Un dia en Tres Lagos

 


-Creo que deberíamos volver.

-Si, así no llego a ningún lado.

-Por eso, volvamos, pidamos ayuda y vemos como lo arreglamos.

-Vale.

Así arranco la odisea de pasar un día entero en el pueblo de Tres Lagos intentando reparar la bendita bicicleta de Marqui.

Aquel día habíamos madrugado poco y salido a la ruta sin respeto alguno del viento o de las dificultades del relieve, estábamos confiados porque el día anterior el viento nos trajo casi sin pedalear desde El Chaltén. ¡Qué gran error!

Ni bien empezamos a pedalear el viento nos pegó en el pecho con una violencia épica, yo me moría haciendo fuerza para avanzar, además me cuesta mucho arrancar el día, los primeros kilómetros siempre me los tomo con filosofía, pero ese día la ruta me estaba exigiendo al máximo desde el minuto cero. Y yo toda fresquita y relajada pensando que era todo pan comido. Pasó poco tiempo para que la cadena de Marc diera la nota, y la dio, dos veces en 6 kilómetros. Se cortó como si fuese de papel, la primera vez sobre un puente, la reparamos a las pedradas limpias, la segunda en plena subida, y otra vez a buscar una buena piedra para unir el eslabón de nuevo. Así no se puede, concluimos.

Volvimos a Tres Lagos, lo que nos había costado más de una hora de pedal a la ida, para volver fueron 10 minutos con el viento en la espalda. Esa mañana al salir del pueblo nos habíamos topado con un señor que se hace llamar Lalala, él nos rellenó las botellas con agua, nos hizo mención de los famosos y temidos “73 malditos” y nos dijo que si necesitábamos algo lo contactáramos. Ni lo dudamos, fuimos en su búsqueda, pero ya no estaba dónde lo habíamos conocido.

Me crucé al almacén donde habíamos comprado provisiones para la larga etapa que se nos venia sin proveedurías, el señor Carlos escuchó mi historia, me compartió internet y me dio el teléfono de Lalala. También me dijo que le avisara si conseguíamos arreglar la cadena, que, de no ser así, le podíamos sacar la cadena a la bicicleta del hijo, “total, ni la usa” dijo. Me imagine al hijo y su alegría al notar que su bicicleta de repente no tenia cadena.

Nos fuimos para el camping del pueblo, ahí tenían internet, baños y duchas de agua caliente. Nos sentamos en la entrada de la recepción que siempre estaba cerrada, pero apareció un chico joven muy simpático que también escuchó nuestro problema y nos ofreció su ayuda en lo que necesitemos y que contemos con los baños y las duchas si queríamos hacer uso de ellos. Un divino.

Pudimos contactar con Lalala, nos dijo donde vivía y que nos esperaba allí, que él tenia una cadena. Sorprendidos y contentos nos fuimos para allá sin pestañar, nos despedimos del muchacho del camping, que nos deseó suerte y en dos minutos estábamos frente a la casa de Lalala, el pueblo es pequeño. Su señora y él nos estaban esperando, tenían una cadena que a simple vista era de cuatriciclo, pero había que intentarlo. El hombre decía que iba a andar, yo lo dudaba y Marqui estaba enceguecido y ansioso por resolver este problema que lo viene castigando hace muchos kilómetros. Entre martillazos, destornilladores y más martillazos conseguimos amoldar esa cadena a la bicicleta de Marc, por supuesto no funcionó. Los cambios no pasaban y en un intento la pata de cambio termino metida entre los rayos de la rueda trasera haciendo un ruido que daban ganas de ponerse a llorar. Abortamos la misión, y tuvimos que volver a poner la cadena original.


La señora de Lalala nos invitó a pasar a su casa, él se había tenido que ir a trabajar, afuera el viento azotaba con todo y estaba empezando a llover. Aceptamos, estábamos cansados y tristes, unos matecitos calientes nos iban a reconfortar. Adentro de la casa estaba muy calentito, había varias personas más de la familia, conversamos un poco bajo la firme mirada de varios cráneos de los pumas de la zona. Escuchamos algunos dramas adolescentes de la hija de Lalala y algunas historias de Chaco y la familia de la señora de la casa. Decidimos ir a conversar con el señor Carlos, quien me había dicho que lo mantenga al tanto de lo que iba sucediendo. Dejamos las bicicletas en la casa de la familia de Lalala, al resguardo de la lluvia y nos fuimos al almacén. Allí Carlos no estaba, ya se había ido a su rotisería, que quedaba sobre la calle principal, según lo que ya me había indicado. Dimos con él y le contamos lo sucedido, se reía un poco, pero se lo notaba preocupado con el tema. Nos comentó que un amigo que estaba en El Calafate y que quizás él podría comprar una cadena allí y traerla cuando volviera a Tres Lagos. Era una buena opción, pero el amigo no contestaba, así que no era segura. En la rotisería había una pareja de jóvenes que escuchaban nuestra historia y nos dijeron que vayamos a la oficina de la Comuna a preguntar si alguien del pueblo estaba en El Calafate y volvía al pueblo en esos días.

A todo esto, yo estaba lidiando con un bicicletero en El Calafate que decía que tenia cadenas y estaba dispuesto a acercársela a quien nos hiciera el favor de llevarla hasta Tres Lagos. Ahí otro lio, porque todas las cadenas no son iguales, yo no sé nada de cadenas porque es la primera vez que veo una romperse (¡y tantas veces!), por lo tanto, le iba pidiendo fotos y dando información de la bicicleta, velocidades y demás. Y por supuesto, todo esto, con un 5% de batería en el teléfono que, de lo gris que se me ponía la pantalla no atizaba a ver nada. Gratos y placenteros momentos del viaje.

Nos fuimos a la oficina de la Comuna, las señoras que atendían allí nos escucharon, una de ellas viajaba al Calafate el viernes (era lunes) y volvía al otro lunes. Me imaginé pasar una semana entera en Tres Lagos y tuve un dejavu gigante de un viaje con mi familia, 10 años atrás, en el que rompimos la cadena de distribución del auto y estuvimos esperando la grúa en Tres Lagos varios días. En aquel entonces el pueblo no era ni una pizca de lo que es ahora, nos alojamos en la casa de una señora que por la noche charlaba con su marido fallecido y cerraba la casa con llave con nosotros adentro. Hermosos recuerdos de una Semana Santa inolvidable. Definitivamente no era una opción esperar una semana por la cadena. La otra señora nos dijo que uno de los bomberos sabia arreglar bicicletas, que vayamos a la estación y preguntemos. Agradecimos la atención y nos fuimos al cuartel.

Serían casi las tres de la tarde en un pueblo en Santa Cruz, de un día nublado que amagaba llover, por supuesto que no encontramos a ningún bombero (despierto) a esas horas.

Sin soluciones volvimos a la rotisería de Carlos, le contamos las novedades y él nos confirmó que su amigo ya estaba en el pueblo, por ende, esa posibilidad estaba exterminada.

Creo que Carlos vio la desesperanza pintada en nuestra cara y nos dijo “¿ya comieron?”. Efectivamente no habíamos comido, así que le pedimos una pizza napolitana y nos sentamos a reflexionar las posibilidades.

La pizza nos cayó de maravilla, estábamos de energías renovadas, además fue una atención y cuando algún desconocido te mima un poco te hace sentir mejor siempre. El hijo de Carlos estaba allí y él no paraba de decir que le íbamos a dejar su bicicleta sin cadena, el chico no decía ni una palabra, pobre. De hecho, cuando salimos de la rotisería, Carlos nos guio hacia su casa o la de su hijo, donde estaba la bicicleta, nos la mostró y nos dijo; “acá está, si la necesitan lo hablan con mi hijo y se llevan la cadena”.

Salimos de nuevo al exterior, esta vez ya hacia calor y bastante. A ambos nos sabia mal dejar al chico sin la cadena en la bicicleta, queríamos intentar solucionarlo de otra manera.

En el cuartel de bomberos dimos con un bombero que nos dijo que quien podría ayudarnos estaba en su casa, nos indico cuál era y allí fuimos.

¡Qué manera de tocar puertas!

Nos abrió la puerta un chico joven y nos dijo que nuestro mecánico de bicicletas estaba durmiendo, nos ofreció despertarlo, pero le dijimos que no, no es buena idea despertar de la siesta a quien pretendés que te ayude.

Volvimos a la casa de Lalala, buscamos nuestras bicicletas y nos fuimos al camping, otra vez. Esta vez aprovechamos el ofrecimiento del dueño del lugar y nos dimos una ducha calentita. Ya habíamos comido, así que con una ducha caliente nos íbamos a sentir mejor, porque otra vez estaba haciendo mucho frio. El clima estaba de acá para allá como nosotros mismos.

Después de bañarnos, nos abrigamos mucho porque el frio ya estaba tremendo, y nos fuimos a la casa del bombero. Lo encontramos medio dormido pero muy simpático y con muchas ganas de ayudarnos. Rápidamente vio que la bicicleta estaba mala, que la pata de cambio estaba chueca y que por más cadena nueva que le pusiéramos, la íbamos a volver a romper porque el problema era mayor. Honestamente, sabíamos que cambiar la cadena era un apaño, y que la bici tenia un problema serio, lo que pasa es que en esta región es muy difícil dar con una bicicletería con bicicletero y repuestos. Es prácticamente imposible, diría yo.

Entonces el hombre nos ofreció calibrar la pata, tratar de enderezarla y ponerla en eje, de manera que la cadena circulara bien y sin tanto esfuerzo. Charlamos un poco con él, era muy gracioso la verdad, nos dijo que el próximo camino de ripio que nos esperaba al que todos llaman los “73 malditos” no era tan grave, que en bicicleta es mejor porque uno va despacio y es menos peligroso. Me cayó bien su comentario, porque hasta ahora sólo teníamos malos augurios sobre el tramo que tendríamos que afrontar al día siguiente, miles de experiencias fallidas, motoqueros que se caían, ruedas que explotaban, etc. Fue un alivio charlar con él, nos devolvió la confianza.

Termino de apañar la bicicleta, Marc la probó y los cambios funcionaban mejor que antes, lo dimos por bueno. Nos ofreció el galpón de atrás de su casa para dormir, porque esa noche iba a llover, dijo. Aceptamos porque la verdad es que se veía la lluvia en el horizonte y el viento cada vez apretaba más.


El día llegaba a su fin, nos tomamos unos mates en silencio, cada uno con sus cavilaciones. No había sido un buen día, sin dudas, pero habíamos encontrado gente amable y solidaria, gente atenta y preocupada por nosotros.

Antes de ir a dormir fuimos a charlar con Carlos, le contamos la situación y nos despedimos. Nos deseó suerte y nos pidió que le vayamos mandando mensajes a lo largo del viaje contándole cómo nos iba yendo.

De lo malo hay que rescatar lo bueno y a mí me conmovió el interés de la gente del pueblo por ayudarnos o recomendarnos alguna solución. Nos fuimos a dormir concentrados y preparados para encarar la ruta al otro día bien temprano, la alarma a las 4am ya estaba lista, al viento hay que ganarle de mano si querés llegar a algún lado y así lo hicimos.

Gracias a la gente de Tres Lagos por hacer que nuestro día fuera más llevadero💜.

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