¿Alguien dijo viento?


Desde que comentamos que queríamos pedalear la Patagonia la palabra “viento” siempre estuvo presente. Prácticamente todas las personas a las que les comentamos nuestras intenciones hicieron alusión al viento y la verdad es que después de estos últimos días yo le doy la razón a todas sus advertencias. Porque todas fueron hechas desde la experiencia de viajes en auto, camioneta, alguna que otro quizás, en moto. Pero nadie que haya viajado en bicicleta por acá nos advirtió nada, simplemente porque no conozco a nadie que lo haya hecho. Sin embargo, desde la comodidad de un vehículo el viento les generó a todos una advertencia digna de compartir con dos locos que pretenden andar en bicicleta por estos lares. Es que es así, el viento es una locura. El viento nos está condicionando cada día de viaje, cada pedaleada. En estos días se hizo lo que el viento quiso. Así de simple.

Una pregunta muy común que recibimos es “¿cuántos kilómetros hacen por día?”, la respuesta es tan difícil como cuando alguien le pregunta a un estudiante cuándo terminará la carrera. Es que no lo sabemos. Desde que empezamos este viaje hubo días que pedaleamos 40 km, otros de 70 km, y ayer por ejemplo hicimos 90 km que fueron festejados con un litro de cerveza para cada uno. Por ello, cuando me preguntan eso yo siempre respondo: depende. “De qué?” Del viento.


Lo tuvimos en todos sus modos, muchos kilómetros de frente, otros tantos de lateral que por suerte iba en tal dirección que te escupía fuera de la ruta y no te tiraba al medio de ella. Los más escasos son los vientos a favor, porque sino ya habríamos llegado a Tucumán, mínimamente.

Hace dos días tuve mi primer susto con el viento, era cruzando un puente sobre el rio La Leona (Santa Cruz), el viento estaba insoportable, tanto que nos teníamos que hablar a los gritos, hicimos una parada corta en la hostería que lleva el mismo nombre del rio, en la que hacen unas tortafritas imperdibles según mis papas, así que las probamos, la verdad es que estaban buenas, crujientes y aceitosas, como deben ser. La cuestión es que volvimos a la ruta y yo ya tenia problemas para controlar la bicicleta, justo había una curva que nos hacía cambiar de dirección y en cuanto el viento me pegó en la espalda me empujó descontrolada a cruzar el puente, clavé los frenos bastante nerviosa, los que me conocen saben que la velocidad no es lo mío, así que frené lo más que pude hasta tener dominio de la bicicleta de nuevo. Después del puente otra curva nos orientó de frente al viento, se venía una subida muy pronunciada y yo no podía sostenerme arriba de la bicicleta. ¡Qué manera de hacer fuerza! Mis brazos eran dos fideítos tratando de controlar mi bicicleta con todo el peso que llevo, me temblaba todo. Aguanté lo que pude, avanzando de a poquito, pero dejando toda mi energía en esas pedaleadas. En un momento me detuve, agotada, apoye los dos pies en el suelo, vino una ráfaga fuertísima y me tiro al piso. Así, como si nada. Me fui con todo al arcén, apoyé las manos a tiempo y nada me pasó. Marc me estaba mirando desde unos metros más adelante y vino a levantarme, yo ya estaba para que me dejen ahí tirada, no podía ni sostenerme. Estaba re floja, quizás tendría que haber hecho ejercicio en estos últimos meses en los que sólo me dediqué a estar de vacaciones comiendo y tomando cerveza. Pensé. 


Luego de la caída, Marqui me ayudó con la bici, nos acercamos a un guardarraíl y las apoyamos ahí. Automáticamente me desplomé del otro lado, buscando un poco de reparo desde el suelo. Estaba re cansada y no podía seguir. El viento estaba muy violento de por sí, pero además aparecían unas ráfagas que te dejaban pelado. Nos quedamos ahí, al costado de la ruta sin saber muy bien cómo seguir. Por mi parte estaba bastante asustada, no me sentía segura para seguir, sólo quería quedarme ahí tirada y que venga un helicóptero a rescatarme.

La paciencia de Marc es hermosa, nos acobijamos en un mínimo reparo, armamos nuestras sillas, el solcito estaba muy cálido y amable, así que, así sentados como dos abuelitos nos dormimos. De vez en cuando escuchábamos que pasaba algún vehículo, pero estábamos en una quebrada al costado de la carretera y eso nos resguardaba bastante del viento y de los ruidos. Marc fue el primero en cabecear y yo lo seguí, estábamos cansados, fueron 30 minutos de mini siesta recomponedora.

Después de más de una hora parecía que las ráfagas violentas de antes ya no estaban, nos debatimos si seguir o no, la que tenia que decidirlo era yo, porque era la que me sentía más insegura al respecto. Por suerte me sentía mejor, había recuperado la confianza y decidí que podíamos. Ya con las energías renovadas encaramos la ruta de nuevo y conseguimos pedalear hasta donde nos lo habíamos propuesto. Fue una alegría grande porque casi que el viento me gana la batalla, ya me imaginaba poniendo la carpa en esa quebrada y eso no me hacia mucha ilusión. De todas maneras, después de avanzar varios kilómetros más, una vez en la ruta que va directo hacia El Chaltén tuvimos que desistir al viento, terminamos durmiendo al lado de la ruta igual, buscando un mínimo reparo en una alcantarilla. No le voy a conceder al viento esa victoria, la verdad es que ya era tarde, llevábamos varios kilómetros, muchas horas pedaleando y debíamos descansar. 


Hoy les escribo desde El Chaltén, conseguimos llegar esquivando las peores horas de viento, porque viento hay a todas horas, pero hay momentos culmines de ráfagas matadoras que tratamos de evadir. Fue una alegría conseguirlo, además durante el último trayecto de ruta las vistas eran increíbles, el cielo estaba completamente despejado, se veía inmenso el Lago Viedma con su respectivo glaciar, el Cerro Torre y el Fitz Roy, mega imponente y todos los hielos y glaciares que los rodean. Era impresionante y emocionante, en el momento en que el camino te regala paisajes que te dejan sin habla es cuando te acordás el por qué de viajar en bicicleta, volvés a agradecer la oportunidad de estar haciéndolo y viviéndolo, te olvidas de todo lo que el viento te castigó y te castigará. Celebrás y agradeces, al menos eso hago yo cuando tengo esos momentos de tanta alegría y satisfacción. Nos veía pedaleando solos en tanta inmensidad, en tanta paz y sólo podía sonreír, bien grande. Me voy a seguir quejando del viento, porque me gusta, pero la verdad es que todo sacrificio vale la pena por momentos tan mágicos como la entrada a El Chaltén en un día soleado. 



Gracias por leer. Aprovecho a desearles un ¡Feliz 2022! Que sea todo salud, paz y amor.

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