28 de Enero

Estamos en Chubut, en el pueblo de Tecka, chiquitito, prolijo y silencioso. El movimiento está en la gasolinera, donde los autos están haciendo fila para cargar nafta, no queda otra, en la Patagonia si ves una estación de servicio con combustible es una obligación llenar el tanque porque uno nunca sabe cuándo podrá volver a repostar.

El calor y el sol nos aplaca a todos, debo admitir que el viento casi ni se siente, lo cual no sé si es algo eventual o suele ser calmo en esta zona, lo dudo, debe ser eventual. Son casi las 5 de la tarde y recién se empieza a ver movimiento, estamos en la plaza central desde las 12 del mediodía.

Esta mañana, o madrugada, el despertador de Marc sonó a las 4:30 am, en la oscuridad con tropezones y confusiones levantamos campamento y ni bien aclaró el cielo salimos a la ruta, eran las 6am. El cielo estaba precioso con la luna, un millar de estrellas y ese brillo violáceo que anuncia el sol saliendo, un poema para la vista. Hacia frio y yo por vagancia no me quise poner los borcegos, dejé de sentir los dedos de los pies ni bien empezamos a pedalear, las sandalias no son una buena opción para esas horas.



Con convicción encaramos los primeros kilómetros del día, teníamos un objetivo claro, llegar a Tecka, debíamos avanzar lo máximo durante la mañana porque había probabilidades de fuertes vientos después de la una de la tarde, por eso madrugamos tanto y por eso íbamos concentrados porque una vez que el viento se te pone de frente con esas ráfagas endemoniadas que tiene no hay quién avance y las posibilidades de encontrar un reparo para dormir son casi las mismas que las de encontrar sombra; nulas. Habrán pasado dos horas de pedaleo cuándo con mucha alegría nos dimos cuenta de que habíamos llegado a los 2.000 kilómetros pedaleados en este viaje, todo un logro considerando lo mucho que nos costó, física y mentalmente cruzar Santa Cruz de este a oeste y de sur a norte y que hace 10 días Marqui me estaba insinuando tomar un bus a la próxima provincia. Entonces, nos felicitamos mutuamente, sacamos fotos y nos agasajamos con unos mini Fantoche (alfajorcitos) de chocolate negro que son lo más parecido a tocar el cielo con las manos.



Pedaleamos y pedaleamos, el sol empezó a calentar, los últimos días nos estuvo calcinando las ideas y por eso también madrugamos, para esquivarle un poco porque es muy matador, te deshidrata rápido.

Cuando pedaleo sin sufrir entro en un estado como de meditación, aunque nunca medité y no sé cómo es, pero calculo que algo se le parece. La cabeza se me va a diferentes escenarios, ideas descabelladas, imaginaciones, anhelos que nunca pasarán, diálogos ficticios y más cosas, así se me pasan los kilómetros y así fue la mañana de hoy. De repente sólo faltaban 20 km para llegar al pueblo y era algo más de las 10 de la mañana, ya habíamos pedaleado 50km. Con la excusa de juntar fuerzas para el último tirón del día nos comimos una bolsa de tortafritas que compramos ayer pero que seguramente fueron hechas allá por el 1900. Las comimos igual obvio, tampoco somos tan exquisitos.


La ruta nos sorprendió con una bajada suave, de esas que no pedaleas, pero tampoco necesitas frenos, fue hermosa, más que nada porque no nos las esperábamos, así que lo que pensamos que serían dos horas de pedal termino siendo una hora de mucho relajo, bajando suavemente por unos paisajes que están muy guapos, además de apoco se empieza a ver todo más verde, más vegetación y flores, también hay montañas y colinas, paredes de piedra y cañadones. En fin, la llegada al pueblo estuvo fantástica.



Una vez llegados hicimos lo que solemos hacer, nosotros y todos los que andan viajando (que no son pocos), ir a la estación de servicio. Debo admitir que tanto hoy como ayer (Gobernador Costa) quede sorprendida de la amabilidad de los trabajadores, incluso me sorprendí de que me sorprendiera que me traten con simpatía y atención, pero así fue y lo agradezco porque la gente que sonríe y es amable siempre es más linda de tratar. Y la gente está siendo muy amable la verdad. Hacia días que quería tomar yogurt, un antojo raro que se me ocurrió saciar, así que compré dos yogures, aunque no sabía si Marqui quería en realidad, él es más de la birra, pero se lo tomó igual. Cargamos agua fria y caliente, fuimos al baño, usamos el wifi para avisar a la familia que seguimos con vida y nos vinimos para la plaza central del pueblo, que es muy bonita, amplia, llena de árboles y un césped muy esponjoso.  Lugar ideal para un picnic y en un picnic no pueden faltar los sanguchitos que rápidamente me ocupé de gestionar. La señora del almacén de enfrente se rio cuando vio que colgamos nuestras hamacas entre los árboles, a la sombra de ese sol asesino que sigue calcinando todo lo que toca.

Ya es hora del mate y de eso se está encargando Marc, me ceba mates mientras escribo y yo no puedo sentir más paz de la que ya siento.



Gracias.

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