiones para los próximos días en ruta. También salimos a cenar para celebrar nuestros tres meses de viaje, siempre hay algo que celebrar, Marc lo festejó comiéndose una milanesa del tamaño de su cabeza y yo una pechuga de pollo (de un pollo enorme) con queso y cebolla, todo acompañado de papas fritas y regado en cerveza, obvio.


Descansados, limpitos y con las bicis llenas de provisiones encaramos la ruta de nuevo, la salida de Chos Malal era algo que me preocupaba hace tiempo porque sabía que eran 35km de subida con casi 700 metros de desnivel, una locura. Con los primeros rayos del sol empezamos a subir, de a poquito, muy despacito. El paisaje era espectacular, eso no lo puedo negar, pero ¡qué manera de subir! No sé cuántas horas estuvimos ahí, subiendo y subiendo, tomando agua, comiendo alfajorcitos (esos son los que dan energía), subiendo y subiendo… apareció el viento y ¿saben qué? ¡Estaba a favor! Debo admitir que fue de gran ayuda, al fin el viento nos estaba ayudando, por primera vez, después de tres meses de pelear con él, fue un momento maravilloso, aunque como dije antes, en la Patagonia todo es extremo y el nivel de fuerza de las ráfagas estaban poniéndose demasiado peligrosas. Llegamos a la cima y yo no sabia como frenar, iba a empezar la bajada y el viento empujaba y empujaba, tuvimos que ajustar los frenos y bajar con una fuerza y una precaución que me dejó exhausta. La ruta giró de sentido y de repente se nos volvió en contra y ahora sí, que pedalee otro.  


Encontramos una casa con muchos arboles que daban sombra y reparo, todo muy tentador, nos detuvimos porque además era la hora de comer. Las ráfagas que había daban un poco de miedo, no daba para volver a la ruta, tendríamos que dormir por ahí. Esa casa y alguna que otra más lejana era todo lo que había, el dueño no estaba y parecía que no iba a volver. Entre una charla y la otra se nos pasó la hora, de repente vemos venir a alguien pedaleando por el otro lado de la ruta, peleando con el viento lateral, nos vio y se acercó. Era una mujer, argentina de 60 años, venía desde La Quiaca pedaleando, o sea que llevaba unos 2.000 y algo de kilómetros, sorprendente estado físico, pensé. La señora dictaminó que se iba a quedar allí mismo, se metió al terreno de la casa y se dispuso a armar la carpa en su jardín. Es lindo ver cómo a la gente mayor no le importa nada y toma las decisiones con mayor convicción, nosotros con Marc damos vueltas para todo, siempre pensamos en tratar de no molestar, de no faltar el respeto y por supuesto evitamos intrusar casas. De hecho, habíamos pensado poner la carpa del cerco de la casa para afuera, jamás adentro, aunque hubiera más reparo del viento dentro. A la señora le importó todo muy poco y quise ser un poco más así. Pero, como no lo soy me fui a caminar por ahí para ver si encontraba un lugar mejor para dormir que no significara meterse en la casa de otra persona. Mi hallazgo fue épico, resulta que al lado de donde estábamos había una iglesia evangélica, a simple vista se divisaban dos baños en su exterior. La reja de entrada al terreno estaba abierta, entré y vi que la puerta de acceso tenía la llave puesta en la cerradura, del lado de afuera. Mi interior se regocijó. Fui a los baños y estaban cerrados con llave. Con toda esta información volví a donde estaba Marc, mientras tanto la señora ya había montado campamento en terreno ajeno, le conté lo que vi y le pedí que me acompañe, yo sentía que estaba haciendo algo malo si me metía a la iglesia y las cagadas compartidas siempre son mejores, necesitaba un aliado. Ni bien Marc vio la iglesia se entusiasmó y dijo que estaba buenísimo. Abrimos la puerta, estaba impoluta, hermosa de madera, con su altar y todo, tranquilamente podríamos dormir allí, además el viento estaba cada vez peor, y no se veía un alma por la zona. Nadie nos diría nada, aparte no olvidemos que la llave estaba puesta del lado de afuera, o sea, era una invitación a entrar, a gritos. 

Volvimos a hablar con la señora, Marc la ayudó a desmontar la tienda y se vino con nosotros a la iglesia. Lo demás fue relajo, tomamos mates, charlamos, conocimos un poco más a Susana, ese es su nombre y disfrutamos del viento rezumbando en las chapas del techo, pensando con alivio que estábamos a buen resguardo. Nadie vino a rezar, hasta el otro día. Fue gracioso porque nos despertamos temprano, yo me asomé a la ventana para ver como estaba el cielo y veo venir por la ruta caminando a una mujer, bajita, de pollera negra, botas y una chalina tejida rosa en los hombros, era la viva imagen de cómo se viste la gente para ir a misa. Saltaron las alarmas, o sea, esa señora no tenía otro lugar al que ir, era evidente que venía a rezar, a las 7 de la mañana. Les dije a mis colegas usurpadores “viene una señora”, Marc no me creyó al principio hasta que la vio. Los tres pusimos nuestras mejores caras de gente buena, le explicamos quiénes éramos, a dónde íbamos y el por qué estábamos ahí, sin que ella preguntara nada.  En realidad, la que habló fue Susana, nosotros con Marc sonreíamos y asentíamos. La señora se alegró de que Dios nos protegió, se dirigió al altar, puso su mantita de lana en el suelo y se arrodilló a rezar. Hubo miradas y desconcierto, no sabíamos si quedarnos o irnos, teníamos todo desparramado por todos lados porque, no nos olvidemos, eran las 7 de la mañana, recién amanecía, empezamos a guardar todo, no habría desayuno en la iglesia, pensé. La mujer terminó sus rezos, nos miró y nos dijo “No se vayan, quédense, ¿o no desayunan?” Listo, con luz verde nos relajamos, Susana igual se fue, así sin tomarse ni un café, pero nosotros nos quedamos tranquilos y solos, en la iglesia desayunando nuestro cafecito, con pan y huevos, disfrutando de la tranquilidad que se siente en la ausencia de viento. 

 

La ruta subía de nuevo, es como que a partir de ahora cada día hay alguna subida fuerte que hacer, lo bueno son las bajadas la verdad. No teníamos un objetivo claro, sabíamos que había un poblado después del ascenso, pero no sabíamos si seguiríamos pedaleando o no, todo dependía del sol, de nosotros, del cansancio, etc. Siempre todo depende de todo cuando salís a la ruta en bicicleta.

Lo que nos pasó después fue fantástico y nos trajo tantos recuerdos y tanta nostalgia, bueno al menos a mí.

La situación fue así, venía yo pedaleando primera, subiendo, dándolo todo, tratando de respirar y no morir en el intento, al frente frenó una camioneta y se bajó una señora. Yo me di cuenta de que me estaba esperando al costado de la ruta, cuando llegué a la cima con el poco oxigeno que tenia en el cerebro converse con ella, que nos invitó a su casa. Marc llegó unos segundos después a la conversación, pero la captó enseguida y estuvimos de acuerdo. Ella vivía a un kilómetro de donde estábamos por una ruta alternativa. Así como quien no quiere la cosa estábamos siguiéndola, y yo muy contenta le dije a Marqui “¡¿Hace cuánto que no seguimos a un desconocido?!” Me encantó, me gusta meterme en los hogares de las personas, porque soy chusma, y me gusta ver cómo viven, qué hacen, y esas cosas. En Argentina no nos había pasado aún algo así, una propuesta tan espontánea, pero en Tailandia nos pasó seguido (bastante) y nuestros mejores recuerdos son de situaciones así. Como aquella celebración de Año Nuevo en la que nos divertimos tanto con una familia, bailamos, bebimos, comimos, le dimos de comer a los peces (tradición tailandesa), volvimos a bailar, a beber y volvimos a comer, todo tanto que no llegamos ni a medianoche. En lo personal me dio nostalgia de Brasil, porque cuando yo viajaba en bicicleta sola por allá, la gente me invitaba mucho a su casa, y cuando digo mucho, me refiero a casi cada día. Casi cada día yo seguía a un desconocido que me encontraba en la calle y me invitaba a su casa, o a la casa del vecino, o a pasear. Era increíble lo mucho que la gente quería ayudarme y cuidarme, era hermoso.

Entonces, saliendo de esa nube de ensueño, volvemos a Argentina, y llegamos a la casa de la señora, donde se encuentra su marido que está peleándose con la instalación de un nuevo termotanque. Nos reciben los perros y los gatitos, Lidia, ese es su nombre, es muy amorosa y charlatana, no nos cuesta mucho sentirnos cómodos en su casa. Se acerca la hora de comer y nos pregunta, “¿les gusta el hígado?”, nosotros nos miramos y sin saber bien que decir decimos que nunca comimos, así que no sabemos. Yo sé que no me gusta, no sé que onda Marc, pero bueno, hay que adaptarse. La verdad es que no recuerdo haber comido hígado en mi vida, así que le doy una oportunidad y tampoco es que es feo, se dejó comer y compartimos una comida muy agradable los cuatro y un gatito bebé que me robó el corazón, y eso que, a mí, los gatos no me gustan, pero bueno, se supone que el hígado tampoco. Creo que debería dejar de decir si algo me gusta o no, porque no lo tengo muy claro. 


Por la tarde fuimos a pasear al pueblo, acompañamos a Lidia y Tito a hacer mandados, Tito llevaba una pelea con el termotanque, el gas y el agua que no se veía muy factible el hecho de que pudiéramos darnos una ducha ese día. Compramos milanesas y volvimos a la casa, un poco antes de cenar, la ducha funcionó correctamente, estábamos todos contentos, cenamos y charlamos hasta tarde. Finalmente, lo que empezó como una oferta de un lugar donde poner la carpa para dormir terminó con una oferta de una habitación con una cama de dos plazas disponible para nosotros. Dormimos como dos bebés, sin alarmas, al otro día nos levantamos mega tarde, no sé si eran las 9 de la mañana o más cuando recién abrimos los ojos, nos dimos una duchita calentita, desayunamos, nos despedimos de esa generosa familia y volvimos a la ruta. En lo personal volví a pedalear con energías renovadas, con la esperanza de que no todo está perdido y de que aún existe gente amable y hospitalaria en mi país.


Al otro día no pedaleamos muchos kilómetros, pero el relieve nos castigó bastante y al fin llegamos al último pueblo de Neuquén, al último pueblo de la Patagonia, más allá se veía el Rio Colorado y ahí empezaba otra cosa, otra región, otra gente, hasta incluso otro acento al hablar.

Lo que viene después del Rio Colorado es todo desconocido para mí y eso me encanta, se vienen nuevos desafíos. Para empezar, se vienen más de 80 kilómetros de ripio y piedra suelta que nos han dicho que son durísimos, que están en muy mal estado y que destruyen a los vehículos, empezamos bien, siempre con buenos augurios, a ver cómo nos va…

 


Entradas populares de este blog

Volvimos!!! Litoral Carioca VIDEO Etapa 22

Un oasis en Mendoza

Mendoza VIDEO Etapa 12

Ruta de los 7 lagos VIDEO Etapa 08

Bienvenidos a Santa Cruz!!

Isla Margarita VIDEO Etapa 29

La Gran Sabana VIDEO Etapa 27