Tierra del Fuego

El primer día de viaje suele ser difícil, es la primera toma de contacto real con la bici, el equipaje, tu cuerpo y tu mente. Generalmente el primer día pasa algo, tuve algunos primeros días de pedaleo y siempre fueron fallidos, pero, debo admitir que nuestro primer día saliendo de la ciudad de Ushuaia, fue perfecto y soñado. Lo recuerdo y me sorprendo. Creo que el hecho de que estaba en mi casa, con mi familia despidiéndome en la salida de la ciudad y pedaleando por lugares que ya había pedaleado, hacía que todo fuese mas simple. Al fin de cuentas estaba pedaleando en mi zona, en mi mundo conocido y re controlado. Así que si, definitivamente eso ayudó mucho a que me sintiera tranquila y confiada, y así poder disfrutar más del día. Creo que a Marqui le pasaba algo similar, sabíamos que seguíamos ahí, en mi casa.

El día transcurrió muy tranquilo, frio, con un poco de sol, también un poco de nubes, algo de viento y granizo en el famoso paso Garibaldi, paso más alto en donde uno cruza la Cordillera de los Andes. Tardamos casi una hora y media en hacerlo, subiendo suave y constante, atentos a la respuesta de la bici en ascenso con todo el peso que llevábamos. Era el objetivo del día, cruzar la cordillera.

La primera noche fue en el Lago Escondido, habíamos pedaleado 62 kilómetros y estábamos plenos. Qué hermosa sensación la de llegar en bicicleta, armar tus cositas, disponer todo para acampar, organizarnos, éramos nosotros otra vez. Yo me sentía muy yo, es difícil de explicar, pero en esos momentos me doy cuenta de lo simple que me gusta todo, de lo poco que realmente necesito para sentirme tranquila y en paz. 

Mientras juntaba ramitas para el fuego apareció un ciclista, me puse muy contenta de verlo, era francés y a los segundos apareció su compañera de viaje. Volvían del paso fronterizo de Argentina con Chile, no estaban contentos, los chilenos no los dejaron pasar en bicicleta. No es que ellos querían ir a Chile, no. Lo que pasa es que Tierra del Fuego es una isla y el único contacto que tiene con el continente es del lado chileno, es decir mi país no tiene conexión propia entre provincias. Para ingresar o salir de mi provincia hay que salir de Argentina, entrar a Chile, cruzar la “balsa” (dígase ferry) por el Estrecho de Magallanes, salir de Chile y volver a ingresar a Argentina. Todo un tema, para los fueguinos es moneda corriente desde que nacimos porque esto siempre fue así, pero sé que hay mucha gente que no se imagina que esto ocurre. Pues así es, y a los franceses no los dejaron hacerlo en bicicleta porque Chile tiene sus fronteras cerradas y dispuso un horario limite para que uno haga toda la maniobra de salir, entrar, salir, entrar en un plazo que hacerlo en bicicleta es imposible. Por ende, las bicicletas no pasan. Todo este choclo nos dijeron los franceses que habían salido de Ushuaia días antes, llegaron a la frontera y tuvieron que deshacer lo pedaleado, con viento y lluvia. El panorama era horrible. Nos despedimos de ellos, les deseamos suerte, yo no sabia mucho que decirles porque siendo de Ushuaia casi que me sentía culpable por lo que tuvieron que pasar.

Automáticamente después de despedirnos pude ver en la cara de Marqui la preocupación. Tenía razón en estar preocupado, pero era algo que enfrentaríamos después, total faltaba para llegar a la frontera.

El segundo día nos costó arrancar, todavía no teníamos claro dónde van las cosas, qué dejar a mano y cómo organizarnos. Marqui en un momento me preguntó “y yo que hago?” y ahí entendí que había que volver a organizarnos, armarnos una rutina de desarmado de campamento, preparado de desayuno y esas cosas. La primera mañana tardamos mucho en estar listos, pero bueno, el día en esta época y en estas latitudes es largo, larguísimo.

Si el día uno fue perfecto, el dos dio la nota. No sé cuántos kilómetros llevábamos pedaleando, pero a Marc se le reventó la cadena de la bicicleta, en dos. Hizo ¡clac! Y nos quedamos en silencio, como de funeral. Yo no lo podía creer, era la primera vez que veía una cadena romperse, la bicicleta es nueva pensé, esto no puede ser. Pero fue y por suerte no tardamos mucho en solucionarlo, nos tomamos un café con galletitas mientras lo charlábamos y hacíamos dedo. Un señor se detuvo y sin problema acomodo la bici de Marc en su camioneta, se fueron juntos hasta el próximo pueblo; Tolhuin. ¿Y yo? Seguí pedaleando, sola como en los viejos tiempos, pero sabiendo que me reencontraría con Marqui en algunas horas.

Para cuando llegué a Tolhuin ya estaba todo solucionado, llegué destruida porque la entrada al pueblo es una subida tremenda y tenia mucho viento en contra. Pero ahí estaba el “revienta cadenas” esperándome en la ruta, por su parte, él ya había hecho amigos y tenia todo arregladito. Su nuevo amigo, un chico que repara bicicletas le recomendó que buscáramos refugio en la reconocida panadería La Unión, yo sabía que era un punto donde muchos ciclistas del mundo eran bien recibidos, pero como hace un tiempo se quemó no estaba enterada de que había abierto sus puertas de nuevo. Por suerte así era, la panadería está en funcionamiento otra vez, hace unas medialunas únicas y un pancito inigualable. No pasó ni un minuto entre que llegamos a la panadería y nos ubicaron en el subsuelo donde hay un lugar de descanso para aquellos valientes que llegan en bicicleta. Esta vez éramos nosotros, muy contentos nos dimos una duchita de agua caliente, preparamos unos mates y nos comimos tres medialunas cada uno, algunos bizcochos y creo que nada más. Cómo habíamos tenido un día “accidentado” no habíamos almorzado ninguno de los dos y teníamos mucha hambre.

Abandonamos la comuna con calor y un kilo de churros bajo el brazo, cortesía del lugar, el sol había salido con todo y no corría ni una brisa. El día prometía un clima espectacular y así lo fue.

Dejamos las Ruta Nacional numero 3 para adentrarnos en el corazón de la isla, el paisaje cambio muy rápidamente, las montanas se suavizaron y la estepa Patagonia empezó a relucir, casi que me sentía pedaleando por Mongolia, pero estaba ahí, re cerquita de mi casa.

Nos morimos de calor, nos tomamos casi toda el agua que, teníamos que cuidar porque sabíamos que ni ese día ni el siguiente tendríamos la posibilidad de rellenar las botellas. Poco nos importó, yo pensaba que estábamos yendo a un lago y frente a la necesidad estaba dispuesta a tomar agua de ahí si era necesario. Cocinamos y tomamos mate con ella, Marc es el más reticente, pero yo le insisto en que el agua que sale por las canillas que nadie jamás limpia es más sucia. No se si eso es verdad, pero bueno, por un momento lo convenzo.

El trayecto por la Ruta Provincial 18 fue tan hermoso como duro, subía y bajaba constantemente, el ripio estaba bueno, pero por momentos no tanto, igual disfrutamos mucho de nuestra soledad. En la ruta sólo había guanacos, bandurrias y zorritos.

El campamento en el Lago Yehuin no fue menos, el lugar es idílico, además el sol no se quería ir, los días están siendo cada vez más largos, hacia calorcito y seguíamos solos con todo el lugar para nosotros, ¡hasta nos dimos un bañito en el lago! Después preparamos nuestra carpita, ordenamos nuestras cosas y cocinamos un guisito. Nos fuimos a dormir antes de que el sol desapareciera tras las montañas, y ya eran más de las 10 de la noche.

Al cuarto día teníamos la misión de llegar a Rio Grande, por otra ruta interna también de ripio, ésta fue un poco más dura que la anterior porque además se sumo el viento en contra que nos obligaba a pedalear hasta en las bajadas. A medida que nos acercábamos a Rio Grande la preocupación de poder cruzar la frontera iba creciendo, porque se acercaba el momento de afrontar la realidad, tomar alguna decisión y hacernos cargo de que hasta ahí podíamos llegar por nuestros propios medios.

Ochenta y tres kilómetros hicimos ese día, y lo pongo en letras para que el numero se vea tan largo como fue nuestro día. Conseguimos volver a la RN3, dejar atrás el ripio y el viento en contra para empezar a pedalear por la banquina de la ruta con viento lateral. Ni tan grave, pero yo ya estaba con las piernas como dos lechuguitas.

En cuanto conseguimos señal de teléfono me pude comunicar con Silvana, nos estaba ofreciendo alojamiento en su casa y aceptamos con mucha ilusión porque estábamos muy cansados, Marc ya se había puesto todo el abrigo que tenia y yo lo veía que venia con mas frio que el que realmente hacía. Una ducha caliente le iba a hacer muy bien.

Pasadas las 20hs llegamos a la ciudad, y a dos kilómetros de la casa de Silvana y Guille (el hermano mayor de mi papa, o sea mi tío) pinche la rueda de atrás. Me empecé a reír porque ya estaba re cansada, el sol me había destruido la piel y quería llegar. Automáticamente inflé la rueda y le charlé un poco a la bicicleta, le pedí que aguante un poco más, que ya llegábamos y que por favor no me dejara tirada ahí. Llegamos a destino con la rueda en condiciones, se portó bien por suerte. Una vez llegados todo fue placer. Nos recibieron con mucho amor y atención, comidita rica, baño caliente, toallas limpias y buena conversación. Pobres no sabían que una noche se iba a transformar en tres…

Al otro día todo fue preocupación porque intentábamos resolver el tema de cruzar la frontera, no había buses para cruzar, o, mejor dicho, si había, pero no nos llevaban las bicicletas. Guille y Sil nos ofrecieron cruzarnos ellos mismos, pero me sabia mal molestarlos tanto, y a su vez, mis papas desde Ushuaia estaban atentos por si les tocaba a ellos venir a rescatarnos.

A decir verdad, era bastante frustrante todo, porque no lo podíamos resolver solos, sabíamos que habíamos estado en peores situaciones con las bicis, pero esta barrera tan imprevista ni bien empezado el viaje y tan cerca de mi familia hacia que todo se complique más. En mi cabeza. Una parte de mi quería salir a la ruta, hacer dedo, esperar lo que sea que haya que esperar hasta que alguien nos levantara, pero con todo este circo del COVID la gente quizás esta más susceptible a levantar viajeros y cruzarlos en la frontera chilena, que de por si nunca es sencilla. Digo quizás porque tampoco estaba segura de eso, es una teoría que me transmitieron, porque en realidad dos días antes habíamos hecho dedo y en menos de media hora Marc había conseguido llegar a destino sin problemas. A su vez también me preocupaba molestar a mi familia, poner en compromiso a la gente por nuestro capricho de viajar en bicicleta, pero también sabia que a veces hay que dejarse ayudar y tal vez no es una molestia, sino que la gente realmente quiere ayudarte y lo hace de corazón.

En fin, pienso mucho. Parece que no, pero pienso mucho en todo y en todos.

Cuestión que ni una cosa ni la otra, arreglé con mis papas que nos buscan el lunes (mañana) para cruzarnos ellos mismos por la frontera. Hoy es nuestro último día en Rio Grande, donde fuimos muy bien recibidos y cuidados. Ultimo día en la Provincia de Tierra del Fuego. Una vez que crucemos el Estrecho de Magallanes voy a dejar de estar “en casa”, vamos a meternos de lleno en la Patagonia desconocida, vamos a enganchar la emblemática Ruta Nacional 40 y vamos a pedalear hasta el hartazgo rumbo norte. ¡Qué ganas! ¿no?

 

 
 
                                                                                                   Marula

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