Ser maestra en Tailandia

Quisiera compartir con ustedes mi humilde experiencia de vivir en el extranjero y además de trabajar en una institución educativa como lo es una escuela primaria en Tailandia...


Reflexiono desde el momento en que Tailandia entró en mi cabeza, no sé cómo ni por qué, solo sé que un día del año 2015 me compré una guía de viaje (tan imprescindible en aquel entonces y tan obsoleta en la actualidad), conseguí un mapa del país y lo pegué en mi heladera.

Desde ahí, desde mi heladera Tailandia se hacía presente cada día, yo contemplaba el mapa, tratando de imaginar cómo sería; la gente, la comida, el clima, las playas... Y le juraba, o mejor dicho me juraba a mi misma: "algún día, algún día..."

Hoy, acá me encuentro, en Tailandia. Después de haberlo recorrido de sur a norte y de oeste a este en bicicleta, decidí quedarme. ¡Es que es simplemente irresistible!

Así comenzó una nueva aventura, la de la rutina, la de saber dónde iba a dormir cada noche, la de tener asegurada la ducha antes de acostarme y la de hacer cada día, de lunes a viernes, prácticamente lo mismo. La verdad, lo pienso, lo leo y da miedo. ¿No les parece que suena aterrador? Si, un poco. Pero era aterradoramente necesario, para descansar el cuerpo de tanta bicicleta y poder ahorrar dinero para el próximo destino. Destino que ya está decidido y planeado, por lo tanto todo sedentarismo valió la pena.

Lo que jamás imagine es que la rutina podría traerme tanta alegría. Es la primera vez que me pasa el haber gozado tanto un trabajo. ¡Y si que he tenido varios trabajos en ésta vida! Para aquellos que creen que el que viaja es vago, les aclaro que se equivocan. Siempre trabajamos en algo, lo que pasa es que manejamos los tiempos de diferente manera.

Por ejemplo, este año lo dedique a ser maestra de inglés en una escuela primaria en Tailandia.

Si, de inglés. Quizás los que me conocen se preguntaran cómo es posible, y los que no me conocen pensaran que seguro estudio inglés desde muy pequeña. La verdad es que nunca fui muy experta en dicho idioma pero cómo todo en ésta vida, con actitud se pueden conseguir grandes cosas.

Creo que más allá de mis falencias con el idioma tengo un arma secreta y es que mi mamá es maestra, actualmente jubilada aunque en mi opinión las maestras no se jubilan, quizás dejan de ir a la escuela, pero su manera de hablar y de hacer las cosas es única, les dura toda la vida y sus hijos las aprendemos. Quien tenga una madre o un padre docente sabrá de lo que hablo.

Entonces, con mi confianza de que la docencia se hereda y mis herramientas básicas en inglés me anime a hacerme cargo de un primer grado, es decir niños de 6 y 7 años. Les doy clases de inglés (obviamente) pero también de matemática, ciencias naturales, educación física, salud, arte y alguna otra más que en éste momento se me escapa.

Mis alumnitos son como cualquier niño de esa edad, unos solcitos, sonrientes, alegres, muy inocentes y por sobre todo muy amorosos. Son amor puro y eso es muy reconfortante.

Las reglas de la escuela son simples, o eso me lo parece hoy en día después de varios meses.

Cada día se debe vestir del color que toca, por ejemplo los lunes se va de blanco, los martes de rosa y así cada día tiene su color de vestimenta asignada. Siempre sujeto a cambios de última hora, por supuesto. Tailandia es un reino, así que si es el cumpleaños de la reina hay que ir vestido de "su" color, que corresponde al color del día de la semana en que nació. ¿Suena rebuscado no? Bueno así es. Para ser honesta, no ha faltado el día en el que el 90% del colegio va de rojo y yo de azul. Son cosas que pasan, hay que estar atento. Me acuerdo ni bien empezaron las clases el nuevo rey Rama X iba a tomar oficialmente el poder, tuvimos que vestirnos de amarillo (el color de la realeza) durante tres meses. Para quien le gusta el amarillo genial, pero para ser honestos no es un color muy combinable. Otro detalle de la vestimenta para ir a la escuela es lo anticuado y retro que puede ser, en especial para las mujeres. Me explico: hay que usar falda, siempre tapando las rodillas. Camisas o blusas con mangas, los hombros siempre cubiertos (no importa que la temperatura media en la ciudad sea 35 grados centígrados), nada de piercings ni aros y zapatos que cubran todo el pie. ¿Fuerte no? Creo que fue lo que más me costó, adaptarme a la vestimenta ¡con semejante calor!

Muchas veces pienso que Tailandia es la tierra de los contrastes, puede parecer todo muy rígido con las normas de vestimenta tan antigua y poco confortable para las mujeres, pero son tan receptivos y abiertos con otras cosas que quizás en mi país todavía nos cuesta aceptar. Por ejemplo la posibilidad de que una maestra sea travesti. Acá eso es real y a nadie le preocupa ni le importa. Al final lo que importa es su desempeño laboral, sin más.

Sin ir más lejos, el hecho de que yo pueda estar ejerciendo sin título habilitante (soy licenciada en turismo, no docente) y que tanto la escuela como los padres me confíen la educación e integridad de sus hijos sin siquiera conocerme es alucinante. No existe el miedo, ese miedo que nosotros (y sin querer) lo llevamos dentro, ese miedo que limita y condiciona. La desconfianza de que el adulto se quede solo con el niño, de que no pueda ni acompañarlo al baño si se siente mal, que no pueda prácticamente hacerle cosquillas ni jugar libremente porque no puede tocarlo. Acá esa desconfianza no existe, nadie lastima a los chicos y por eso ellos no creen la posibilidad de que alguien tenga semejante maldad de hacerle daño a alguno de sus hijos.

Cambiando de tema, creo que los niños merecen especial mención porque suelen tener actitudes tan puras que ojalá los adultos las copiáramos un poco. Si bien yo trabajo con chicos de 6 a 7 años hay detalles en su comportamiento que me llaman la atención. Por ejemplo, tengo un nene que cada mañana al llegar llora, se aferra al padre, al marco de la puerta, a lo que sea. Los demás que ya están adentro de la clase lo ven llegar, ven la repetitiva escena que monta en la entrada al aula y lo van a buscar. Uno le sostiene la mochila, otros le dan la mano, lo abrazan, lo acarician mientras lo acompañan a su banco. Una vez que lo sientan, algún voluntario abre su mochila y le saca el cuaderno, la cartuchera y lo dispone para que empiece a escribir la fecha. Lo hacen todo con un amor y una paciencia que ni yo la tengo porque no entiendo como después de 9 meses el nene sigue llorando ¡cada mañana!

Ni que hablar de cuando alguno llora por algún motivo. Se paraliza el mundo, no queda un solo alumno, de 36, que no me diga “Teacher, Pupa cry”. La mejor parte es cuando pregunto por qué está llorando, automáticamente hacen silencio y dejan al más desenvuelto en el idioma para que hable. Porque claro, al final, ellos hablan tailandés y son muy pequeños para poder expresar ideas y situaciones en otro idioma. Es más, con esa edad yo ni sabía que en el mundo existían otros idiomas.

La comunicación es un tema aparte, hacemos lo mejor que podemos, las clases las doy sola, no es que cuento con un traductor ni nada por el estilo. Tampoco es que yo hable tailandés, claro está. Es complicadísimo. Pero con mucho esfuerzo, dibujos, fotos, videos y a base de muchas repeticiones, puedo decir (y muy orgullosa) que han aprendido mucho este año. 

Hay tantas cosas lindas para contar de mi experiencia en la escuela... por ejemplo el afán de los tailandeses de festejar todo tipo de celebración o fiesta tradicional, sea nacional o no, por ejemplo el año nuevo chino, Navidad, Loy Kratong, Halloween, dos días del maestro al año, el día de las infancias, etc. Allá se festeja todo, sin excusas. Algo que también me llamaba la atención y que me gustaba mucho es que el primer viernes de cada mes se celebraba un mercado en la escuela, es decir, por la tarde los alumnos podían deambular por el colegio comprando juguetes o comida en los diferentes puestos que se armaban en el patio de la escuela o en el comedor. Era algo hermoso la verdad, se vendía de todo, algunas cosas que hacían alumnos de grados superiores, o familias que llevaban comida lista o frutas y verduras de estación. Me encantaban los primeros viernes de cada mes y a mis alumnitos también.

Desde la simpleza de mis palabras espero haber podido transmitirles alguna imagen de cómo son las cosas por acá, a tantos miles de kilómetros de distancia. Y lo más importante, el hecho de que hay que animarse a hacer cosas nuevas, a afrontar los desafíos, no cuestionarse tanto y tirarse a la pileta. Al final… ¿Qué puede salir mal?

 
Les dejo otra foto que me gusta mucho para que vean el uniforme de los alumnos los días martes, el martes es el día de vestirse con ropa tradicional. Es como si en Argentina, un día a la semana todos los alumnos fueran vestidos de gauchos y paisanas, seria hermoso la verdad.


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