Glaciar Perito Moreno en bicicleta...

 


Al fin llegamos a El Calafate, si bien eso no significa que hayamos pedaleado muchos kilómetros, para nosotros significa ¡un montón! Más que nada porque era nuestro primer objetivo y además cruzar el país de Este a Oeste siempre es muy difícil ¿adivinan por qué? Claro, el viento. En esta región siempre sopla desde el Oeste, es decir, en nuestra contra.

Ya en la ciudad, bañados, descansados y con la ropa limpia, desde la casa de Andrea, nuestra anfitriona de Couchsurfing, organizamos la visita al Glaciar Perito Moreno, porque obviamente queríamos ir. En mi caso, perdí la cuenta de la cantidad de veces que lo visité, sin embargo, merece la pena visitarlo infinitas veces más. Además, esta vez seria especial, no cualquiera llega en bicicleta al glaciar. Marc ya había estado allí también, cuando recorrió el país con su familia hace 5 años, en aquel entonces quedó maravillado y tampoco quería perder la oportunidad de visitarlo una vez más.

Son 80 kilómetros los que separan El Calafate del glaciar, la lógica indicaba que era imposible visitarlo en un día, sin embargo, ya era casi Navidad, así que tampoco podíamos extendernos mucho pedaleando por aquella zona inhóspita si queríamos comer asadito en Nochebuena. El plan se definió sencillo, en tres días teníamos que ir, visitar el parque y volver al Calafate.

Salimos temprano, el pronóstico auguraba buen clima y poco viento, pero en la Patagonia no se puede confiar en la meteorología, por lo tanto, salimos temprano y cruzando los dedos. La mañana estaba espectacular, soleada y calurosa, el sol se levantaba sobre el Lago Argentino, qué color más hermoso tiene el lago, es increíble el tono turquesa que llega adquirir. Así, medio dormida y embelesada por el paisaje pedaleé los primeros kilómetros, hasta que un viajero en bici interrumpió mis cavilaciones, cuando me saludó ya estaba a mi lado y yo ni enterada de su presencia. Él iba al glaciar también y compartimos algunos kilómetros y charlas en el camino.

Nos habíamos propuesto llegar al Rio Mitre, se encuentra unos kilómetros antes del portal de entrada al Parque Nacional. No está permitido dormir dentro del parque por eso buscamos un posible lugar de acampe fuera de sus límites. Llegar allí fue muy sencillo, el viento no apareció y nos dejo pedalear plácidamente. El terreno era llano llanísimo, así que de un momento a otro ya estábamos en el río y recién era medio día. Buscamos sombra abajo del puente porque el sol nos calcinaba, nos refrescamos un poco en el agua, charlamos y jugamos a un juego que Marc todavía necesita aprender porque pierde siempre. El juego es de dados, pero los dados tienen letras y los jugadores tienen que formar palabras con las letras que le tocan. Sé que no es un juego muy jovial, pero así somos, dos clásicos. El viajero que nos cruzamos al comienzo del día decidió acampar donde nosotros lo hacíamos, por ende, compartimos algunas anécdotas y mi receta especial de sopa de fideítos para la cena. 



Esa noche se me presentó un dilema, porque es sabido que muchos cicloviajeros acampan fuera del parque, madrugan al otro día y entran temprano antes de que los guardaparques siquiera se despierten, con el objetivo de no pagar entrada. Se cuelan, digamos. Entonces, la intención de nuestra compañía era hacerlo y nosotros casi que nos vimos inmersos en esa filosofía, hasta que lo pensamos bien. Por un lado, nos convenía colarnos porque Marc es extranjero y su entrada cuesta cuatro veces más que la entrada para residentes nacionales. Así es, cuatro veces más. Pero por otro lado estaba ese sentimiento de hacer lo correcto, a mi me gustan las cosas legales, no sé si es por la edad o siempre fui así de estricta pero no me gusta estar fuera de la ley, entonces colarme en el parque me parecía mal y creo que no es un buen ejemplo de nada para nadie. También reflexioné que si voy a visitar un lugar es porque me lo puedo permitir, si el dinero no me alcanza entonces no voy y punto. Me ha pasado en viajes anteriores de tener que elegir puntos turísticos, o renunciar a excursiones porque no me alcanzaba el dinero, pero jamás me comporte de manera errónea o faltando a la ley, por así decirlo.

Entonces, como ustedes podrán adivinar, la Maria que si toma alcohol no maneja, salió a flote y ganó la discusión, había que pagar la entrada, hacer las cosas correctamente y respetar. Obviamente que Marc es de los míos, y estaba de acuerdo en tener que pagar cuatro veces más y no colarse, sino después estaría todo el día sintiéndose observado por culpa de ese sentimiento tan horrible; la culpa.

Finalmente llegamos temprano al acceso al parque, por las medidas que todos conocemos solo podía ingresar un miembro de la familia a la boletería, obviamente fui yo.

-Buen día! (Saludé muy simpática)

-Buen día, ¿cuántos son?

-Dos adultos de Ushuaia.

-1220 pesos por favor.

-(pagué) ¡¡Adiós, gracias, que tenga buen día!!

Salí triunfante de la boletería, si bien no nos habíamos colado tampoco les dije que Marc no era argentino y pudimos pagar mucho menos, costaba $610 pesos cada uno. La verdad que no me pareció ni tan caro, considerando que el glaciar es algo impresionante. Con Marqui reducimos todo a la birra y concluimos que la entrada fueron dos pintas por cabeza. No me juzguen, alguna ventaja tenia que sacar.

Lo demás fue todo hermoso, el camino, el paisaje, el clima, estábamos extasiados y muy contentos. Al fin habíamos llegado, estábamos ahí, sólo quedaba disfrutar. Pedaleamos los 30 kilómetros que separan el acceso del parque con el glaciar, entre subidas y bajadas, curvas y contra curvas no veíamos la hora de que aparezca ese paredón de hielo tan ansiado.

Y apareció y lo festejamos mucho, chocamos los cinco, nos abrazamos y sacamos fotos. Nos sentíamos re exitosos por haberlo alcanzado, lo pienso y me rio porque el viaje recién empieza y nosotros vamos festejándonos todo lo que hacemos, cada día. 


Dedicamos el día a pasear por las pasarelas, subimos y bajamos, sacamos muchas fotos e hicimos varios videos. Nos habíamos llevado una vianda así que armamos unos sanguchitos de atún, queso y tomate ahí de cara al glaciar. También tomamos mate con galletitas 9 de Oro, el Marc esta condenado a hacer cosas argentinas. Después de varias horas tocó volver…


En la primera subida de vuelta hizo su regreso el “rompecadenas” Marc Galindo, todavía me rio. Reventó la cadena otra vez, y yo le digo que pedaleé despacio y él se ríe, porque obviamente no sabe cómo seria pedalear despacio. Estábamos lejos de toda posibilidad de conseguir un bicicletero en el medio del Parque Nacional, estábamos condenados a hacer dedo, o caminar de vuelta o pedir ayuda a los guardaparques, no lo sé. La cuestión es que cuando nos pasó lo mismo cerca de Tolhuin, el bicicletero tan amoroso le regaló un eslabón de cadena a Marqui y le dijo que si se le rompía otra vez se lo enganche como pueda y que podría seguir. Por suerte teníamos el eslabón, y en unos minutos pudimos poner la cadena de nuevo y engancharla correctamente, todo un nuevo aprendizaje para nosotros. Todo sin herramientas, sólo a presión. La fiesta que hicimos cuando probó la bici y funcionaba como la seda, hubo saltos, cánticos, chocamos los cinco, abrazo y mucha algarabía, de repente acabábamos de salir campeones del mundo de algo.  Con otro logro en la espalda pedaleamos más contentos, comentando la jugada entre nosotros, como dos niños, nos sentíamos mil. Eso está bueno, sentirnos tan bien sólo por haber arreglado la cadena, sin tener ni idea de cómo hacerlo y sin contar con las herramientas adecuadas, todo gracias a nuestro amigo de Tolhuin, siempre estará en nuestros corazones.


Tanto nos duró la alegría de lo conseguido que decidimos pedalear más kilómetros, para así acercarnos lo máximo posible al Calafate, que, recordemos estaba a 80 kilómetros. Muy concentrados pedaleamos sin parar, con ayuda del viento que, por primera vez, estaba a favor y eso se siente demasiado en la bicicleta. Avanzamos mucho, llegamos a las 8 de la noche a un rio muy bonito que ya teníamos en mente para poder dormir allí. Había un fiestón cuando llegamos, una familia muy grande, con abuela incluida, perritos, muchos niños y adolescentes estaban acampando a orillas del rio. Nosotros tuvimos la delicadeza de ubicarnos del otro lado, pero su música nos alcanzaba como si la tuviéramos al lado nuestro. ¡La cara de Marc! Estaba aturdido, en total habíamos pedaleado 90 kilómetros en todo el día, además habíamos paseado en el glaciar y todo. Había sido un día largo, estábamos destruidos, nos dolía todo, sólo queríamos comer y dormir y había semejante bailongo en el rio. Yo me reía y la verdad es que disfruté de la musicalización, porque era música que me gustaba, muy antigua, pero ponían unas buenas cumbias, escuchamos Gilda, Los Palmeras, La Champion Liga y otros tantos más que me recordaron a mi época de estudiante en Mar del Plata.


Entre una cosa y la otra nos fuimos a dormir y de tan cansados que estábamos la música a todo volumen no nos impidió hacerlo…

Ya siendo 24 de diciembre a la mañana levantamos campamento, nuestros vecinos aun dormían, seguro estuvieron hasta las tantas horas de la noche, y nos fuimos directo al Calafate, sólo teníamos que pedalear 20 kilómetros que se hicieron muy amenos. Otra vez volvió el Lago Argentino a mostrarnos su esplendor con el sol de la mañana.  La primera carnicería abierta que cruzamos fue la sorteada para auspiciar nuestra cena navideña, compramos carnecita, cordero, chorizos y salchichas parrilleras. La Navidad no nos iba a encontrar cenando sopita de fideos, no, de ninguna manera.

En La Anónima terminamos de proveernos, intenté pagar con Mercado Pago para poder utilizar el dinero de los muchos Cafecitos que algunos de ustedes nos compraron con mucho amor, pero no lo conseguí porque parece que hay que esperar a que el dinero esté disponible. La tecnología no es lo mío, claramente, la cajera intentó ayudarme a hacer el pago, insistimos varias veces, pero no funcionaba, después averigüé mejor y no iba a poder nunca, porque tengo que esperar para “liquidar” ese dinero. Cosas del mundo moderno…

Conseguimos un camping que ya teníamos visto, muy bonito, con ducha de agua caliente y un buen fogón. ¡Que comience la nochebuena! A descansar, relajar, comer rico y brindar por nosotros, por nuestras familias y amigos.

A esta altura ya pasamos muchas navidades lejos de nuestras familias y amigos, algunas fueron en ruta, como la de este año y otras fueron trabajando, en todas recordamos siempre a quienes más queremos y les deseamos salud, amor y felicidad.

Me voy despidiendo que es tarde, debería bañarme e ir a dormir porque mañana retomamos viaje, nos vamos para El Chaltén, a ver qué nos depara el camino.

Muchas gracias por leernos, por seguirnos y cuidarnos a la distancia. Les deseamos Felices Fiestas y no se olviden que la vida es una, ¡que sea carnaval!


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